Por: Daniel Robles
Fuente: Facebook
“Mi padre jamás fue un provocador ni un represor. (…) Mi viejo nunca me impuso nada. Con una libertad que parecía sospechosa, dejó que elija a mis amigos(…) y dejó, incluso, que elija la manera de equivocarme antes de aprender (….) Quizá por eso nunca me levantó la mano y quizá por eso también me lo perdonó todo… éramos muy buenos amigos (…) En 1919, Franz Kafka le escribió a su padre una carta recriminándole por haberle hecho conocer el desamparo y la desesperanza. Algún día, a mi me gustaría escribirle una a mi viejo, pero justamente por todo lo contrario”.
Yo amo a mi papi, Renato Cisneros (CISNEROS (2003). Revista Club Regatas Lima)
En el 2003, el escritor Renato Cisneros escribió esas líneas en una columna titulada Yo amo a mi Papi, que fue publicada en una revista local. La mirada idealizada de su progenitor, Luis Federico Cisneros (apodado “El Gaucho”), así como el hecho de sentirse un abogado público de las acciones de su padre, impedían que Renato profundice en las verdaderas pasiones, contradicciones y grietas de uno de los militares más polémicos de las últimas décadas. Doce años después, Cisneros publica la novela La Distancia que nos separa, una obra que sacude la visión que el escritor alguna vez tuvo del “Gaucho”. Lo logra a través de herramientas literarias y periodísticos que le permiten, más que juzgar o recriminar a la figura paterna, aproximarse a su universo (y su ausencia) para definir su propia forma de estar en el mundo. Y, como toda obra literaria, se sirve de la ficción para elevar la realidad a un nivel en el que sea posible rellenar, a través de la imaginación, los vacíos, dudas y preguntas que el escritor tendrá siempre sobre su padre. Eso que la realidad nunca podrá aborda y que, como dice Vargas Llosa, es la verdad escondida en el corazón de las mentiras humanas.
Comprensión de la figura del padre
En la novela, Renato Cisneros no asume el papel del reportero que interpela al exministro de Guerra y del Interior. Ya hemos mencionado que no se trata de un ajuste de cuentas. Si bien es inevitable que Cisneros recapitule dentro de la ficción que significa el libro diversos apuntes de medios de comunicación que criticaban la polémica gestión de su padre (coloca muchas citas y noticias tal cual estuvieron escritas en la vida real), el autor busca ir más allá. Quiere conocer el lado humano que ningún micrófono fue capaz de descifrar cuando se ponían delante del Gaucho. Es así como el narrador revela un aspecto de la personalidad de su padre (personaje de la ficción) desconocido para él y que le sirve para entender un poco más su propia forma de ser:
“Mi padre había sufrido una enfermedad nerviosa de la que ni yo ni mis hermanos ni mi madre supimos nada. Curiosamente durante mi adolescencia (…) nadie entendía de dónde podía haber heredado yo semejantes debilidades (…) En la radiografía que hace Fernán, el Gaucho es alguien inferior, desorientado, tímido”
La novela es una especie de catarsis en donde el autor enfrenta sus miedos y recuerdos más íntimos y los expone a través de sus personajes literarios. En la introducción, se citó un texto en el que Cisneros aseguraba que su padre nunca le puso las manos encima. Pues en la novela, el narrador desenmascara esa versión – en el terreno literario – cuando narra cómo se recuerda, de niño, forcejeando con su padre. Él, escondido detrás del armario, usa todas sus fuerzas para evitar que el personaje del Gaucho pueda abrir la puerta y castigarlo. Sin embargo, queda desarmado cuando escucha el desprecio que tenía su padre por él en ese momento: “Así que tenía fuerza esta cucaracha”, escucha. En otros pasajes de la novela, admite cómo le persigue la idea de que su padre haya mandado a ejecutar a alguien directamente, aceptando así las medidas represivas y autoritarias de su padre. Si bien es necesario recordar de que todo lo relatado sucede en el plano literario (y, como consecuencia, puede ser una ficción), por las declaraciones de Renato Cisneros de carne y hueso se puede inferir que gran parte de lo narrado son vivencias reales y propias.
