A más de 5 años del desalojo de los icónicos libreros, rememoramos el entrañable Boulevard Quilca en el Centro Histórico de Lima, paraíso de la literatura, emblema «underground» y cuna del movimiento contracultural nacido en medio de la profunda agitación política de los 80s y 90s.
Por: Fiorella Gallardo Morales.
Hubo alguna vez en las calles de Lima un sueño libresco. El esplendor cultural del jirón Quilca, fundado por el conquistador Francisco Pizarro y cuyo nombre de origen quechua significa “escritura”, no pertenece solo a la leyenda oral. Sus bares y restaurantes solían albergar la animada e inacabable discusión de artistas, poetas, escritores, músicos e intelectuales que intercambiaban sus proyectos e ideas sobre la problemática peruana de aquellos años.
Eran tres cuadras de locales repletos de novedades, ediciones piratas, revistas de segunda mano y todas las joyas literarias que pudiese imaginar el más anheloso lector. Sus calles fueron cuna de un movimiento que marcó generaciones. “Surgieron grupos de rock subterráneo, poesía, teatro, grupos literarios”, recuerda Pedro Ponce, uno de los primeros libreros en instalarse y el dueño de Librería Rocinante. Cientos de jóvenes se redescubrieron a través de aquellos movimientos en una época complicada por el terrorismo. En aquel espacio de creación plasmaban las frustraciones que vivían en la Lima de los 80s y 90s. Sus canciones se convertían en himnos para esos años de violencia política. Los templos de toda aquella movida underground eran espacios como el recordado El Averno, un centro contracultural histórico. Hoy, Ponce describe aquel desaparecido espacio cultural como el encuentro de la calle pura y dura con la gente del pueblo.
“Durante todo ese tiempo se generó un movimiento cultural conocido como contracultura capitalina. Todo ello hizo que en Quilca se articulará un corredor cultural crítico y alternativo”, cuenta Pedro. La historia y las anécdotas que atesora lo confirman.
Ponce recuerda con nostalgia los infinitos libros que pasaron por sus manos en las épocas doradas del Boulevard de la Cultura. Los libros más valiosos para él fueron las primeras ediciones de “Heraldos Negros” y “Trilce” de César Vallejo. Una edición preciosa de Joaquín Ibarra del Quijote de 1780 en cuatro tomos aún perdura en su memoria; así como una revista llamada “Cosmopolis”, la cual guardaba un poema inédito de Carlos Oquendo de Amat.
La historia de Quilca nos hace evocar también el cercano café afrancesado llamado Palais Concert. En los años XX, este local recibió a escritores como César Vallejo, José Carlos Mariátegui o el escritor costumbrista Abraham Valdelomar quien dejara una frase célebre para retratar la historia del lugar: “El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais Concert soy yo”.
Foto: Contexto Independiente.
Hoy, la calle de Quilca ha cambiado. En 2008 el Arzobispado de Lima interpuso una demanda de desalojo a los libreros luego que el contrato de arrendamiento de 1997 se venciera. El plan era convertir el paraíso de la cultura alternativa en un estacionamiento subterráneo, locales comerciales y departamentos. Finalmente, en el 2016, más de 60 libreros fueron desalojados. Entre ellos Pedro Ponce. Algunos buscaron otros lugares. Unos alquilaron algunos locales por las inmediaciones. Otros se fueron al Rímac. Ponce comenta lo decepcionante que fue para todos dejar su local tras más de 15 años y que, lamentablemente, por no ser unidos cada uno está por su lado.
Un año antes de aquel desalojo, Ponce había adquirido, junto a tres colegas, el local que se convertiría en su adorada Librería Rocinante. En el Jr. Rufino Torrico 899, en el corazón de Lima, se alza la librería cuyo nombre hace a todo aquel que pase por la zona evocar las aventuras del afamado personaje de Cervantes y su fiel caballo al cual tardó cuatro días en nombrar.
Repleta de joyas literarias, la historia de su fundación no es menos difícil que los retos que hoy asume como librería independiente en el Perú. Sin embargo, Pedro Ponce, su fundador, mantiene el mismo compromiso con la difusión de la cultura que impulsó su creación años atrás cuando era apenas un stand en el Boulevard de la Cultura en Quilca en los años 80, en aquellos entrañables años de resistencia y cultura alternativa.