Redacción: Diego Morales
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Un despido en el trabajo hizo que su vida tomara otro camino: la narración de cuentos infantiles. Y gracias a esta profesión ha podido cruzar el océano contando las historias que de pequeño le narraban sus padres. Sin embargo, Cabana no es un simple narrador de cuentos, él es un gaito kamishibaiya. También es un éxito de ventas en libros infantiles, pero no le gusta que se lo refrieguen en su cara, pues aún le falta mucho por hacer.
“¿Quién quiere que le cuente un cuento?”, pregunta el cuentacuentos José Cabana por un micrófono. En el colegio Bertol Brecht del Cercado de Lima, los cuatro salones del tercer grado de primaria se han reunido en el auditorio de la escuela para ver a Cabana dar una corta charla sobre su segundo libro publicado: “Un dragón en los Andes”.
—Cada vez que haga la mano así —mueve su mano derecha en forma circular— ustedes dicen: awww. A ver
—Aww —en unísono los niños repiten.
—Y cuando haga así —mueve su mano hacia adelante— pregunta ¿por qué? ¿Qué van a preguntar?
—¿Por qué? —gritan los pequeños
De esa manera comienza su rápida exposición de media hora.
Por las estruendosas risas de los chiquillos que hacen retumbar el salón, por las fotos que le piden las profesoras y responde amablemente, por los cuarenta y cinco minutos más que se queda luego de su exposición para firmar casi cien libros, no pondría en duda el comentario de Erica Olivera, amiga de Cabana: “Pepe es una persona con mucho Kokoro, mucho corazón”.
Cabana reafrirma aquel comentario cliché que existe sobre los artistas: ser distintas personas dentro y fuera del escenario. José Cabana se transforma en Mukashi Mukashi, que es la forma cómo empieza sus leyendas y que en español dice “érase una vez”.
Cabana viene desde una década siendo el principal impulsor de la narración de cuentos a través de la técnica kamishibai, cuyo significado literal es “drama de papel”, una manera de contar historias que viene desde el siglo XII en Japón y que recobró fuerzas en los primeros años del siglo XX y que fue aniquilado luego de la Segunda Guerra Mundial. A través de la propia voz del narrador y con un retablo de madera, colocado en el asiento de una bicicleta, se van mostrando dentro de éste las escenas del cuento.
—Yo no soy un simple narrador kamishibai —aclara contundente, pero con calma—. Yo soy un gaito kamishibaiya.
—¿Cuál es la diferencia? —le pregunto.
—Un narrador va al teatro y cuenta. Un gaito kamishibaiya es quién escribe, ilustra y cuenta; me falta solo la bicicleta y sería completo —dice entre risas antes de salir al auditorio.
Luego de unos minutos:
—Bueno chicos, démosle un fuerte aplauso a Pepe —indica la profesora.
Los alumnos aplauden y hacen una cola con sus ejemplares de “Un dragón en los Andes”.
—Usted es un éxito con los chicos —le digo a Cabana.
—Mada Mada Mes —responde.
Lo miro con cara de extrañeza
—En japonés quiere decir: “aún falta mucho por hacer”.
***
Cerca de dieciséis mil resultados hay en un tiempo menor a una milésima de segundo, si uno coloca Pepe Cabana en el buscador de YouTube. Aparecen entrevistas, unos cortos documentales, algunos videos con solo fotos de él y muchas presentaciones.
—De todos los países a los cuáles he visitado, en la mayoría o casi todos me decían: yo a ti te he visto por YouTube —dice Cabana sonriendo—. Es increíble que haya conocido aquellos lugares gracias a esta labor, a contar mis historias, al kamishibai.
Cabana ha viajado en total a trece países. Le resulta complicado poder elegir un sitio preferido, pues en “todos ellos le han pedido autógrafos”; sin embargo, existe uno, en el cuál pasó la más adorable, y también ingrata experiencia en el extranjero.
—En Polonia me han pasado anécdotas bastante curiosas. Tengo una buena y una mala, ¿cuál te cuento primero? —pregunta Cabana. Es inevitable que deje de utilizar la palabra o la conjugación de la palabra contar.
—La que desees —le respondo.
—Una bastante graciosa ocurrió la primera vez que estuve en Varsovia. A comparación de Lima, su aeropuerto no para abierto las 24 horas del día. Entonces, yo llegué, salí a la calle. Ya empezaba a oscurecerse —Cabana mientras avanza con la descripción de la historia, su voz de manera inconsciente va tomando otra entonación, una parecida a la del narrador de cuentos— Nadie venía a recogerme. Hasta que apareció un señor con un cartel que tenía mi nombre, era el taxista. Cuando ya estábamos dentro del auto, el taxista comenzaba a tirarse cachetadas. En las dos mejillas, no paraba. Luego de pasar unas calles, entramos debajo de un túnel. El chofer se bajó del carro, y un tipo vino y empezó a manejar. Éste apagó las luces del carro y se puso hablar por teléfono. Yo dije: ahora dónde me llevarán, tráfico de órganos. El otro conductor había tirado el asiento para atrás, y se puso a descansar. Pero de ahí pude percatarme. El taxista se daba las bofetadas para no dormirse. Y el otro era alguien que lo reemplazaba. Cuando el ambiente se alivió, empecé a reír.
También es ahí en Polonia, donde — confesó en una entrevista anterior— Cabana pudo vivir la tercera mejor experiencia de su carrera: poder presentarse en TED, versión polaca.
—En Marzo de 2012, recibí una invitación del Museo de los Cuentos de Varsovia. Ellos fueron los que coordinaron para que yo tuviera una presentación en TED. Yo ni tenía la menor idea de lo que era un TED, y tampoco me dieron las ganas de investigar acerca de eso —explica Cabana con la mirada estancada en un punto invisible.
