Entrevista: Carmen Solari
Recordamos la vida del cineasta desde sus inicios y su aporte a la historia del cine peruano
¿Cómo fue su niñez?
Me considero un “qosqoruna” nato. Nací en una sala del hospital público Antonio Lorena. Mi infancia transcurrió como si fuera un cuento de hadas en el Valle Sagrado del Cusco. Compartí su infancia con “indiecitos quechua hablantes, cuyos juegos tenían que ver con el idiolecto andino.
¿Qué lo llevó a interesarse por el cine?
Fue durante el gobierno del presidente Juan Velasco Alvarado que hice amistad con el general Jorge Fernández Maldonado, y el Almirante Jorge Delepianne Ocampo. Me propusieron ir a Pavayacu para grabar el acontecimiento con la camarita de 16 mm que tenía casi arrumbada en mi oficina. Volamos en un helicóptero ruso al mando de mi buen amigo el coronel del aire Mario Muñiz Ortega. Fuimos de la partida varios personajes singulares como el general Marco Fernández Baca, eminente científico experto en la materia y un grupo de burócratas que se maravillaron del chorro negro que brotaba a borbollones mientras la gente, funcionarios del staff, obreros del lugar y afuerinos que se compraron el pleito con verdadera mística en el piélago verde.
Luego decidí aventurarme hacia el bosque y caminé tal vez unas tres horas tratando de grabar alguna escena memorable. Recuerdo que me acompañaron dos trabajadores del lugar, con el agua hasta la cintura y con la sensación de que estábamos pisando territorio prohibido. En el distante campamento me encontré con un grupo de los “apestados”, varios de ellos tenían lodo del pantano y estaban infectados por la lepra blanca, como decían a la “leishmaniasis” cuyas llagas estaban a punto de supurarse. Grabó lo que pudo y volvió al campamento “pero esa imagen me quitó el sueño y no paré hasta revelar el material ya en Lima. El material procesado le puse como título “Los Trocheros” y el general Fernández Maldonado, antes de culparme por mi falta de sindéresis, me dijo que tenía que dedicarme al cine de manera profesional, porque una imagen vale mucho más que cien mil palabras.
¿Qué determinó la temática de su cine?
Estoy convencido que los andinos hemos creado una civilización autónoma a lo largo de casi 20 mil años de vigencia. Somos más antiguos que Egipto, Grecia, incluso Mesopotamia y el llamado viejo mundo. El asunto es que la forma de organización social, económica y aún política, tenía que ser coherente con el llamado colectivismo andino que, muchos emparentan con el socialismo a secas. Lo concreto es que los socialismos históricos han floculado o están a punto de colapsar sin que las sociedades, tanto del llamado sistema democrático burgués o parlamentario, no han resuelto lo fundamental para que la sociedad sea verdaderamente libre e independiente para resolver los acuciantes problemas de la pobreza, el desempleo, la salud y otras lacras que aún subsisten pese al desarrollo vertiginoso de las fuerzas sociales y la tecnología. Luego de 14 películas de ficción y un número ya olvidado de documentales para la televisión, estamos conscientes de que hay que utilizar el audiovisual con una perspectiva diferente, a fin de realizar La Gran Transformación a la que dedicamos nuestro trabajo desde que nos dedicamos a ese oficio de locos que es el cine. Por fuerza el cine que hacemos es un cine revolucionario dedicado a rescatar las páginas perdidas de nuestra historia.
¿Por qué cree que es necesario tocar estos temas en nuestro país?
Porque no existe alternativa posible. Si no hacemos lo que podemos hacer sin pisarle los callos a nadie, debemos separar la paja del grano y denunciar con voz muy alta las miserias del estado colonial en que nos debatimos.
¿Tuvo problemas con la justicia peruana? ¿Cuál fue la causa de ello?
Sobre el conflicto interno, ¿cuál es su opinión?
Es una historia singular que puede servir de libreto para una película de suspenso o de terror. En 1970, año en que murió Velasco, gané el Premio Internacional de la Crítica en el Festival Moscú que, por entonces, era uno de los cuatro festivales de cine más importantes y prestigiados en el mundo. Debido a ello fui recluido en el penal de Lurigancho no como político sino por ser cineasta. Salimos de la prisión los tres compañeros que nos encausaron como agentes encubiertos de algún intento terrorista. La persecución me duró dos años y salí del embrollo gracias a la presión del periodismo independiente y por el tesón de mi compañera y del buen amigo Benjamín Castañeda Pilopaes, un juez probo que se compró el pleito y ganó la causa y logró mí libertad.
