Muchas personas creen que escribir una historia corta cuesta menos trabajo que escribir una novela extensa. Sin embargo, muchos escritores concuerdan con que este es el género literario más agotador y demandante.
Por: Alejandro González
Con un estilo reconocible y trasgresor, valiéndose de los miedos, traumas y fobias que podía ver y experimentar, en su relación diaria con sus amigos, Quiroga reflexiona acerca de todo aquello que sirve como material, herramienta o excusa para poder contar una historia. Pero más allá de lo visible, el escritor nos muestra a través de cada una de sus ficciones (inspiradas en lo real o venidas de su imaginario) cómo es que él percibe el mundo. La mirada sensible es luego transmutada a las palabras, a las reflexiones, a lo que se conoce como literatura. Crear del dolor arte con las palabras; no que enseñen, sino que muestren una realidad.
Parece que un halo de tristeza y tragedia acompaña la existencia de algunos escritores, pues la vida de Horacio Quiroga estuvo marcada por sucesos trágicos e inexplicables, que dejaron en él el sello único del inefable sufrimiento que no encuentra un consuelo común: la literatura como medio reparador y catártico frente a las angustias humanas. Presenció el suicidio de su padrastro cuando tenía dieciséis. A Quiroga los padres de María Esther Jurkovski, su primer amor, los separaron por no ser judío. Partió a París como celebración de recibir una herencia, y como todo intelectual y artista latinoamericano que sueña con conocer, vivir y soñar en la ciudad que todos describían como mágica. Pero volvió a Montevideo en tercera clase, sin dinero, hambriento y una prominente barba que lo acompañaría y simbolizaría para siempre su rostro.
Instalado en Montevideo comenzó a escribir, como había sido siempre su sueño, hasta que pudo publicar en 1901, en la Argentina, su primer libro titulado Los arrecifes de coral. Era un logro, estaba cumpliendo uno de sus sueños, pero la alegría duró poco, pues ese mismo año fallecieron sus dos hermanos Prudencia y Pastora. Sin embargo, quizás el suceso más trágico y por el cual se le recuerda siempre es la historia que tuvo junto a su mejor amigo Federico Ferrando, a quien disparó accidentalmente, mientras revisaba el arma con la que se batiría a duelo frente a un periodista que había criticado su trabajo.
Después vino el suicidio de su esposa, el éxito de los libros, el fracaso, el olvido. Pero también un nuevo amor, y con ello, poco a poco, mientras continuaba con su vida vinieron las enfermedades. Llegó el cáncer prostático, la tristeza y depresión. A los 58 años, Horacio Quiroga, imitando alguno de sus relatos de terror y locura, bebió un vaso de cianuro con el que acabó con su vida.
Hoy parece ser un autor olvidado, que su obra se fue empolvando, pero la maestría de su ingenio creador, sus reflexiones y su forma de ver la literatura nos dejaron un decálogo que cualquiera puede leer, revisar y tomar lo que mejor se le adecue a su vida, a sus sueños, a su literatura.
Decálogo del perfecto cuentista
I
Cree en un maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chejov- como en Dios mismo.
II
Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.
III
Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia
IV
Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.
V
No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.
VI
Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: “Desde el río soplaba el viento frío”, no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.
VII
No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.
VIII
Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.
IX
No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino
X
No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.