Cómo cubren los periodistas un evento como la liberación de una terrorista. En la siguiente crónica, ellos son los protagonistas.
Texto y fotos: Germán Olano
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Un arenal, vehículos estacionados al lado del camino, una tranquera, varios policías, dos centros penitenciarios, señoras vendiendo comida y periodistas. Estos elementos se convertían en parte de la composición como si se tratase de un gran bodegón esperando la toma. Pero, la toma no estaba ahí. La verdadera noticia se encontraba dentro del Penal Piedras Gordas 2 y los periodistas soportaban el sol y la arena en una más de sus odiseas.
El acceso era complicado. Después de más de una hora en auto, se debía solicitar el servicio de una moto taxi si no se contaba con vehículo particular. Después de unos 5 minutos, o un poco más, el bodegón se podía apreciar mejor. Los autos estacionados estaban identificados con el logo de los medios de comunicación a los que pertenecían.
A la 1 de la tarde, algunos periodistas se encontraban sentados, conversando, revisando equipos o preparándose para hacer alguna emisión o grabar hasta al más insignificante montículo de arena. Todos hacían lo mismo porque no tenían que hacer. De pronto, un vehículo salió del penal con una persona en el asiento de atrás que cubría todo su cuerpo. Los aburridos fotógrafos y camarógrafos rodearon el vehículo, pero 30 segundos después se dieron cuenta que el vehículo no importó.
Una periodista comenzó una transmisión en vivo e interrumpía la toma de otro que, mientras armaba un trípode, solo alcanzó a decir “por las huevas estudian 5 años en una universidad. Te apuesto que se queda ahí y nos jode a todos”. No habían pasado ni dos horas y todos los periodistas estaban condenados al desierto. El sol era intenso y la única protección de su luz se encontraba en forma de sombrilla, la misma que protegía los productos que vendía una señora. Muchos reporteros aprovecharon para comer y conversar con las comerciantes sin nada más que hacer.
De pronto, las plegarias de aburrimiento y cansancio se hicieron oír. Un grupo de víctimas del terrorismo aparecieron en medio del terreno árido y, con carteles en mano, se oponían a la liberación de Martha Huatay y las cámaras los rodeaban para tener alguna nota o foto. El silencio no existía, los propietarios de los carteles gritaban, los periodistas los llamaban para que miren hacia sus cámaras y, sin darse cuenta de un detalle, una de las corresponsales quebró el ruido con un llamado “Señor ¿Puede levantar el cartel por favor?”. Todos observaron cómo el hombre, sin una mano, intento sostener la cartulina que recordaba el atentado en Miraflores.
Caía la noche y no había más acción. Algunos periodistas se alejaban un poco para intentar conseguir señal, otros revisaban sus equipos, algunos dormían y otros recién llegaban para hacer relevo a sus agotados colegas. El personal del INPE formó una línea de seguridad y eso despertó a los reporteros. Las cámaras comenzaron a ordenarse cerca a la tranquera y a espera cualquier noticia. Algunos compañeros usaban radios para comunicarse con sus lugares de trabajo y así ser informados. Uno de los que usan una radio le dice a un reportero “habla, habla”, el reportero se dispone a probar el micrófono repitiendo “hola” y el de la radio grita “¡No huevón, estás en vivo!”.
Un vehículo se acerca y sorprende a todos porque era el que recogería a Martha Huatay. En eso momento comenzó el espectáculo. La fiesta de empujones y flashes creaban una danza en la arena y alrededor del vehículo. Una mano se estiro y logró abrir la puerta del copiloto. Dos con micrófonos en mano se introdujeron en la propiedad privada y, el anciano copiloto, solo respondió con puñetes y empujones. Después, otro periodista tocaba el vidrio del auto para preguntarle la misma pregunta que ya le hicieron 30 veces “¿Viene a recoger a Martha Huatay?”. Otro periodista solo dice “no te va a decir que si huevón”.
Finalmente, el evento principal se asomaba con un trapo en la cara, lentes oscuros, una silla de ruedas en el asiento de atrás del vehículo y en lágrimas. La tranquera se abrió, un periodista, dos periodistas, todos. El vehículo avanzaba y todos luchaban contra la máquina para poder conseguir la foto de su rostro o el video del mismo. El personal del INPE comenzó a empujar y un camarógrafo se fue al piso. Otros periodistas subieron a una camioneta que su puso delante del vehículo de la terrorista para impedir su avance. Luego, en un momento de descuido, el auto se escapó de los periodistas y salió del arenal. Muchos reporteros no lo pensaron y siguieron con sus autos el vehículo que sufrió el periodismo. Todos, menos uno. Un pequeño vehículo blanco seguía estacionado “se va a meter a un garaje y no le vas a poder ver la cara, sería ir por las puras”.