“Queremos que la gente sepa de dónde venimos, porqué lo hacemos”
Escribe: Diego Lizarraga // Fotos: Alexa Carpio Follow @PS_UPC
El Colectivo Shipibas Muralistas es un grupo de mujeres provenientes de Ucayali que llegaron a Lima en busca de un mejor futuro. Cada una tiene su propia historia y una de ellas es la de Milka Franco, la cual nos cuenta su dolor causado por el terrorismo y cómo escapó con su familia de una muerte segura cuando tenía veinte años. A pesar de ya llevar un buen tiempo en la capital, los ingresos no eran los esperados. Peor aún, con una pandemia de por medio. Sin embargo, ella fue participe de la creación de un grupo artístico que expresa su cultura indígena y busca cambiar la vida de las personas. A continuación, su historia.
Cuando usted inicia con el colectivo Shipiba Muralistas, ¿cómo contacta con las demás mujeres que participan en esta iniciativa?
Nosotros somos un grupo de madres artesanas de la comunidad, somos treinta de madres. De ese número, antes veníamos trabajando, pero a partir de la pandemia busco la forma de salir a trabajar. Entonces en nuestra casita cultural nos reunimos y les comenté a las chicas sobre la idea de hacer el colectivo y les pregunté sobre quiénes quieren trabajar. Esa era la única forma de hacer nuestra arte y ganar algo de ingreso por ello. Somos inteligentes, somos trabajadores, tenemos nuestra arte. Llevamos nuestra cultura en nuestras venas y tenemos que compartirla. Poco a poco la noticia se fue expandiendo, aunque había madres que tenían hijos muy pequeños y tenían miedo de salir a las calles. Las chicas que están trabajando ahorita son muy valientes.
¿Un poco arriesgado, no?
Con todo el riesgo, yo les dije hay que hacerlo. Hay que arriesgar. Hay que buscar la manera de cómo tener nuestros ingresos. Otra señora me dice Milka, ¿qué hacemos si nosotras no tenemos materiales, ni pintura para hacerlo? Yo le dije, mira nunca hay que ser negativas, siempre positivas. Yo hablé en ese momento con Francesco (gestor) y me dijo que iba a conseguir esas cosas. Esa era la coordinación por un mes, pero yo le daba la idea a las chicas de lo que se venía. Estábamos esperando ese momento. Las chicas me decían dinos cuándo te reunirás con él. Había mucha desesperación. Muchas de las familias estaban contagiadas por covid y no había plata para la medicina.
¿Se podría decir que Francesco surge como un salvador?
Sí, se podría decir. Francesco es una persona que nos ha ayudado en muchas cosas y de muchas maneras. Sin conocernos, él era una persona en la que yo confiaba en él y él confiaba en mí. Entonces fue una conexión positiva de ambos. Francesco me decía para abrir una cuenta para recibir ayuda y yo le decía hay que hacerlo. Nos tratábamos como hermanos. Nos transmitíamos nuestras energías positivas. A veces cuando yo lloraba, él me decía “Milka tranquila que vamos a hacer cosas muy bonitas, vas a ver”. Me daba los ánimos cuando estuve en los suelos. También viceversa, cuando él se sentía mal, yo lo ayudaba. Todo era por video llamada hasta que le digo para vernos en persona. El 20 de agosto a las ocho de la mañana en Chorrillos, me acuerdo muy bien de esa fecha, nos vimos. Las chicas y yo le decíamos que nos ayude. Y así fue como creamos nuestro Instagram y poco a poco fuimos creciendo. Nosotros comenzamos a compartir nuestra cultura a través de los murales. Queremos que las personas nos conozcan cuando miren nuestra arte.
Detrás de cada mujer del colectivo hay una historia sobre su inmigración. ¿Bajo qué circunstancias dejas Ucayali para comenzar una nueva vida en Lima?
Yo vine a Lima a los veinte años. ¿Cuál fue mi motivo? Fue por el terrorismo, porque mi padre ha sido perseguido por los terroristas en mi comunidad y mi papá nos trajo para escaparnos. Mi padre era jefe de la comunidad y los terroristas querían crear un comité base en mi comunidad y querían llevarse a los jóvenes y él no lo permitía. Por eso a él lo buscaban para matarlo. Me acuerdo de una noche que mi papá nos dijo para escaparnos en una canoa. Fueron años muy difíciles y tristes. Es ahí donde comienzo a trabajar. Yo quería estudiar, pero no pude y me dedique a la artesanía. Siempre tratando de ayudar a la familia. Cuando llegué comencé siendo ambulante.
¿Se podría decir que de muy chica viviste mucha violencia?
Muchísima violencia. Yo viví en carne propia el terrorismo. Los terroristas nos buscaban hasta en nuestras camas para poder hacer una reunión. A todos nos reunían en una cancha y sabíamos que una vez adentro, no podías salir. A veces los veíamos asomándose en sus botes y escapábamos cuando se atracaban. Nosotras corríamos hacia el monte o en el colegio también huíamos. Son historias muy tristes. A raíz de eso mi papá no quiso vivir más en la comunidad.
