La coulrofobia aumenta a escalas de largo alcance y desde tradicionales bufones hasta clowns toman el papel de mercenarios dispuestos a quebrar la mente.
El personaje clásico se ve envuelto en el misterio de una insólita doble personalidad. (Foto: Brenda Medina)
Escribe: Rafael Calagua
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En tiempos modernos de inmediatez y desconfianza, el miedo a los payasos se abre campo como un trastorno conductual que no discrimina edad ni género. Conocida como la coulrofobia, el pavor por estos afecta a todos por igual, pues son artistas de lo extravagante que forman parte de la realidad. Desde el ambulante o el ícono circense hasta el personaje de mameluco amarillo presente en toda fiesta infantil feliz. Todos intentan comunicar algo, pero a su paso, ocultan mucho.
De esa forma, adquiere protagonismo la contundencia del discurso que a menudo causa incomodidad en aquellos que se identifican con el acto. Pasando de la vergüenza a la culpa, pues no hay peor situación que verse reflejado en una burla o ironía de la sociedad. La excentricidad que reflejan sus atuendos no solo alberga horas de práctica, capas de maquillaje y demás peculiaridades que traen la caracterización. También, consiste en disimular la tristeza o la ira por el bien del entretenimiento.
Precisamente ese cambio abrupto de conducta relacionado con frecuencia a la locura sintetiza la caracterización. ¿Quién transpira debajo del colorido atuendo? ¿Qué historias oscuras circulan en torno a este personaje? ¿En qué radica la distorsión de su popularidad? ¿Cuánta maldad encierra?
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