El 29 de junio, el distrito de Chorrillos realizó una procesión a San Pedro, así como con un homenaje a José Olaya. Los «chorrillanos» celebraron por partida doble.
Redacción, fotos y video: Gabriel Ángeles Rivera
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Feriado largo. Desde trabajadores a estudiantes respiramos aliviados cuando llega un día en que no tenemos que despertar temprano y tener que seguir con la rutina diaria. Muchos ya recorrieron las largas carreteras que nos alejan y acercan de Lima y aprovechan ese día no laborable que tenemos en el calendario todos los años, probablemente sin saber por qué para algunos es una fecha esperada, sin pensar que es lo que se celebra, o sin siquiera imaginar hacerlo.
Las oportunidades para salir de la ciudad las tienen siempre todas las familias, sólo les falta meter dentro de las maletas además de sus pertenencias, ese entusiasmo por realizarlo y las consecuencias económicas que podría traer. Para algunos, la fecha ubicada casi a mitad de año les sirve de reflexión de lo que no se hizo en la primera parte y lo que tal vez no se haga en la otra parte.
Una tradición que se nos inculcó de niños y que hoy perdimos. La fiesta de San Pedro y San Pablo todavía significa mucho más que un nombre en distintos escenarios de la capital. Hay distritos que lo celebran con el mismo fervor que se tuvo hace varios años. Y una forma ideal de hacerlo es con una calle rodeada con lo mejor de la comida peruana, personas de todas las edades, juegos para los más chicos del hogar y una iglesia abarrotada hasta sus afueras esperando la salida de una imagen. Eso se vivía dentro de Chorrillos, distrito con una bella vista al mar.
Desde muy temprano, escolares bien uniformados marchaban en nombre de sus instituciones, ante la mirada de sus padres y familiares y con los puestos de comida que estaban por abrir para el hambriento público. Las calles adyacentes cerradas, lo que provocaba la ausencia de vehículos. Llegar allá era complicado, al no poder entrar por esa zona, la solución era dar una vuelta completa y atravesar dos oscuros túneles, sin importar el riesgo que podía traer a nuestras vidas.
Faltaba poco para el momento central. La calle se iba colmando y el escenario de concierto que armaron daba ganas de quedarse ahí. De la pantalla dentro del escenario salían spots publicitarios de peruanidad, el eje principal por el que giraban en torno esas celebraciones que marcaron la jornada. Al mediodía, ya se llenaba esa parroquia con un diseño arquitectónico clásico y se anunciaba que la Santa Misa empezaría a la 1 en punto, para que tengan tiempo de llegar desde otros rincones del Perú a la ceremonia religiosa. La imagen de San Pedro Pescador lucía al costado del altar con la máxima pulcritud, delante de varias imágenes de Cristo que diferenciaban el ambiente de afuera con olor a cocina peruana de la parroquia más importante del distrito.
La gran mayoría de fieles no bajaba de los 60 años. Estando en una edad en la que muchos sueños y esperanzas se cumplieron y no se persiguen otros, el ser humano agradece por todo lo vivido y logrado. Ya no hay más que pedir para ellos, conocieron a Dios como varios jóvenes no lo hacen.
Minutos antes de la misa, largas filas de personas se estiraban frente a la imagen para sólo tocarla, rezar y demostrar esa confianza en que el personaje curará los males y llenará las esperanzas. También le arrojaban monedas. En aquella barca donde se encontraba San Pedro Pescador con la expresión de la más pura solidaridad, salían el rojo y el blanco de nuestra bandera, con el recuerdo latente de la participación de Perú en el Mundial, de lo que hoy más se habla, más se vive y se sabe.
Afuera, largas filas para los juegos como el famoso ‘tumbalatas’ y más ‘tómbolas’ y las comidas típicas del Perú a menos de 10 soles. Los que ofrecían las comidas eran muy creativos con su forma de atraer gente: desde las poses con un cartel indicando el plato hasta canciones de la barra peruana versionadas para que compren su ‘salchipapa’. Era una colorida feria familiar que no parecía tener hora de término. Y la fiebre de la época mundialista siempre presente: un hombre disfrazado de Zabivaka, el lobo ruso que es la mascota del Mundial se tomaba foto con cada niño que pasaba, acompañado por su mamá quien pedía la foto.
Luego de la solemne misa, llegadas las 2 de la tarde, la imagen salió en medio de un tumulto. Era peligroso quedarse en el medio, había que cuidarse un poco y dejar que San Pedro haga su recorrido. Fue pasando entre las personas y era aclamada. Pero lo que muchos tardamos en darnos cuenta era en la historia que avanzaba delante de la imagen. La historia hecha personaje.
EL PESCADOR DE OFICIO
Tenía aproximadamente unos 80 años y estaba vestido como pescador. Poseía el mismo traje que José Olaya, pescador de oficio y mártir de la Independencia del Perú, pero con los colores blanco y rojo. La admiración y aplausos que recibía de los que caminaban junto a él, como se lo hicieran a Olaya en vida no dieron lugar a la duda: era su sobrino tataranieto.
Sabino Balandra Pérez conserva con mucho orgullo las tradiciones de su ancestro. La pesca siempre fue su pasión desde que era muy joven. Y la multitud que lo acompañaba esa tarde bajaba junto con él y la efigie de San Pedro aquellas accidentadas pistas, hasta llegar al Mercado Pesquero Artesanal de Chorrillos, donde pasearían en bote. Había que lidiar con los carros que avanzaban en sentido contrario, pero cuya comprensión de la pequeña procesión fue suficiente para la seguridad de los que se desplazaban.
Una orquesta de jóvenes uniformados de negro los acompañaba en su recorrido e incluso la comunicación política estuvo presente: la imagen de Verónica Muñoz de Fuerza Popular para alcaldesa de Chorrillos. La situación cabía preguntar: ¿era el momento necesario para que aparezca el «dolor de cabeza» que suponen los partidos políticos?
Una vez llegados al Mercado Pesquero Artesanal de Chorrillos, las vivas y hurras no se hacían esperar. Del lado izquierdo del muelle, varios niños disfrutaban del frío mar y no les importaba disfrutar de un verano en pleno invierno. Y del otro lado, había pequeños botes que llegaban luego de un buen paseo.
Finalmente, en medio de muchos aplausos sería bajada la efigie de San Pedro hacia un bote, y en otro se ubicaría don Sabino Balandra para emprender un largo paseo que duraría hasta casi el anochecer. En la puerta que daba hacia la última parte del muelle, de rejas celestes había un letrero que indicaba que todo personal que se embarque a los remolcadores deberá abonar su ingreso en 50 céntimos.
Algunos quedaron detrás de esa última parte y no pudieron entrar, pues quien cuidaba la puerta sin ninguna explicación se cerró. La indignación e insultos casi derivan en una pelea y estuvieron a un paso de manchar estas celebraciones en un caos. Algunos intentaron hacer lo posible para que otros entraran: desde los ancianos más discapacitados hasta los niños que estaban sin sus padres. Pero muchos, no tuvieron otra que observar el momento desde lejos y con un encuadre decorado de celeste. Aunque lejos, pero estaban ahí. Y el descendiente de Olaya y la imagen de San Pedro Pescador podrían estar en contacto por unas horas con lo que más aman: el mar.