Historias desde el fondo del mar.
Por: Daniel Robles Chian
En el mar peruano hay una guerra detenida: navíos de combate, cañones de bronce y balas de fierro se encuentran sumergidos desde hace doscientos años. Jorge Álvarez Von Maack fue un buzo que descubrió esta civilización debajo del océano. En sus cacerías deportivas, encontró famosos buques de guerra sumergidos en el mar peruano. Hoy, a sus 63 años, es un explorador submarino que podría enriquecerse vendiendo las piezas que encuentra. Pero su misión es distinta: Von Maack las dona a museos.
En 1980, Jorge Álvarez von Maack se sumergió en el mar de Chorrillos y, en vez de encontrar lenguados y trambollos, descubrió cañones de fierro y pestillos de bronce que no pertenecían al fondo marino. Entonces von Maack era un buzo que capturaba meros de cien kilos en torneos de pesca submarina en San Bartolo o Ancón. Pero aquel día de 1980, a mil metros de la costa, descubrió pedazos de madera y cañones que pertenecían a un navío hundido que en ese momento no pudo reconocer. Diez años después, cuando Von Maack ya había reemplazado el snorkel y las aletas por libros de historia marítima de hemerotecas de Chile e Inglaterra, el buzo descubrió que esas armas de guerra que había encontrado en el mar de San Pedro pertenecían al navío San Martín, buque insignia de la Expedición Libertadora del Perú. Paradójicamente, el San Martín no se había hundido en combate, sino durante una misión comercial, en julio de 1821, a mil metros de distancia de lo que ahora es el Club de Regatas Lima.
De modo que en febrero de 1993, junto con la Marina de Guerra del Perú, Von Maack volvió a ingresar al mar en busca de nuestro pasado. Esta vez, a bordo de la lancha patrullera Río Piura, no solo encontró pedazos de madera, sino un cañón de bronce que medía más de tres metros. Ese descubrimiento, y la posterior donación del cañón al Museo Naval del Perú, inició la leyenda de Von Maack, el cazador de tesoros que, en vez volverse millonario con los tesoros que encontraba, decidía donarlos a museos en beneficio de la nación. Los periódicos se encargaron de difundir la noticia y directores del Museo Naval del Perú, como Alfonso Aguero, le agradecieron las donaciones y declararon que Von Maack —»era un connotado deportista de caza submarina que había descubierto objetos de valor histórico en la bahía de Chorrillos»—.
Pero en 1996, tres años después de su rescate, el cañón había desaparecido del Museo Naval del Perú. <<Lo encontré en un jardín, frente a la Capitanía del Puerto del Callao, sin ninguna referencia o leyenda que indicase a las personas que ese objeto pertenecía un buque insignia e histórico. ¡Lo habían colocado como un objeto de decoración sin siquiera mencionarme como uno de los descubridores!>>, exclama Von Maack, y se indigna por primera vez en toda la tarde. <<Me daba mucha lástima. Era una herejía exponerlo así. Incluso se me pasó por la cabeza que mejor hubiera sido donarlo a un museo privado>>, reafirma Von Maack, quien se negó a vender el cañón a pesar de que un coleccionista privado le ofreció un departamento a cambio de la pieza. Hoy en día, el cañón puede valer veinte mil dólares si al comprador solo le interesa utilizar el bronce del arma, pero para quienes entienden su valor histórico, esta pieza puede valer mucho más.
Sus hijos, Diego y Percy, lo catalogaron hace algunos años como el “rey de las cartas”. Percy Álvarez, su hijo que ahora tiene 23 años, recuerda que cuando su padre tenía estos conflictos por la defensa de sus piezas, no protestaba gritando o de manera violenta, sino a través de decenas de cartas que enviaba a las embajadas de Chile, Argentina o al Instituto Sanmartiniano del Perú. <<Hasta ahora conservamos cajas repletas de cartas que mi padre enviaba a distintas instituciones. Deben de haber miles. Era su forma de proteger el patrimonio histórico del Perú>>, recuerda su hijo Percy. Finalmente, Von Maack logró que el cañón de bronce vuelva a ser exhibido dentro de la Capitanía del Puerto del Callao, y no en una jardinera. Pero lo cierto es que su pasión por el mar y por dar a conocer sus tesoros sumergidos no comenzó con la arqueología submarina, sino mucho tiempo antes, cuando su padrino le regaló un snorkel y un par de aletas.
