En el Instituto Nacional de Ciencias Neurológicas de Barrios Altos, se esconde una joya de la investigación médica única en el Perú. El Museo de Neuropatología está compuesto por una colección de más de dos mil cerebros e información patológica clave para la investigación neurológica del país.
Por: Mariana Gálvez y Sebastián Fernández
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En 1669, el Refugio de los Incurables nació como un lugar para los desahuciados. Fray José de Figueroa, según la leyenda, estableció el espacio por encargo del mismísimo Jesucristo, quien se le habría aparecido encarnado en uno de los mendigos que el religioso curaba. Después de ese suceso, el convento de San Agustín en Barrios Altos se convirtió en el Refugio de los Incurables, un hospital para recibir a aquellos pacientes que padecían enfermedades que no tenían cura en la época.
Por lo desesperanzador del nombre del hospital, en 1937 se cambió a “Hospital Santo Toribio de Mogrovejo”. En tiempos más recientes, el centro médico es conocido como el Instituto Nacional de Ciencias Neurológicas (INCN), una entidad organizada por el Ministerio de Salud del Perú. A la fecha, el centro se ha convertido en uno de los institutos claves en desarrollo médico especializado y sus profesionales han sido galardonados múltiples veces por su labor en neurología.
El INCN actualmente cuenta con 12 centros básicos de investigación en neurología y neurocirugía, dedicados a impulsar la formulación y fortalecimiento de proyectos de investigación en sus respectivas especialidades. También, el instituto ha establecido el Premio INCN a la Investigación en Neurociencias, un premio anual dirigido los neurólogos destacados en la investigación en el rubro.
No obstante, el aporte más interesante del INCN a la investigación peruana es el Museo del Cerebro (también conocido como Museo de Neuropatologías). Un espacio que representa más de ochenta años en autopsias y diagnósticos neurológicos en el Perú.
El museo
A principios del siglo pasado, alrededor de 1930, el doctor Óscar Trelles inició el proyecto que hoy en día es celebrado a nivel nacional e internacional. Trelles realizaba viajes constantes a Francia, la cuna de la neurología, y permanecía ahí por unos dos o tres años. Luego, regresaba al Perú para impartir los conocimientos adquiridos en tierras europeas. Por este motivo, la mayoría de los incurables del hospital empezaron a ser pacientes con males neurológicos. “Desde esa época, cortaban los cerebros y los examinaban en el microscopio”, afirma la patóloga Diana Rivas, actual directora del museo.
Pero la historia de este museo empieza realmente con la llegada del doctor Luis Palomino, también neurólogo de profesión. Es el doctor Palomino quien, desde la década de 1960, empezó a almacenar los cerebros de los pacientes autopsiados en el hospital. Por aquellos tiempos, el museo estaba reservado para los médicos y estudiantes de medicina. “Cuando yo era alumna general era casi una obligación venir aquí”, recuerda la doctora Rivas, quien lleva veinte años dirigiendo el museo. “Confieso que antes no le hacía mucho caso al museo”, dice la directora. Fue cuando llegó esto de los cuerpos humanos modificados. Los cuerpos estaban excelentes, se veían como en una autopsia, pero los cerebros estaban muy deformados. Ahí me di cuenta que este museo era importante”. Y fue en ese momento, más o menos en el 2005, que la doctora decidió que era vital abrir las puertas del museo al público en general.
En la actualidad el museo almacena más de 2,000 cerebros y exhibe unos 180. En él, se pueden encontrar las enfermedades neurológicas más comunes que afectan al ser humano y también algunas de las más extrañas. Por ejemplo, la enfermedad de Creutzfeld-Jakobs, también conocida como la enfermedad de las vacas locas. Los pacientes aquejados por este mal presentan síntomas como depresión, alucinaciones y delirios, que son seguidos por la ataxia (rigidez o falta de control del movimiento de los miembros) y desembocan en un cuadro de demencia. La enfermedad puede ser producto de contagio o de mutación genética y sus víctimas suelen fallecer luego de un año. “Es un cerebro atrófico, pequeño. Si un cerebro normal pesa un 1.2 kilos, estos pueden llegar a pesar 700 gramos. Se da uno por cada cincuenta millones de habitantes”, explica Rivas. Otra enfermedad extraña que se puede encontrar en el museo es la arteriopatía cerebral autosómica dominante con infartos subcorticales y leucoencefalopatía, conocida por sus siglas en inglés como CADASIL y cuyos síntomas incluyen la migraña con aura y la demencia. Usualmente los pacientes viven por 20 años luego del diagnóstico, pero la enfermedad no tiene cura. Se produce una vez por cada cinco millones de personas.
Otro de los grandes atractivos del museo es su sección de fetos con malformaciones congénitas. Allí, los visitantes del museo pueden aprender sobre enfermedades como la ciclocefalia, también conocida como ciclopía; la hidrocefalia, el crecimiento excesivo del cerebro y la microcefalia, el crecimiento insuficiente del mismo órgano.
El museo también alberga artefactos científicos del siglo pasado: una máquina para cortar materia orgánica, una cámara fotográfica para capturar los cortes cerebrales y un antiguo microscopio. Estas reliquias, sin embargo, son a menudo diezmadas por los visitantes del museo, quienes suelen llevarse las partes pequeñas de estos artefactos, como por ejemplo el visor de un microscopio. A pesar de su fama, el museo cuenta con tan solo un guía, quien, por estos motivos, también tiene que hacer las veces de guardián de los cerebros.
La directora Rivas menciona que el financiamiento del museo viene muchas veces de aportes voluntarios y auspicios, ya que el establecimiento está comprendido dentro del InstitutoNacional de Ciencias Neurológicas y no tiene un presupuesto propio. Además, las donaciones son mayoritariamente de formol, insumo clave para la preservación de los cerebros. Este se evapora y, por ello, debe ser repuesto en cortos periodos de tiempo. “Ustedes ven que los cerebros están en reposteros, en frascos como de harina, de azúcar. Y los conseguimos por que son donaciones”, dice la doctora Rivas.
Este museo es una rareza, pues es muy poco común ver tantos tipos de cerebros almacenados con una conservación tan similar a su estado natural. Por ello, hasta el local de Barrios Altos han llegado médicos, periodistas e investigadores de todas partes. Por ejemplo, la doctor Diana Rivas recuerda periodistas que “han venido desde Australia y de China. Llegan con intérprete”. Lamentablemente, su directora confiesa que su financiamiento depende únicamente de la ayuda y buenas intenciones de la dirección del Hospital.
Cómo visitar:
El museo se encuentra dentro del INCN en el jirón Áncash 1721, Barrios Altos.
La atención es de lunes a sábado, de 7 a.m. a 1 p.m.
Los precios de las entradas son los siguientes:
- general S/5
- estudiantes de colegios públicos S/2, privados S/3
- universidades nacionales S/2 y privadas S/3.
Revisa la línea de tiempo del INCN y el Museo del Cerebro aquí.