¿En ese momento fue cuando escaparon en canoa?
Sí. Mi papá nos sacó seis, siete de la noche. Primero llegamos a Pucallpa con mi hermano y después ya partimos a Lima.
¿Fue algo repentino o ya estaba planeado?
Sí, ya mi papá había planeado para salir de ahí, porque no era una sola vez era algo constante porque mi papá era jefe de la comunidad y lo querían matar. A él le decían que tenía que aceptar todo lo que ellos decían y él se negó. Mi padre reunió a toda la comunidad y les contó lo que ellos tramaban. La comunidad se opuso y los terroristas casi lo matan. Una vez casi lo asesinan. Un día mi madre lo tuvo que esconder entre un montón de ropa para que pueda escapar y era algo constante.
¿Surgió el escape, se van a Pucallpa y después van a Lima?
Sí, después a Lima. Cuando nosotros llegamos a Pucallpa, fuimos a la casa de mi hermano que ya vivía allí. Pero la casa era muy chica y nosotros dormíamos en el piso. No teníamos dónde ir…la historia era muy fuerte.
Adentrándonos al arte, ¿de qué manera su arte se relaciona las ideas de sanar, compartir y resistir?
Nosotros compartimos nuestra arte kené con la gente en diferentes espacios. Queremos con la gente sepa de dónde venimos, porqué lo hacemos. Cada pieza significa que te transmite la energía positiva. ¿Resistir por qué? Resistimos haciendo y muralizando nuestra arte a pesar de la pandemia A pesar de que venimos de Ucayali y que somos miembros de la comunidad shipibo-konibo, estamos resistiendo aquí en la capital. ¿Cómo lo estamos sanando? Mediante nuestros patrones, mientras nuestros diseños kené, el cual son canales de la medicina. Entonces todo eso lo plasmamos para compartir.
¿Cómo usted llega a conectar con el arte? Algunas mujeres lo hacen por un tema de herencia materna. ¿Cuál es su caso?
Mi caso es gracias a mis abuelas. Mi mamá me cuenta que el día que yo nací, mi abuela me sanó el ojo con unas plantas, una raíces. Yo crecí así y conforme pasaban los años mi mamá me daba una tela para ver si ya tenía el diseño en mi cabeza. Entonces así es como yo vengo aprendiendo y diseñando. Mis abuelas fueron las maestras y sabías.
¿Cómo le transmite esa enseñanza a sus hijos?
Enseñándolos. Dos de mis hijas nacieron en Pucallpa y dos de mis hijos en Lima. Pero, yo les transmito la cultura a todos mis hijos, están aprendiendo. Están muy orgullosos de sus orígenes.
Estamos hablando de dos casos diferentes, ya que uno allá (en Pucallpa) tiende a recibir más la cultura a comparación del que vive alejado a ella, ¿o no es así?
Gracias a dios que con mis hijos no. Mi hija me dice “mamá, yo donde voy sé que soy shipiba”. Hay muchos jóvenes que se sienten avergonzados por su cultura. ¿Por qué? Quizás tal vez porque en la universidades o colegios existe mucho bullying. Entonces no quieren identificarse con la cultura.
¿Alguna vez sus hijos sufrieron algún problema de este tipo por sus orígenes? Lamentablemente, hoy en día es un caso bastante común que termina con la persona avergonzándose de su origen.
En el colegio donde hice estudiar a mis hijos yo siempre le dije a la directora que soy de la comunidad shipibo-konibo y que mi hijo habla shipibo. Lo decía porque a veces hay niños malcriados y no me gustaría ver que a mi hijo lo molesten. Gracias a dios nunca ha pasado. Pero en otras partes con otras madres he escuchado que sí. A nosotros también nos ha pasado eso con adultos y es horrible. Les trato de inculcar a mis hijos que se sientan orgullosos.
El objetivo principal del colectivo es lograr un cambio en la sociedad, ¿qué clase de cambios buscan hacer?
El objetivo principal del colectivo es seguir muralizando, quizás cambiar no. Pero sí, enseñar nuestra arte. Decirle a la gente que nuestra arte tiene mucho valor. El objetivo de nosotros es que el público sepa más de nuestros orígenes, nuestra cultura, de las mujeres indígenas. Queremos sentirnos empoderadas compartiendo y enseñando nuestra arte. Quizás no cambiemos su mente, pero si queremos curarlos con nuestros diseños kené, bordando las telas y haciendo nuestros murales. Nos encontramos con todo tipo de gente. Personas buenas y malas. Muchos nos dicen que saquemos nuestra arte, que malogramos las paredes. Yo les digo parece un ratito y mire. Las personas después terminan regresando, nos piden disculpas.
¿Cuáles han sido los problemas más grandes del colectivo internamente?
Hasta ahora, ninguno. Todas trabajamos en armonía. Tal vez problemas chicos nomás en algunos diseños con el color o algo así. Todas nos unimos y enmendamos el error, lo corregimos. Sólo esos detalles y nada más.
Si deseas saber más sobre la historia de esta comunidad puedes escuchar el reportaje sonoro elaborado por María José Mellado Ruíz aquí.