¿Para usted, cuál es el rol del cine? Se queda en entretener o va más allá
Creo que lo fundamental es entender que la tarea principal es que la gente, a través del arte audiovisual, pueda pensar en serio sobre el destino de un país multiforme, lleno de problemas y posibilidades, y que sólo una gavilla manejada por las transnacionales y el poder mediático, ha condenado a la miseria a la mayor parte de los peruanos. Es falso que la gente prefiera el cine de evasión que satura las pantallas, sino que lo diga nuestra propia experiencia: Cuando estrenamos Tupac Amaru en Lima, un millón de personas saludaron la película que terminaba entre aplausos. Reynaldo Arenas se convirtió en un hito del cine comercial que aún permanece en cartelera.
¿Qué opina del cine peruano en la actualidad? ¿Hemos avanzado, o retrocedido?
¿Cuáles son las propuestas por las cuales se debe apostar?
Pregunta complicada. El cine peruano necesita un sostén financiero que lo avale. La ley 19327, lamentablemente derogada, dio inicio a una época de oro para el cine nacional. Con el equívoco título de “Exhibición obligatoria” las distribuidoras y las salas podían programar una película en varios cines. La ley facultaba su permanencia por un mínimo de una semana, y podía permanecer en cartelera si el número de espectadores superaba el mínimo de mantenimiento establecido por las propias salas. Con varias de nuestras películas permanecimos tres meses en varios cines y pudimos recuperar, con creces, la inversión. La respuesta es obvia, de acuerdo al úcase del mercado, los exhibidores pueden sacar una película el momento que les dé la gana, luego de haber pagado un promedio de 700 dólares por semana. La última película de la hija de Pancho Lombardi, duró apenas dos días en cartelera pese al aparato propagandístico de varios canales limeños.
En un país en el cual “la memoria” es aún censurada, ¿cómo cree que se debe uno aproximar al análisis y la recuperación de la historia mediante el arte?
Estoy convencido que el cine y el arte audiovisual en general, no es el séptimo arte como se decía anteriormente, sino la primera de las artes, de acuerdo a poder de comunicación de masas que no tiene precedente en el mundo actual. La tecnología está jugando un rol dinámico a favor de los cineastas porque nos permite discutir de manera, realmente democrática, los dilemas que nos plantea la realidad circundante. Estamos pasando de ser espectadores del drama humano, y nos estamos convirtiendo en actores dinámicos de un mundo donde no existen espacios ni tiempos para recuperar las historias olvidadas. Nuestro cine pretende y seguirá pretendiendo seguir con nuestro compromiso apoyando, a través del cine y la literatura, nuestro anhelo de participar de manera directa en el Gran Cambio en democracia que pretendemos, aunque hoy, por hoy, las cartas estén marcadas a favor de las transnacionales.
¿Cuál es la parte más difícil de realizar en producciones cinematográficas? En sus películas se observa una gran cantidad de personajes, ¿cómo fue el proceso de producir junto con personas del mismo lugar?
La respuesta es simple. El estado en sus varias de sus fases, nunca facilitó nuestro trabajo y nuestras películas tuvieron que pasar las horcas caudinas del financiamiento con nuestro propio peculio que, por supuesto, era magro y diría hasta raquítico. Nunca el estado nos dio ni un sol partido por la mitad, para realizar nuestro trabajo, por consiguiente, tuvimos que “recursearnos” como se dice en criollo, y resolver el problema a través de la coproducción internacional. Tuvimos suerte y logramos éxito en distintos países donde apreciaban nuestras películas, como Cuba, a través del ICAIC, España, La Unión Soviética, Francia hasta Estados Unidos y algunos países allende los mares. Olvidaba lo principal: Nuestras películas contaron siempre con la participación de las masas campesinas con las cuales hacíamos “ayni” como se dice en quechua, a través de un compromiso mutuamente conveniente y lográbamos materializar nuestros proyectos.
¿La política y el arte, siempre van de la mano? ¿Cómo se definiría políticamente?
Yo me considero un hombre de izquierda, no milito en partido alguno, pero hemos logrado un reconocimiento especial, hablo también por “mi conjunta” con la cual seguimos capeando la pobreza en un país ajeno y múltiple a la vez. Seguiremos haciendo lo mismo hasta que las fuerzas nos abandonen y el tiempo inexorable nos quite el entusiasmo.