Escribe: Tatiana Valer
Taller de Periodismo de Opinión
Desde que tengo memoria me ha gustado la fotografía. Por eso, cuando escuché de Nilton Sánchez, un joven invidente de 22 años quien sorprendentemente es fotógrafo, no dudé en conocerlo.
Nilton fue perdiendo la vista, poco a poco, a partir de los 13 años. El diagnóstico señalaba desprendimiento de retina y cataratas en la córnea. En su lugar de nacimiento, el caserío de Alto Pendencia en Tingo María, alguien como él era considerado “inútil”, por eso apenas descubrió que en Lima había un colegio para invidentes quiso venir a la capital. De suerte, Paul Vallejos, un fotoperiodista que caminaba por la comunidad de Alto Pendencia cuando Nilton todavía tenía 11 años, decidió adoptarlo.
Así creció entre cámaras, parrilladas y reuniones de fotoperiodistas hasta que un día, con la curiosidad que lo caracteriza, hizo una pregunta decisiva: ¿Paul, tú crees que yo pueda tomar fotos? Y usando el resto de sus sentidos, aprendió y más tarde inspiró el Taller de Fotografía para Invidentes Foco Interior, dirigido por Paul.
Lo primero que hizo Nilton al llegar a Lima fue estudiar. En nuestro país, según el INEI, existen 600 mil personas con discapacidad visual pero solo figuran tres colegios para invidentes en el directorio. Nilton ingresó al colegio Luis Braille. A diferencia de su primera experiencia escolar, marcada por el bullying, él aprendió a confiar.
En clase de atletismo corría como si no hubiera un tope y se detenía solo cuando el profesor de Educación Física gritaba ¡alto! y aprendió a jugar fútbol con una pelota con sonido. Se apasionó tanto que fue parte de la selección para invidentes y, cuando se graduó, ingresó a un equipo independiente para futbolistas invidentes en Comas.
La casa de Nilton estaba en Jesús María; su colegio, en Comas y el Centro de la Imagen, la escuela donde se dictaba el Taller Foco Interior estaba en Miraflores, por eso, para ser invidente, hay que ser paciente.
Nilton y yo tenemos casi la misma edad, pero él maduró más rápido. Cuando nos reunimos vamos a lugares que él quiere disfrutar con personas de su edad. Un día fuimos a la playa a tomar fotos, escuchamos la brisa, metimos nuestros pies al agua fría y de pronto Nilton me preguntó, frente a esa inmensidad: ¿Cómo es el mar?
Espero a Nilton en la estación del tren. Mis ojos en busca de algo peculiar, apuntan a unos lentes oscuros o un bastón, y pronto caigo en cuenta de lo frecuente que es ver a un invidente. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los problemas visuales son la segunda mayor discapacidad en el Perú. Lo que pasa es que estoy aprendiendo a mirar.
Nos encontramos y avanzamos del brazo, me convierto en su guía y Lima me parece más caótica de lo normal. Los autos aceleran, el sonido del claxon desconcierta, las personas caminan en zigzag y varias empujan, algunas se molestan porque Nilton no los vio cuando son ellos los que no ven. Nadie mira realmente, por eso no es sorpresa que Lima reúna el 60% de accidentes de tránsito del país, según un informe del INEI.
Hace poco Nilton se mudó a San Juan de Lurigancho y si ya es difícil ser invidente en San Isidro, serlo en el distrito más poblado de América Latina lo es mucho más. Si él camina por la vereda se puede topar con montículos de cemento y ladrillos, y con frecuencia con un vehículo estacionado impidiendo el paso. Si cruza la pista debe acelerar pues los autos no esperan a nadie y no es sorpresa que los buses se estacionen en el cruce peatonal mientras esperan pasajeros o que la luz del semáforo cambie. Si tiene suerte, la entrada de la reja que cierra su calle estará abierta. Sería mucho mejor si en las calles de Lima él pudiese oír a los semáforos avisándole cuando han cambiado a verde para el peatón, tal como escucha a su pelota cuando juega fútbol. Lima no tiene paciencia para los invidentes, pero al menos tiene más oportunidades que en las regiones.
Cuando Nilton toma fotos espera un sonido peculiar: una pelota rebotando, alguien corriendo, un perro ladrando. Me pregunta qué es lo que veo e imagina la situación. Dispara y me repite lo que le enseñó Paul: uno puede haber perdido la vista pero nunca la visión. Nilton me ha enseñado a ver.