Escribe: Manuel Pablo Salazar
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Este año ha sido particular para el cine por su escasa cartelera, y aunque extrañamos ir a las salas, ha habido por el contrario una proliferación de series de gran calidad. Para eso están las plataformas de streaming. Lo más inquietante es cuando rozan la realidad.
La política y el cine
Hace veinte años, no era muy común el análisis político de la cultura de masas, menos aún de una manifestación tan popular de ella como el cine. Esto señalaba el catedrático Manuel Trenzado en su artículo El cine desde la perspectiva de la ciencia política (2000). Y si bien esta tendencia ha cambiado un poco en los últimos años, no deja de ser interesante a la luz de los productos más recientes de la cultura de masas, los nuevos mimados, las plataformas de streaming.
Como no queremos arruinarte el disfrutar de series tan excelentes, evitaremos los spoilers. Pero si ya la has visto, sigue delante de todas formas, porque al final hemos preparado algo que puede interesarte.
Lo mejor de la ficción es su libre interpretación, que puede darnos múltiples miradas de la realidad. Esto ocurre con The Boys, la serie del momento, que narra una historia de superhéroes organizados formalmente para la lucha contra el crimen bajo la empresa Vought. Pero más que los superhéroes, en analogía con personajes icónicos de DC y Marvel, los protagonistas son la agrupación que se forma con el propósito de acabarlos, o regularlos. Aquí caben varios paralelos con la sociedad posmoderna, aunque, irónicamente, la historia esté basada en un cómic de los noventa del siglo pasado (con ciertas adaptaciones, claro), pero nos centraremos en lo político.
De hecho, el negocio de Vought constituye todo un mercado en torno a los superhéroes y, como cualquier empresa, de a pocos el espectador descubre sus verdaderos intereses, alejados de la imagen que se proyecta a la sociedad. Lo más particular de su propuesta son los golpes tan fuertes (por lo actuales) que le caen a los medios de comunicación, los políticos, colectivos activistas, y al espectador tanto como a los personajes. Así es, también te manchas las manos y cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.
La política es caótica y tornasolada, hasta que alguien intenta tomarla por los cuernos. Esa es la raíz del conflicto en la trama, así como de las recientes manifestaciones en el país, y de los grandes cambios en una sociedad. The Boys apuesta por una visión realista y a la vez cruda (aunque poco seria) para conseguirlo.
Es paradójico el impacto dirigido también a industrias como la que financia la serie, gigantes del tamaño de la misma Amazon, diversificada en tantos negocios más allá de la industria del entretenimiento. Pero no nos centraremos en ello. The Boys es la historia del hartazgo, de una sociedad hipócrita y, claro, de superhéroes corruptos. Quizá lo más aterrador es que cualquiera podría ser un superhéroe, un destino más realista acorde al comportamiento del poder: no siempre le va a tocar a un hombre de la calidad moral de Superman. En la trama esto afecta a tal punto a un ciudadano común que, de ser alguien “normal”, sufre trastornos emocionales que lo llevan a asesinar a un vendedor en una tienda, por creerlo supervillano.
Sí, tal como el tiroteo del caso Pizzagate, en Estados Unidos, también motivado desde la esfera política, las noticias falsas y ciertos medios ansiosos de morbo —a fin de cuentas, ellos eligen la agenda mediática y, por infortunio, sirven para manipular a la población tanto como para buscar justicia—. Por entonces, se difundió la falsa noticia de que la pizzería Comet Ping Pong era sede de una red de pedofilia presidida por la excandidata presidencial Hillary Clinton. Es lógico, se enfoca más en el comportamiento de la política estadounidense.
Cortos de amor, robots y muerte
En la otra esquina, Netflix lleva ya un buen tiempo encabezando el mercado del streaming, y por ello ha producido series entrañables como Love, Death and Robots, producida en su mayoría por Tim Miller (Deadpool) y David Fincher (El curioso caso de Benjamin Buttom, La red social, Seven, entre otras). Esta vez no es una misma trama sino una serie de cortos animados, concatenados solo por ese título común (Amor, muerte y robots) y sus múltiples interpretaciones, desarrolladas en una temporada.
Un gran episodio se titula El yogurt que conquistó el mundo, y trata sobre una sociedad estancada por la explotación medioambiental que, en un inusitado acierto, logra comunicarse con la bacteria del yogurt, que resulta más astuta que todos los científicos juntos. En solo seis minutos y medio, el corto te transporta y contextualiza en un destino idílico de la humanidad si supiese organizarse, gestionar sus recursos y distribuirlos; el sueño dorado de Marx.
Más que una llamada ecológica, también critica el ímpetu del humano por depredar todo a su paso, su terquedad e impulso autodestructivo. Tan solo, por poner un ejemplo, habría que remontarnos al siglo pasado y la bomba atómica. La incertidumbre reinaba tanto en las potencias como en los demás países. El miedo a la mutua autodestrucción.
“Las películas constituyen un lugar de propuesta de representaciones culturales e imaginarios sociales, que conforman en última instancia la realidad cotidiana y la memoria colectiva”, decía Trenzado. Revisando la tan desdeñada ficción, si es buena, se pueden encontrar respuestas de la verdadera naturaleza del ser humano. La actualidad es solo otro ingrediente interesante de analizar.
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