Redacción: Salvador Candia
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Con una franja roja en la parte superior y otra azul en la parte baja, la bandera haitiana flambea representando la lucha en rechazo a los franceses por los años que fue colonizada, por ello es que no figura el blanco en ninguna parte de ella. Haití fue el primer país americano del Caribe en lograr su independencia en el año 1804, trayendo alegría a sus habitantes que servían como esclavos azucareros cuando la invasión europea se encontraba en su punto más álgido. Pero también significó el inicio de pobreza en su sociedad haciéndolo hasta hace poco el país más pobre de la región americana. La historia haitiana se vería mucho más afectada cuando en enero de 2010 la Escala Richter registró uno de los peores azotes a tan solo 15 kilómetros de distancia de la capital, Puerto Príncipe, dejando a 316 mil fallecidos y más de millón y medio de personas sin hogar.
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-Buenos días, chicos. El día de hoy tenemos un invitado, así que pórtense bien- comentó Jaime a sus estudiantes del curso de Edición de Publicaciones del Instituto San Ignacio Loyola refiriéndose a mí. Los jóvenes, con rostros aún somnolientos por ser las siete de la mañana y tener que estar presentes en un curso de redacción y diagramación de textos para la revista de su universidad, sonrieron a medias. Jaime tomó asiento y posó los libros regordetes de Henry Kissinger que cargaba en sus brazos sobre el escritorio y luego su mochila azul eléctrica marca Columbia al lado de su asiento. Dióse una pausa en ese instante antes de revisar los textos de sus alumnos y conversó con ellos sobre las diferencias entre la información y la opinión haciendo énfasis en la segunda forma. Señaló que los periodistas que marcan la pauta no son los que informan, sino los que opinan.
Revisaba los textos que los estudiantes habían redactado y, con actitud pasiva, los corregía y hacía críticas de que necesitaban hacer más trabajo de reportería y corroboración de datos porque se encontraban fuera de contexto o poco sustentados. Los jóvenes, por su parte, sentían el pesar de lo que ello significaba.
Jaime Cordero es periodista. Cuando terminó sus estudios en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas, trabajó en medios de comunicación hoy extintos que lo catapultaron a uno de los diarios más reconocidos del país, El Comercio, en el rubro que siempre dominó de Internacionales o Mundo, cuando aún se publicaba. Como corresponsal de este medio o como solía figurar bajo el epíteto de “enviado especial”, llegó a cubrir hechos significativos a nivel mundial como la situación tensa existente entre las fronteras de Corea del Norte y Corea del Sur o las elecciones con una connotación fraudulenta en Venezuela 2012.
En su pequeño departamento de la afamada y congestionada avenida Pardo en el distrito de Miraflores, Jaime vive con su pareja Pamela. Ella recién acaba de mudarse y, como lo mencionó Jaime en el teléfono, la casa parece un pandemonio. No hay problema. Aparentemente, tampoco para sus otras dos inquilinas, Telma y Ámbar, un par de felinas que con sus dos armazones para caminar y afilar garras ocupan una gran cantidad de la sala. No los usan porque parecieran adaptarse como libreros ya que las gatitas prefieren los muebles o la casa en general. Al otro rincón de la sala, hay un par de libreros, no tan ostentosos, pero sí con varios libros. Uno está dedicado para libros de política, historia, economía, el mundo y demás; el otro, es de libros de fútbol. -Jaime, para ti, ¿cuán importante es el fútbol?- decidí preguntarle. -Me gustan los deportes, muchos. Practicaba fútbol cuando era más joven en el colegio y en la universidad. Ahora lo juego muy poco-, señaló Jaime con una mirada esquiva.
