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Hace veintisiete años, nadie habría imaginado que un grupo de hackers con la máscara de Guy Fawkes (sí, el de Vendetta) alcanzaría tanta notoriedad.
Escribe: Manuel Pablo Salazar-Vargas
Las más recientes acusaciones de parte de los hackers autodenominados Anonymous retoman la vieja discusión sobre la intromisión de las redes en nuestras organizaciones políticas y los mismos movimientos sociales. No parece casual que sus mensajes fuesen difundidos a través de Twitter, una red social caracterizada por la polémica, el activismo, la propaganda computacional o uso de bots con fines políticos, e hilos de discusiones sin fin.
Fake news vs hacktivismo
Lo que la Primavera árabe, el triunfo de Trump y las recientes revueltas en EEUU por la muerte de George Floyd comparten no solo es el activismo político en redes de parte de sus miembros (o sus bots), ni los intentos de censura, en mayor o menor medida, de parte de los regímenes a los que se oponen, sino el hacktivismo.
En el caso más emblemático, Anonymous impulsó la Primavera Árabe en Túnez, que culminó con la huida de su dictador Ben Alí, ayudándolos a difundir los videos que daban cuenta de su situación, sortear el phishing (manipulación para el hurto de información confidencial) y otras técnicas de control al que sometían a los ciudadanos, quienes alzaron su movimiento desde Facebook (descuidada de la regulación del gobierno).
El hacktivismo consiste en la irrupción a sistemas informáticos con un objetivo político, como el doxing, la exposición de información privada con el fin de develar un escándalo en la esfera pública. Pero, ¿cómo se ve afectado su potencial de cambio en medio de la desinformación y las noticias falsas? Según César Lengua, editor y periodista de larga trayectoria en medios, “las fake news son fábricas que mueven millones de dólares, porque son subvencionadas, por un lado, y generan muchos likes, mucho repost: es una industria del mal, de la desinformación”.
¿A de Anodino?
Corría el año 2003 cuando surgieron por primera vez los Anonymous, antes de la masificación de Facebook y la vigilancia de usuarios en redes. Desde entonces, sus ciberataques se extendieron, puestos en ellos los reflectores, junto con un propósito social más firme, bajo la premisa de que “el conocimiento es libre”. El eco de su regreso, tras casi tres años de silencio, no se hizo esperar. A través de un tweet, se inculpó a Donald Trump de encubrir una red de explotación de menores en torno a Jeffrey Epstein, el magnate que se suicidó antes de comparecer ante el tribunal, según la versión oficial.
Para los hackers, el gobierno de Estados Unidos está detrás de asesinato de esta y otras figuras públicas que pudieron develar la estructura criminal, como Mick Jagger, Naomi Campbell, Kevin Spacey y Edward Kennedy, entre otros. Twitter fue la elegida para albergar dichas filtraciones, pero no podía ser de otra forma. “La pandemia ha desnudado la frágil estructura en que se manejaban los periódicos y todos están al borde del colapso”, por lo cual, las personas vierten su interés hacia los medios digitales, afirma Lengua. También han pululado tweets de usuarios con publicaciones de Anonymous que harían alusión a una red de pedofilia, si bien estos quedan para los anales mitológicos del Twitter por no figurar en la cuenta de los hackers.
El mismo Trump no ha podido evitar caer en los intercambios no siempre favorables del hilo de publicaciones en esta red. Como respuesta, acuñó el término de “terrorismo doméstico” para definir las revueltas y saqueos que numerosos estadounidenses realizaron contra el racismo, y que no paran. Se muestra dispuesto a avivar la llama, amenazando con desplegar al ejército, autoproclamándose “presidente de la ley y el orden” y provocando a la turba frente a la que posó con una Biblia. Resulta irónico que el país de las oportunidades y las migraciones, meca del ideal de progreso, sea la primera en oponerse a las diferencias. Por su lado, de los Anonymous se siguen esperando los supuestos documentos que acreditarían toda una red mayor de corrupción bajo el gobierno de EEUU, ¿o también eso formará parte de la mitología de las redes sociales?