Entonces Jorge Álvarez era un niño de ocho años y buceaba en los veranos en San Bartolo. Se sumergía un metro y regresaba al instante a la superficie. Pero con los años, el gusto por el mar fue creciendo y sumergirse un metro no fue suficiente. Así que cuando cumplió veinte años, empezó a practicar caza submarina con expediciones en San Bartolo, Pucusana y Ancón. Durante sus años de juventud, cazaba chitas, ojos de uva y meros. En los torneos de caza submarina, Von Maack llegaba a bucear en el mar durante más de seis horas en un día. Los buzos se sumergían sin tanque de agua, en la modalidad apnea (en donde se aguanta la respiración), y el futuro explorador de buques hundidos debía regresar a la superficie cada 2 o 3 minutos para respirar. Al final de la jornada, se sumaba el peso de todos los pescados y ganaba el equipo que acumulara más kilos. Este era un deporte que podía resultar peligroso para los competidores: <<Tengo amigos que he rescatado bajo el agua. Con mucha pena, los he recuperado>>, se sincera Von Maack.
Sin embargo, no solo fueron los peces los que captaron el interés de Von Maack. Durante estos torneos, que le permitieron al buzo conocer casi toda la costa peruana, él observaba arrecifes artificiales que se formaban en torno a barcos y piezas hundidas. Cuando cumplió 40 años, decidió alejarse de la caza submarina y asimiló el comportamiento de la vida en el mar: <<El mar es una forma de vida extraordinaria. Los seres marinos son puros y todo corresponde a un proceso de evolución: el pez grande se come al chico para alimentarse, pero no matan por placer o competencia. Eso es inconcebible en la vida marina>>, dice Von Maack. De su época como cazador, conserva en su hogar un arpón y en su memoria su récord de pesca: un mero de más de 100 kilos.
Dejar la caza submarina no significó separarse del mar: fue el punto de partida para empezar a encontrar y recuperar esos tesoros que había visto en sus decenas de expediciones en el fondo del océano. Además del cañón de bronce del navío San Martín, Von Maack encontró cerca del puerto de San Juan de Marcona, a cinco metros de la orilla, piezas del buque Rímac, que se hundió en 1855. En una edición crítica de Tradiciones Peruanas (de Ricardo Palma), editada por Julio Ortega y Flor María Rodríguez-Arenas, esta última menciona que Palma estuvo en ese buque cuando se hundió, y que el escritor sobrevivió al naufragio después de <<andar tres días entre arenales pasando la pena negra>>. Von Maack encontró cañones, piezas de bronce, plomo, y una espada que ahora conserva en su hogar. En otra oportunidad, el buzo recuperó restos del buque chileno Covadonga (que combatió en la Guerra del Pacífico) cerca de Chancay. Recuperó dos espadas: una la donó al Museo Naval y otra permanece en su hogar. <<Uno puede pensar que solo es una labor de sumergirse en el mar; pero también es necesario ser un ratón de biblioteca para saber la historia del barco hallado>>, dice el buzo, quien fundó el Instituto Nacional de Arqueología Marítima, INAM. <<Algunos miembros del instituto viajaron al Archivo General de Indias de Sevilla para buscar más información sobre los buques que encontrábamos>>, recalca.
