El ex jugador de Universitario de Deportes y de la Selección Peruana cuenta sus más preciadas historias alrededor de lo que más amó: el fútbol.
Redacción: Estefano Matta Garratt
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Agitado y con un día largo por recorrer entre infinitas reuniones, Germán Leguía frena la tempestad de una vida ocupada para tomar un café en el Óvalo Gutiérrez. En un cuerpo tan largo de un metro con ochenta centímetros resaltan sus pequeños ojos celestes que se encienden como un faro, ojos que han visto pasar 63 primaveras como la actual. El mismo sujeto que le hizo una ‘huacha’ a Maradona se sienta en un sillón y le roba una hora y media a su colmada agenda para recordar sus más preciadas anécdotas.
Le dicen ‘Cocoliche’ desde pequeño porque “está loco”. Su tía Nelly Drago, quien es hermana de su madre, le puso el apelativo. “Una vez me dijeron que vaya al colegio y dije que no quería. Yo quería ser futbolista. Entonces, ¿para qué estudiar?”, admite Leguía mientras dibuja una sonrisa perversa y prolongada. Se siente fresco. Sabe que el destino estuvo de su lado. Después de que su papá no permitiera que sus hermanos mayores fueran jugadores profesionales, su madre, “harta de no ver a un hijo suyo metido en el fútbol”, lo apoyó para entrar a las canchas.
“Toda mi familia era del Municipal y solo yo de la ‘U’”, dice. Además, era de Breña, distrito que por tradición acogió a los primeros hinchas de Universitario de Deportes. Allí se fundó el estadio símbolo del club en 1952: el Lolo Fernández. Solía escuchar los partidos por radio hasta que, junto a su familia, fue al estadio para ver un partido del ‘Muni’. Y terminó viendo a Universitario de Deportes. Fue amor a primer gol: “Antes se jugaban tres partidos seguidos y de lo que, en comienzo, era ver a Municipal se convirtió en ver a la ‘U’”. Ser “fosforito” inclinó su elección y se identificó de inmediato con el juego luchador de Universitario.
Fue un sueño cumplido llegar a tienda ‘crema’, sueño que ronda por las cabezas de muchos pero que pocos pueden alcanzarlo. Primero tuvo que pasar por tres equipos. “Fui a la ‘U’ dos veces. Me botaron. Olvídate, antes era muy difícil llegar a un equipo de primera”, alza la mano, se acomoda el cabello y se tira para atrás en la silla. Pero su calidad como futbolista no esperó para brillar y deslumbrar a todos los dueños de los equipos cuando debutó. “Mi tío me llevó al Lawn Tennis”, recuerda. Allí jugó algunos encuentros en la Segunda División del torneo local. Era el único jugador pagado. Le pagaban para que no se vaya. El Sporting Cristal solicitaba a la joven estrella que emergía, pero el presidente del club no permitió la venta. Cuando el Deportivo Municipal mostró su interés en ‘Cocoliche’, pudo marcharse a Primera. Maravilló a locales y extranjeros; tal es así que, antes de llegar a Universitario, tuvo una breve pasada en el Espanyol de España. No llegó a jugar un partido oficial con ese equipo porque el nuevo presidente ‘merengue’ y viejo conocido suyo Miguel Penny -ex presidente del Lawn que lo inició en el fútbol- puso más plata en la mesa por sus servicios.
A la ‘U’ arribó en 1978. Su estilo tan estético para jugar a la pelota enamoró a los fanáticos ‘cremas’. Ganó dos títulos nacionales con el club de sus amores. La rompió tanto en 5 años y lo llamaron del Elche de España. Luego de pasar con mucho éxito por Europa y, posteriormente, en Ecuador, regresó en 1989 para terminar su carrera en el equipo por el que siempre se entregó. Pero el cierre de aquella trayectoria de ensueño no fue como esperaba.
“Alfredo González estaba jodiendo al equipo”, recuerda con molestia Germán y lo demuestra arrugando la frente. González, antiguo directivo y presidente de Universitario, quiso dominar a Leguía sin éxito. Lo tenían en el banco de suplentes como castigo por rebelarse, por no dejarse someter a un contrato laboral denigrante. Hasta que un día no soportó y pidió su pase. Así fue como vistió su última camiseta oficial en el Sport Boys en 1991.
Esa corta etapa, que apenas duró un año, no llenó sus expectativas. Jugaba sin ganas. “Tuvimos que jugar con la ‘U’ y los goleamos”, dice Leguía y mira a un lado, se sostiene la quijada y apoya el codo en la silla, como si se sintiera un traidor avergonzado. Lo “mató”. Aunque, meses después, la vida lo condujo por el camino que siempre mereció: retirase con Universitario de Deportes.
“Yo no quería despedida. Despedida será cuando me muera”, expresa. Aprovechó un momento crucial. En 1991, lo convocan para jugar un cuadrangular amistoso en Ecuador. Independiente de Argentina, Emelec y Barcelona de Ecuador y Universitario de Deportes fueron los llamados para aquel cuadrangular internacional. La ‘U’ pidió refuerzos al Boys, pidió a Germán Leguía. “Alfredo se quería morir por supuesto”, recalca. El último encuentro del mini torneo fue con el mítico Independiente de Avellaneda. Ganaron 3 a 2. Germán anotó el tercer gol del triunfo, con la camiseta ‘merengue’, con un estadio lleno, y con el canal 4 transmitiendo en vivo para todo el Perú. Entró al camerino al finalizar la algarabía de la victoria, ve a Jorge Nicollini -presidente de Universitario en ese entonces- y le dice: “Voy retirarme. Aquí no más queda”. “Mi vida ha sido momentos, escoger los momentos. Los siento. Como una ‘huacha’, un sombrero, los siento”, termina.