Es martes primero de noviembre, día de los muertos, y como de costumbre, el descanso y la televisión son sagrados para el feriado. Por un curso en Ciencias Políticas que realizó hace unos años en Madrid y su habilidad en redacción de notas internacionales, Jaime se encontraba realizando su próxima redacción para diario El País. Pero el feriado coincidió con la UEFA Champions League y esto lo desorientaba en su redacción porque el equipo del que se enamoró durante su estadía en España, el Atlético de Madrid, acababa de ganar por dos tantos a uno al Rostov de Rusia. -Me siento parte de la hinchada-, acota Jaime contento y apasionado junto a sus bufandas y camisetas aún con etiquetas de ventas. -¿Por qué el Atléti y no el Real Madrid?-, me atreví a preguntarle mientras me enseñaba sus valiosas prendas. -Porque el Real Madrid tiene una hinchada turística-, sentenció aferrándose aún más a las blanquirojas chalinas.
Jaime es alto, de pelo ensortijado, ojos cansados y una mirada pasiva que delata su personalidad. Lleva puesta ropa ligera de excursión con muchos pelos de gato, como si fuese del equipo de trabajo de Rafo León que acabara de volver de un refugio felino en alguna provincia, pero es solo que está acostumbrado a esta facha por los viajes que antes solía realizar. Cuando juega fútbol, le gusta jugar de back o centro-delantero con la 18, porque es el número de camiseta que más le agrada. Cuando no puede estar en la cancha, disfruta del FIFA y los juegos de acción en su Play Station 4, sobre todo cuando está con amigos y si no, vía on-line. Es profesor en la ISIL y la UPC, siendo la segunda la universidad en donde estudió y ahora enseña el curso de globalización. También es uno de los editores principales de Revista H, una revista del grupo COSAS dirigida para hombres. En su experiencia como periodista, señala que hay muchas cosas que han cambiado a comparación de cuando él estudiaba o empezó a trabajar, porque, en sus propias palabras, ahora el periodista es “un huevón con el culo de este tamaño -haciendo el ademán con sus dos manos de un extremo a otro con una distancia de 70 centímetros aproximadamente- que está frente a la computadora todo el día”. -Antes, el practicante o el periodista aprendía en la cancha. Hoy no… hoy no-, agrega resignado.
-Fuiste corresponsal en distintas partes del mundo y llegaste a observar diversos problemas, conflictos o dolores en las sociedades. ¿Cuál es la nota que más te ha impactado cubrir?-, decidí preguntar a Jaime. -Haití, sin duda alguna-, respondió de inmediato y cortante.
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Mientras conversábamos, el televisor emitía a bajo volumen la transmisión del encuentro entre el F.C. Basilea de Suiza versus el Paris Saint Germain de Francia por la Champions League. De rato en rato, era inevitable ver las jugadas más destacadas entre ambos bandos mientras conversábamos casi desde mi llegada. Cuando dispuse a retirarme, llegaba el final del primer tiempo. En el minuto 43, el francés Blaise Matuidi abriría el marcador del partido. Nos detuvimos a ver la jugada que llevó a este veloz futbolista rescatar el balón que salía del campo después del tiro libre que pateó su compañero con una especie de “rabona”. Fue un gol de rescate. Lo celebró con todos.
Jaime se quedó viendo el televisor para poder divisar de todos los ángulos la jugada del gol. Yo, por mi parte, alcanzaba la grabadora y cosas que dejé sobre el escritorio para la entrevista y así retirarme, pero por error llegué a descubrir el fólder de los archivos que Jaime me mostró anteriormente. Entre los pocos papeles que guardaba, pude distinguir una hoja con una pequeña impresión de una fotografía en la que el color rojo y azul de una flameante bandera haitiana relucía entre escombros y esteras. Pertenecía a la segunda visita que Jaime realizó al país después de la tragedia de aquel enero del 2010.
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De ascendencia angoleña, Blaise Matuidi es un deportista que goza de tranquilidad, riqueza y fama. Hoy, es un ciudadano de uno de los países que siglos atrás removía a centenares de personas de sus tierras africanas a lugares como Haití para trabajar en fábricas azucareras o en la extracción de algodón. Han pasado los años y muchas cosas han cambiado. Cambiaron los medios de comunicación. Cambió la labor del periodista. Cambió el pensamiento. Cambió la concepción del odio y la paz. Cambió el mundo. Pero hay algo que no ha cambiado y es el dolor.