El ser humano va por la vida en aprendizaje permanentemente, con virtudes y defectos, con certezas y dudas, con logros y fracasos, con derrotas y éxitos. En el caso del deporte aquel propósito no es ajeno a las cuestiones planteadas, todo lo contrario, este es un espacio de crecimiento, introspección y formación con diversas variantes. En tanto, están las personas que se plantean la práctica del deporte como una competencia, están los otros que realizan una o varias disciplinas por placer, para conservar a los amigos o porque contribuye a mantenerse saludablemente.
Escribe: Alejandro Gonzales
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Con el tiempo y con la propia experiencia en los años, el deportista ha evolucionado su concepto de alimentación, concentración y, en efecto, entrenamiento. Y sería engañarnos si afirmamos que todos los deportistas aplican y pertenecen a este cambio de sistema, como llamaré, de alto rendimiento. Pues, la preparación es distinta para cada uno desde cualquier perspectiva.
He aquí el inicio del valor deportivo como incentivo y superación. El valor deportivo es una emoción agregada. Es un alcance que el mismo deportista debe construir —y trazar— a base de identidad y reconocimiento directamente con la disciplina que eligió. El valor en el deporte puede influir en las actitudes y comportamientos de las personas, a través de los valores que transmite: esfuerzo, superación, perseverancia, igualdad, respeto, deportividad, solidaridad y compañerismo, éxito personal y colectivo, entre otros muchos. Claro está, el valor deportivo se encamina con la actividad física intensa que predisponga el atleta para su evolución.
Ahora bien, ¿cuán importante es el entorno de un atleta? Un ejemplo esclarecedor es la película ‘Yo, Tonya’; una vida envuelta en excesos y un entorno poco sabio para alimentar el potencial de la atleta estadounidense. Tonya Harding, campeona nacional de Estados Unidos 1991, fue una patinadora exquisita en la década de los 90. Entregada a su oficio, intentó rescatar su talento y escapar de una inestabilidad familiar y amical que abrumaba su pasión. Pero no lo logró. Ese entorno podrido y envenenado sería la causante de desapropiarla de los próximos campeonatos olímpicos de su época. Harding, en medio de un matrimonio fallido y una relación rota con su madre, encontraría el vacío.
Limpiar las capas sociales de un atleta puede resultar complicado. Más aún si estas capas adhieren en el recato mental del atleta. En estos casos, sostengo, debe anteponerse una capacidad de entendimiento por parte del comando técnico (entrenador, preparador físico, psicólogo, etc.) y el propio atleta. Con esto, recuerdo una frase mítica de Alex Ferguson, exdirector técnico del Manchester United, que admite una gran carga de responsabilidad en los atletas: «Los mejores poseen una capacidad para el esfuerzo muy arraigada y saben intuitivamente que, si se une el talento y el trabajo, se consigue mucho».
Así, el deporte debe capitalizarse como una verdadera instancia de ampliación de las oportunidades que a través de él llegan. Aquí, el no bajar los brazos, la no resignación y la mítica frase ‘no se puede’, son cuestiones que en un deportista debe evitar en la medida de lo posible. En este sentido, Perú es un país donde el deporte, a pesar de la limitante de la infraestructura para el desarrollo de las diferentes actividades, se logra —dentro de limitaciones— consolidar y crecer con una notoria apertura a la práctica de nuevas disciplinas. A través de los líderes de barrio, organizaciones no gubernamentales, hacedores deportivos, los clubes, el estado, etc. el deporte continúa siendo un ámbito saludable para todos y de interacción comunitaria de forma permanente. Como señalaba Pablo Castellanos en el 2001, debemos considerar el deporte como «un bien, cuya producción, consumo, financiación y gestión responde a criterios de racionalidad económica”, y como un “instrumento más de empleo de recursos humanos».
De pronto, aparece la gestión deportiva que también protagoniza un papel importante para la formación del deportista. Sin esta, es poco probable potenciar la emoción y el rendimiento de estos porque en eso se basa el rol de la gestión deportiva: el gestor deportivo también debe saber resolver cualquier situación que se presente entorno al deportista, para que cualquier problema no se vea reflejado en su ámbito competiciones.
La persona —el deportista, antes, y en cualquier contexto, es persona— que proteja y blinde su entorno, mientras tenga un propósito, tendrá caminos para destacar entre tantos. Los deportistas ubicados en las favelas, por ejemplo, de Brasil han necesitado, además de voluntad, de un gestor que esté en constante preocupación por su evolución personal y deportiva. ¿Será que el entorno de Tonya no funcionó de manera óptima para destacar aún más?
La gimnasta Rebeca Andrade fue una de las privilegiadas que participó con la delegación de Brasil en las Juegos Olímpicos de Río. Rebeca abandonó el seno familiar para cumplir su sueño, después de haber recibido una oferta del famoso club deportivo Flamengo, de Río de Janeiro. Aquí se refleja lo vital que puede ser la conducción del gestor deportivo para los deportistas en zonas vulnerables. Otros, como Pelé, Romario o el luchador Anderson Silva también son representantes de este contexto que, no tan solo a Brasil, afecta a millones de deportistas.
El deportista al tener todas estas armas tendrá la capacidad mental y física necesarias para aumentar su crecimiento personal y, además, profesional. El creer en ellos —sumándole su potencial— es factor clave para crear confianza en ellas y ellos. Claro está, el impulso e interés del Estado (en nuestro caso, Perú) es de vital importancia para alcanzar, también, puestos importantes y resaltantes en cualquier disciplina.