En un mar de incertidumbre y desinformación, el desespero de la población agrava el lastre que es el consumo irresponsable de fármacos. Este hábito social, casi compulsivo, sigue creando el espejismo de una cura milagrosa, pero que termina siendo facilista y hasta mortal.
Escribe: Gianella Altuna
Foto: Freepik
Hace más de 600 años, la pandemia de la Peste Negra devastó buena parte de la población europea y asiática. Fue imposible para ellos, en ese entonces, combatir una bacteria cuando el concepto de microorganismo ni siquiera existía. Era común que a un infectado, se le drenara la sangre, ya que pensaban que así la enfermedad se iría con ella. Hoy, con todos los avances científicos de estos siglos, no nos hemos podido salvar de reproducir lo que en su época fue la sangría en la Peste Negra. El uso de medicamentos, sustancias o prácticas sin respaldo científico ni supervisión de un profesional, continua siendo no solo inservible, sino letal.
Sin embargo, esta costumbre de automedicarse no es algo que llegó con el inclemente coronavirus. En el 2013, los datos de un estudio realizado por la Dirección General de Medicamentos, Insumos y Drogas (DIGEMID) indicaban que el 43% de los limeños ejercían esta mala práctica. No solo eso, más de la mitad, específicamente el 57%, no compraban simples analgésicos para un dolor de cabeza leve, sino que obtenían fármacos mucho más delicados que requerían de una prescripción médica.
¿Por qué tiene tanta incidencia este fenómeno? Algunos de los factores que contribuyen con que la automedicación persista son la sobrecarga del sistema de salud, la capacidad adquisitiva y la desinformación. Según un estudio muestral de la revista de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, los niveles socioeconómicos más bajos tenían un porcentaje de automedicación del 66,7%, mientras que los más altos, de 40,67%.
Antes que nos sumiéramos en la pandemia, algunos de los medicamentos más demandados eran los analgésicos y antiinflamatorios como el ibuprofeno. Asimismo, le seguían una larga lista de antibióticos, antigripales, digestivos y jarabes para la tos. Una vez que llegó el virus, algunos de estos fármacos se mantuvieron encabezando la lista, pero también se popularizaron otros más rebuscados como antiparasitarios y corticoides. En primer lugar, el uso de los antibióticos como la azitromicina y los antiinflamatorios no esteroideos como la aspirina, continúan siendo de alta demanda para el tratamiento casero de síntomas de la covid-19, a pesar de que esto no lo recomiende los especialistas o sea necesariamente beneficioso frente a la enfermedad.
Recordemos que la tragedia en la estamos hundidos es originada por un virus y, según el canon médico, ningún remedio que no sea antiviral podrá tratar, y mucho menos prevenir, este organismo que se pasea entre los límites de lo vivo y no vivo. Aun así, a pesar de la ausencia de estudios contundentes que demostraran lo contrario, las compras de medicamentos como la ivermectina — que erradica parásitos, no virus—, se dispararon exponencialmente.
“A cuántos pacientes hemos escuchado decir que están seguros, porque cada semana toman sus gotitas de ivermectina. Eso es tan falso como la palabra de un político. No tiene ningún sentido ni base científica; sin embargo, caló en la mente de las personas y se presumen inmunizados cuando no lo están”, comentó el especialista en enfermedades infecciosas, el Dr. Jorge Gonzalez Mendoza. Incluso admitió haber recetado, en algunos casos, este medicamento en el pasado. Sin embargo, una vez que se publicaron estudios más concretos que mostraban que no tenía mayor efecto, cambió su posición radicalmente.
De la misma manera, a finales de marzo de este año, el ministro de salud, Óscar Ugarte, se pronunció al respecto tras las recomendaciones de organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud. Tras 12 meses, el gobierno peruano decidió retirar oficialmente la ivermectina de las terapias para la covid-19. Lamentablemente, para ese entonces, Essalud ya había gastado millones en medicamentos de este tipo, y gobiernos regionales—como el de Piura— y políticos habían promovido su consumo masivo.
Y es que la desinformación juega un papel fundamental al momento de inocular las malas prácticas en la población. Tanto es así, que podemos escuchar a quienes aspiran a ser cabezas de Estado, recomendando “cañazo y sal” como un tratamiento efectivo contra esta enfermedad tan delicada que ha cobrado más de 140 mil vidas según datos del Sistema Informático de Defunciones (SINADEF).
Esto no se restringe únicamente a políticos irresponsables, sino también a medios de comunicación que, por mucho tiempo, dejaron la salud y la ciencia como último eslabón de la cadena. En los casos más inofensivos, su error se basa en términos incorrectos, imprecisos o sin contraste de expertos. Mientras que en los casos más graves, algunos canales han destinado programas o segmentos completos para promover “medicamentos alternos” para la covid-19, sumándole credibilidad de la mano de un supuesto especialista.
“Ahora no saben explicar cómo afectan estos temas y pretenden dar respuestas rápidas, cuando muchas veces no las hay. Considero que tenemos temor al decir que no sabemos algo o que la información que se tiene es incompleta. Decir que algo puede funcionar, en este contexto de desesperación, ocasiona que las personas, automáticamente, vayan a comprarlo a una farmacia y se automediquen. Eso me parece una irresponsabilidad”, declaró la periodista especializada en temas de salud Mayte Ciriaco, cofundadora de ‘Salud con Lupa’.
De la misma forma, Silvia Quispe, editora general del grupo Epensa, recalcó la importancia de informar en base a datos oficiales y no a especulaciones: “Las personas hacen caso a lo que sale en los medios, por ello se debe de tratar con mucha delicadeza, objetividad y lenguaje entendible”.
Muchos siguen sin darse cuenta que tratar con tanta ligereza estos temas es como jugar a ser dios. Las consecuencias de la automedicación antes de la pandemia, ya eran graves: reacciones adversas, intoxicación, dependencia, desarrollo de resistencia e interacciones con otros medicamentos. Muchos de estos efectos pueden terminar siendo fatales. Según la ‘Revista de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica’, las reacciones adversas a fármacos figuran dentro las diez causas principales de muerte en todo el mundo.
A esta situación, que de por sí ya es preocupante, ahora se le suma una crisis sanitaria sin igual y el uso indebido de medicamentos aumentan la mortalidad. Según declaraciones del neumólogo de Essalud, Álvaro Bejarano, al diario ‘El Comercio’, el autoconsumo de corticoides y antibióticos, aumenta el riesgo de mortalidad por covid-19 en un 28%.
“Los corticoides como la Dexametasona tienen función de desinflamar. Entonces, si la persona toma esto cuando empieza a sentir síntomas respiratorios, se va a sentir mejor y pensará que está curado cuando no lo está. Más aun, también tiene como efecto disminuir la defensas inmunológicas. De esta manera, el virus seguirá evolucionando sin que se dé cuenta hasta que sea muy tarde: tendrán que ingresarlo como cuadro crítico y el manejo de la enfermedad será más difícil”, aclaró el Dr. González acerca de otro de los medicamentos que se han popularizado recientemente como tratamiento.
¿Cómo se puede erradicar la automedicación? Además de las claras mejoras del sistema de salud que debe realizar el Estado, los especialistas consultados coinciden en que la educación es la clave para solucionar este problema. Primero, enseñar a las personas sobre la gravedad de usar incorrectamente fármacos sin supervisión. Segundo, instruir también a los especialistas —científicos y comunicadores— para informar con eficacia y veracidad. Mientras tanto, la historia seguirá repitiéndose.