Las cuatro en punto de la tarde parecería una hora común para cualquier ciudadano del mundo, pero para los peruanos es ciertamente una hora clave en un domingo electoral. Una tradición casi religiosa en la cual no sólo televidentes, radioescuchas e internautas se detienen y reúnen de manera ansiosa ante productos tecnológicos para escuchar los primeros resultados a boca de urna de las elecciones políticas, sino también de los medios de comunicación nacionales cuyo trabajo en cuestión es crucial para exponer ante el público el recuento de lo que podría significar el futuro viro político del país.
El switcher de TV Perú es uno de esos lugares donde la tensión electoral se vive de manera muy precipitada, casi caótica. Llamadas telefónicas acaloradas, comerciales próximos a ser lanzados, datos de último minuto…pero siempre -siempre- la mirada fija en las grandes pantallas con enlaces en vivo por doquier: es una ley implícita. El tiempo corre y no retrocede para beneficio de nadie. Productores, periodistas, coordinadores y técnicos están parametrados por la exactitud del momento y conviven con el estrés de no estropear la emisión en vivo bajo ninguna circunstancia.
El tiempo ajusta y aún nadie sube los datos a la plantilla que todos vemos en pantalla a las cuatro en punto. El productor reclama con un tono efusivo, pero aún debe coordinar por celular que la cámara afuera del centro de campaña de PPK encuadre bien a la reportera. El dato llega y se esparce: habrá segunda vuelta. La labor parece calmarse tras exponer a millones de televidentes los resultados de las encuestadoras. Pero poco después de las cuatro de la tarde, la faena televisiva aún continúa con más coordinaciones y llamadas, más posts en las redes sociales y más enlaces en vivo: un sistema cuyo engranaje no puede ser destrabado.
A simple vista, todo luce de maravilla cuando se es visto en vivo y en directo, pero la verdad de lanzar al aire las cifras del próximo presidente del Perú implica una puesta en escena llena de carajeadas y sudor frío dentro de una pequeña cabina que alberga unas doce personas amantes de su trabajo. Aquella puesta regresará de nuevo en junio para cumplir de nuevo con un anhelo: ser los primeros en lanzar al aire la primicia aunque cueste asegurar con un grito la mejor toma.
Texto y fotografía: Alexandro Valcarcel