En el mundo, no todos los buscadores de tesoros están interesados en donar las piezas como lo hace Von Maack. Encontrar los restos de navíos extraviados se ha vuelto un negocio tan rentable que hay empresas que se dedican a encontrar y vender tesoros submarinos. Una de ellas es la compañía norteamericana Odyssey Marine Exploration, que tuvo una disputa con España para ver quién debía quedarse con las 500 mil monedas de oro y plata de la fragata Mercedes. La empresa Odyssey encontró las monedas y se estimó que su valor sumaba un total de 500 millones de dólares. Sin embargo, España reclamó a un tribunal norteamericano que ellos debían conservarlas, pues argumentaban que la fragata Nuestra Señora de las Mercedes no era un buque comercial, sino un buque de la Armada española, es decir, un buque de Estado. Incluso Perú reclamó que las monedas les pertenecían, pues argumentaban que estas fueron acuñadas en Lima. Finalmente, España se quedó con el patrimonio no sin llevarse una sorpresa después de realizar la investigación con las piezas: el valor real de las monedas no superaba los 10 millones de dólares, una cifra lejana a los 500 millones que se pensaba en un principio.
<<Hay mucha gente que aprecia las actividades que realiza mi padre. Recuerdo que cuando era chico, el colegio le ofreció becar a Diego, mi hermano. ¿Por qué? Como una forma de agradecimiento por la labor cultural que realiza mi padre>>, dice Percy. El departamento de los Álvarez tiene una decoración ecléctica y está repleto de piezas antiguas, como si se quisiera mantener presente el pasado. Parece un museo ambientado en un departamento. La sala está rodeada por diversos adornos: pequeños piratas de porcelana, una estatua de una esclava mora que es herencia familiar, un colmillo de cachalote, cuadros religiosos, ojos de buey de barcos antiguos, una foto en blanco y negro enmarcada en un cuadro de Jorge Álvarez Von Maack cuando tenía 30 años, otra foto de su esposa pintada con carboncillo y… BONG… un reloj – también herencia familiar – que suena cada hora. Según Álvarez, tiene más de cien años de existencia. Jorge Álvarez Von Maack, un buzo que rescata el patrimonio cultural de nuestro país, es también un coleccionista.
Sus intereses son variados pero guardan un punto en común: descubrir campos poco explorados por las personas de a pie. <<El mar es increíble, sabemos más de Marte que del fondo del mar>>, dice el buzo. También, es un interesado en temas paranormales y metafísicos: tiene una página web sobre ovnis, trabaja con la radiestesia y el péndulo, y es un convencido de que las almas penan en ciertos lugares. Una de sus más grandes satisfacciones es que sus futuros nietos comenten orgullosos sobre todas las piezas que rescató el abuelo. Y que puedan afirmar de que, en vez de venderlas, las donó a museos para que todos los peruanos tengamos acceso a ellas.
Es un mañana tapada de sábado y Percy Álvarez está sentado en el cuarto de la computadora. Hay libros diversos en los estantes que no parecen guardar una temática específica: hay obras de filosofía, pasando por historia, hasta medicina. <<En realidad este cuarto antes estaba repleto de las cartas que enviaba mi padre denunciando atropellos al patrimonio cultural. Pero las movimos al depósito y hemos llenado el estante con diversos libros>>. Percy ha heredado este interés por la arqueología submarina: <<Siempre intento difundir los descubrimientos de mi padre; lo ayudo a crear páginas webs o a grabar videos sobre sus acciones>>, dice orgulloso. De pronto, me advierte que encima de nosotros, en una repisa superior, hay un cráneo que su padre encontró en una huaca. Al parecer, su hijo Percy ha heredado de su padre algo más que el aprecio por el patrimonio submarino:
- Ese cráneo lo encontró mi papá, está ahí arriba desde que soy pequeño – me dice.
- ¿Y por qué lo tienen ahí? – le pregunto.
- En algunas viviendas antiguas conservaban cráneos. Lo hacían porque cuando el hogar se quedaba solo, se veía una luz, que era el alma del cráneo que cuidaba la casa. Bueno, al menos eso es lo que cuenta la leyenda… – culmina.