La página web de TED (Technology, Entertainment, Design) menciona que ellos realizan eventos en donde sólo por invitación, los principales pensadores y hacedores del mundo se reúnen para encontrar la inspiración. Cabana es uno de ellos.
Esa noche, Cabana hizo que el auditorio del museo se convirtiera en una sinfonía de aplausos. Su propuesta de fusionar el arte popular con el kamishibai fue tan aclamada y felicitada, inclusive en el bufete que se preparó luego de su conferencia en la sala de reunión del museo.
—Me alegró saber que fui el primer latinoamericano que tuvo la oportunidad de presentarse en TED Polonia. No podía caminar tranquilo por la sala, ya que cada dos pasos que daba, alguien me pedía una foto o un autógrafo. You are very nice peruvian! me gritaban en la cena varias personas de diferentes partes del mundo —narra Cabana como si ésta es la primera vez que lo hace—. Se acercaban a mí para tomarse una foto conmigo o a que les diera un autógrafo o a invitarme unas yardas de cerveza. Me seguían hasta en el baño. No me dejaban ni siquiera orinar.
Pasan unos minutos y Cabana se olvida de contarme aquella infeliz anécdota que vivió en Polonia, le pregunto:
—¿Cuál fue esa mala experiencia que tuviste allá en Polonia?
—Ah, la segunda vez que fui. Lo crucé solo de norte a sur. Me hubiera gustado haberlo hecho acompañado de alguien.
Video: Peru21
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“¿En qué momento se jodió el Perú?”, esa es la pregunta que abre “Conversación en la Catedral”, el tercer libro de Mario Vargas Llosa, quien asegura que “si tuviera que salvar del fuego una sola de las novelas que ha escrito, salvaría esta”.
—Pongámonos en el hipotético caso que tu biblioteca se incendia y tuvieras qué quedarte con uno sólo de tus textos escritos, ¿cuál sería? —le pido que responda a Cabana ahora, sentado en una banca de un centro comercial en Chorrillos al costado de una tienda de juguetes.
—Yo veo a mis cuentos como si fueran mis hijos. Es una difícil decisión, no podría hacerlo. Si se presenta ese trágico caso, que se quemen todos mis cuentos o yo me quemo con ellos.
La misma consulta se la hago a Tatiana Ugaz, esposa de Cabana, un día soleado cerca de los Pantanos de Villa.
—En realidad, me pones entre la espada y la pared con esa pregunta. Cada historia tiene un mensaje diferente, cada cuento toca a uno de manera distinta. Pero de los que Pepe narra, me gusta mucho uno que trata acerca de unos sombreros —comenta Tatiana, aún con la duda de haber dicho lo correcto o no.
Cabana explica acerca de la trama de la fábula:
—La traducción en japonés es bastante complicada. Aquí le dicen los sombreros de paja o los hombrecitos de piedra. Es la historia de una pareja de ancianos, muy pobres que no tienen para colaborar en la fiesta de año nuevo del vecindario. El anciano le pregunta a su mujer de qué manera pueden ayudar en aquella celebración. Ella le responde que tiene varios sombreros de paja guardados en su armario. Que los tome y venda en el mercado. En el camino, el anciano se encuentra con unos pequeños hombres de piedra y los ve temblando por la nieve y el frío, ya que no tienen con qué abrigarse. Él les deja unos cuantos sombreros a los hombrecitos para que se refugien en ellos y soporten esas bajas temperaturas. De ahí, sigue su camino y vende unos pocos sombreros. Al regresar a su casa, nota que los hombrecitos de piedra ya no estaban en el mismo lugar; se sorprende y continua con su andar. En su hogar le cuenta a la esposa acerca de su noble gesto, pero le anuncia que no tiene el dinero suficiente para la reunión. Entonces, pasan el año nuevo solos en su casa y luego se van a dormir. Cuando se encuentran acostados empiezan a tocar su puerta de manera violenta. La pareja asustada baja a ver qué sucede y se dan con la sorpresa de que hay una caja de tesoros en su sala. El anciano abre la puerta y ve en el horizonte a un grupo de hombrecitos de piedra caminando. Ellos son los que dejaron ese cofre. La reflexión de esa historia es que no hay nadie que tenga un corazón de piedra.
—Este cuento me hace recordar al complicado momento que vivimos hace unos años. —dice Tatiana—. Nació nuestra segunda hija y Pepe había perdido su trabajo.
Cabana aún mantiene en su memoria, ésa que sabe más de cien cuentos, aquel capítulo de su historia personal.
—En el año 2002, la agencia de publicidad en la que trabajaba decidió hacer un recorte de personal, y para mala suerte mía, yo me encontraba dentro de ese grupo de personas que saldrían de la empresa.
Cabana se saca los lentes, para limpiarlos con su polo azul que lleva un pictograma de letras del abecedario japonés.
—Felizmente ahorraba todas las gratificaciones que recibía. Ese dinero sirvió como un colchón para atenuar esa grave situación económica que vivimos. Y precisamente, fue en ese momento en el que decido enrumbarme a realizar algo muy distinto a lo que venía haciendo—explica Cabana.
—¿En ese momento pasó por tu cabeza convertirte en narrador de cuentos kamishibai? —le pregunto al ex diseñador gráfico publicitario y ahora cuentacuentos.
—No, todavía ni conocía que era el kamishibai. Nunca pensé que ahora iba a dedicarme a diseñar sonrisas —dice Cabana antes de hacerle una mueca a un niño que lo queda mirando.