Como bien menciona Cisneros, él busca una forma de reconciliación con la figura de su padre. No todo es negro o blanco: existen matices. Son estas contradicciones las que le dan un impulso vital a la novela: hay admiración y rechazo; empatía e indiferencia. Por ejemplo, a pesar de ser un padre autoritario, el hijo siente admiración por él y le encanta que los padres de sus amigos sepan que es hijo del gran Gaucho Cisneros. Se siente empoderado, orgulloso, distinto. Pero, más adelante, siente vergüenza cuando descubre a su padre demasiado anciano en comparación con los padres de sus amigos. Y se cuestiona y tortura mentalmente cuando compara los referentes de su tío Juvenal (Borges, Vargas Llosa, Cortázar), con los de su padre (Videla, Pinochet, Kissinger). Solo así el narrador tiene un acercamiento más real, más humano y más tangible a la figura de su padre y de esta forma, logra entenderse más a sí mismo. En la novela, se escribe:
“”Si quiero entender a mi padre debo identificar nuestros puntos de intersección, iluminar las zonas oscuras, buscar el contraste, resolver los acertijos que con el tiempo fui abandonando”
Para Cisneros, esta búsqueda (y esta novela) no tiene una función terapéutica, sino que solo brinda un alivio fugaz. Pronto, despierta más preguntas y dudas que buscan ser respondidas.
Ficción, al fin y al cabo
Algunas personas cercanas a la literatura nacional le han criticado a Cisneros que no haya tomado una postura crítica con su padre, un ministro durante la dictadura de Francisco Morales Bermúdez. Sin embargo, olvidan que la novela es una ficción, no es una autobiografía. Por ende, lo que piensa el narrador no es necesariamente lo que piensa Cisneros; y si incluso fuera así (como probablemente lo es), no se le puede exigir esto a Cisneros porque no se trata de un reportaje periodístico, sino de una pieza literaria que, además, busca comprender y no juzgar. El narrador Cisneros (personaje literario) lo explica en un extracto del libro; y el Cisneros de carne y hueso lo refuerza en una entrevista a la revista del Club Regatas. El Cisneros narrador menciona que no quería hacer ni un perfil ni una biografía porque “necesitaba llenar espacios blancos con imaginación porque mi padre también está hecho – o sobre todo está hecho – de aquello que imagino que fue, de aquello que ignoro y que nunca dejará de ser pregunta”. En la entrevista a la revista, dice que ese Gaucho de la novela es uno que ha sido trasladado al terreno literario, con actitudes y frases que son invención suya; que no es el mismo que el que deambulaba por la casa de Monterrico (Revista Regatas (2015). Entrevista a Renato Cisneros: 48-49). Si su padre había regido el mundo de su hijo con una serie de normas, ahora el escritor Cisneros lo llevaba a su mundo y lo hacía actuar bajo sus propias normas (literarias).
Además, como bien dice Mario Vargas Llosa en La Verdad de las Mentiras, desde el momento en el que los recuerdos y vivencias se traducen en palabras, surge una profunda modificación de lo ocurrido: se escogen y descartan ciertos momentos, se utilizan y desechan ciertas palabras (Vargas Llosa (1996):9). Es una modificación que convierte los hechos en palabras.
La Distancia que nos separa es una obra de autoficción en la que el autor saca a relucir el rostro más humano de una relación entre un padre y un hijo. Es una narración que, a través de una historia particular entre un hijo escritor y su padre militar, aborda la temática universal de la autoridad y relación con cualquier padre. Es una historia que no solo habla de Cisneros, sino también habla de cada uno de nosotros. Si Honoré de Balzac decía que la ficción era “la historia privada de las naciones”, la autoficción se sumerge en una capa más íntima: es el universo oculto de cada individuo de una nación, quienes sacan a relucir – con alteraciones, exageraciones, anhelos y temores de por medio – eso que llevaban tanto tiempo escondiendo del resto.