Por Luiz Carlos Reátegui
Adrián está molesto con Lía pero se muere por ella, su orgullo y soberbia no le permiten doblegarse. Se mantiene firme en su indiferencia como si en realidad eso lo hiciera sentir mejor.
Sufre por dentro pero ríe como un imbécil impostando una mueca delante de sus amigos. ¿Y Lía? le preguntan. No pasa nada. Responde y hábilmente evita el baturrillo pues no le gusta que hurguen en sus zonas inhóspitas, eso podría debilitarlo y hacerlo caer. No necesita ayuda ni consejos de nadie. Él solo puede resolver sus problemas y controlar la situación. Es un titán con el pecho inflamado de ditirambos.
Es diciembre, el año acaba. Espero tu llamada el sábado a las 8pm. Indica el mensaje de texto. Lía le ha pedido conversar y salir para la fiesta del 31. Apaga el celular, su ego se inflama de nuevo. Pasan los días y Adrián no responde. Lía espera paciente la posibilidad de poder conversar. Ha llegado el día, Lía se alista, confía en la llamada; es hermosa, se pinta los párpados color caramelo, se delinea los labios para luego seguir con su peinado; su vestido es fulgurante, de radiante dorado para hechizar a quien pase a su lado, mas ella, solo a él espera. Son las 7:55pm, Adrián mira su celular, no quiere dar marcha atrás, el tiempo corre, su corazón late fuerte. Perdonar es signo de debilidad. Piensa testarudamente. 7:59pm, las pulsaciones de ambos se aceleran a mil.
Es un momento crucial. Busca entre sus contactos con su pulgar derecho, lo posiciona en la letra “L”, tiene el nombre de Lía al frente de sus ojos. El reloj de su sala marca las 8pm emitiendo un sonido particular, esto lo distrae y desatiende el celular para voltear a ver las agujas en la pared. La hora ha llegado. Regresa la mirada sobre su dispositivo y decide presionar el botón de llamada, dirige el dedo para hacerlo pero se detiene. En ese mismo momento, en un universo paralelo, a una distancia de la 10 a la 10 a la 1000, al otro lado de la armonía esférica del cosmos donde según la ciencia de la física cuántica todos los patrones de átomos se repiten exactamente sin excepción, otro Adrián presiona el botón de llamada sin titubear.
El móvil de Lía se activa y ella es feliz. Hola Lía, estoy camino a buscarte, fui un tonto, perdóname. Dice. Sabía que vendrías, gracias. Responde Lía en el universo paralelo pero en el actual Lía llora a cantaros porque no la han venido a buscar, tampoco la llamaron, la dejaron plantada.
El rímel de sus ojos baja por su rostro dejando surcos negros en sus mejillas, sintiendo el amargo de la sal en sus labios. Deshace su peinado y se quita el vestido. Él ha optado por no llamarla. Ha salido a celebrar solo, no se divierte; por el contrario, la extraña; intenta pasarla bien pero no puede, es una noche terrible. Lía no quiere volverlo a ver, han quebrantado de forma irreparable sus sentimientos, recuerda la primera mirada y el primer beso, le castañetean los dientes por el vacío que siente. Aparentemente Adrián no se inmuta, se pierde en el mar de gente y en el sonido febril de la celebración a sabiendas de que hay alguien que lo espera. A millones de años luz de ahí, donde todos los patrones de átomos se repiten sin excepción, Lía y él llegan al evento de fin de año. Me hace bien verte. A mí también. Se dicen ambos, besándose en medio de la multitud, se divierten y bailan disfrutando de estar juntos.
Las personas inician su conteo regresivo, al cabo de unos segundos se desata la fiesta. ¡Feliz año! Gritan. A este otro lado del universo, sin mirar tras de sí, él se sienta sin nadie que lo acompañe en la barra. Lía ahoga el llanto en un profundo suspiro, no hay a quien abrazar de manera especial. La noche va llegando a su fin, la tenue claridad de la madrugada se hace presente.
Adrián se retira del lugar; así como ella, él también la ha pasado mal. Arrepentido se dirige a casa de Lía. Se equivocó, fue infiel conmigo mismo, se engañó al pensar que podía estar bien solo y no fue así, siempre la necesitó. Toca la puerta de Lía. Nadie abre. Joven hace unos instantes vi que la señorita se fue con sus maletas. Dice una vecina del costado. Se queda helado. Al otro lado del cosmos, Lía y él están exactamente en el mismo lugar, acaban de llegar a la puerta. La pasé genial. Yo también. Se despiden. Se besan. Lía sonríe e ingresa a su casa, feliz, pues, la persona que ama le devolvió la esperanza.
Tomar decisiones claves siguiendo el instinto o escuchando al corazón, por alguna misteriosa circunstancia, son las más acertadas porque te pueden transportar a ese universo paralelo donde con las manos puedes tocar el cielo. No tienes que viajar años luz, la felicidad está a una decisión de distancia.
En el universo actual, él intenta sin mucha suerte hacer una llamada a Lía pero ella ha apagado para siempre su celular, para no volver jamás. Adrián se retira y camina hasta la esquina para tomar un taxi. ¿A dónde lo llevo? Pregunta el taxista. No lo sé. Responde. Sube; el taxi avanza sin rumbo y a lo lejos se escucha una canción: …”y el color del final de la noche, me pregunta donde fui a parar, que esto solo se vive una vez, donde fuiste a parar donde estás…”