Historia de una campeona deportista en silla de ruedas que se resiste a abandonar el tenis.
César Reyna
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A los tres años de edad a Lourdes Castillo Alcántara le amputaron la pierna izquierda. María Rosa, su madre, la trajo desde su natal Cajamarca a Lima para empezar su rehabilitación en la Clínica San Juan de Dios. Allí, en la sala de niños amputados y con poliomielitis, soñaba avergonzada con ser algún día como Laura Arraya, la tenista peruana-argentina. Pero sería recién a la edad de 32 años cuando lograría incursionar en el deporte blanco. Conoció a Juana Hurtado, una ex campeona de tenis en silla de ruedas, quien la incentivó a perseguir su más grande deseo: ser como Laura o hacer lo de Laura. Lourdes, en poco tiempo como tenista, logró el tricampeonato de tenis a nivel nacional, obtuvo una medalla de plata en dobles junto a Estela Santana en los juegos paraolímpicos en Argentina y llegó a ser la única peruana incluida en el ranking de la ITF (Federación Internacional de Tenis). A pesar de los obstáculos y dificultades que se le presentaron a lo largo de su vida, no se rinde, no escatima, y desea con fervor, ahora como fondista, traer más medallas para el país.
Entrena en la Plaza de la Bandera
Todos los días a las seis de la mañana, María de Lourdes Castillo Alcántara realiza su rutina de preparación física en la Plaza a la Bandera; un lugar histórico del distrito de Pueblo Libre que desde hace más de cinco años se ha convertido, para ella, en su cancha de tenis, en su pista de atletismo. Lleva en el hombro un bolso deportivo de color azul marino, en el que guarda dos raquetas Wilson—una marca de artículos deportivos que alguna vez la auspició para un campeonato internacional— y tres pelotas de tenis, que contrastan con la monocromática y grisácea imagen del lugar.
Se prepara para golpear la pelota con la raqueta. Ejercita su brazo derecho, que parece hecho de goma, sin huesos. Traza una línea imaginaria con su vista y dispara en dirección hacia las gradas de la plaza. Lo hace una y otra vez, con la esperanza de que el rebote vaya a su dirección, como pasaría en cualquier campo de frontón. La pelota se va lejos, cada vez más lejos, ante la intensidad de sus remates. Predecir el movimiento del objeto verdoso se vuelve indescifrable. Al rato se aburre, guarda sus pelotas y sus raquetas, y se dispone a remar por sobre los más de cuatro kilómetros cuadrados que tiene la plaza. En ese lugar, en su campo de entrenamiento, en el frontón hecho de gradas, la campeona multideportista se siente libre, única.
Lourdes Castillo tiene brazos fornidos, su espalda es acorazada y encorvada. Su voz es dulce y su mirada es enigmática y simpática. Es una mujer risueña, valiente y hábil. Desde pequeña sufrió mucho: le amputaron la pierna izquierda, la internaron en la Clínica San Juan de Dios, su madre no tenía plata para pagar las medicinas, su padre la abandonó. Eran tiempos difíciles para ella y María Rosa, su madre. Pero eso no le impidió soñar. En los años ochenta, en la clínica San Juan de Dios, veía todos los días la televisión por cable. A Lourdes le gustaba ver los canales de deporte. Se enamoró del tenis. En esos años, Laura y Pablo, la familia Arraya, eran famosos. Ellos habían ganado copas nacionales en tenis. A Lourdes le gustó el coraje y la valentía con la que Laura enfrentaba cada partido. Quería ser como ella. Ese era su sueño, un sueño que no quería compartirlo con nadie. Pero ella aferraba a la idea de ser tenista. Cuando tuvo la oportunidad, se dio cuenta que era un deporte caro. Le fue difícil. Se resignó a practicar otro deporte. Pero no sabía por dónde empezar.
—Yo quería conocer a otras personas amputadas al igual que yo. Pero no los encontré— dice cabizbaja, agachando la mirada. Contínua. —Encontré a muchas personas con polio. Y gracias a ellos tuve contacto con el deporte. Luego de estar buen tiempo con ellos, me dijeron: “¿te imaginas todo lo que hubieras hecho como deportista si hubieras empezado desde joven?”. Yo sentí rabia e impotencia—cuenta Castillo.
El deporte en el que comenzó Lourdes Castillo fue en el deporte insignia de las personas en silla de ruedas: el básquetbol. En ese deporte aprendió a utilizar la silla, aprendió a remar. Al principio no le gustaba; pero se entretenía jugando con sus amigos. A veces era muy incómodo para ella utilizar la silla. No le gustaba que la gente la mirara, se preguntaba: “¿acaso qué diferencia tengo del resto?”. Luego comenzó a perder vergüenza. Y remó sin reparo. En el deporte del básquetbol escuchó por primera vez el término “remar”. Ella no entendía, en un principio, a qué se referían con esa palabra. Hasta que un amiga de su equipo le explicó.
—Todos los atletas en silla de ruedas somos como los remadores cuando entran en el mar, porque, cuando avanzamos, utilizamos los brazos como lo hacen en una competencia de rema: jalamos con sincronía, empujamos a lo bruto y nos fregamos la columna—explica Castillo.
En ese pequeño mundo de deportistas en silla de ruedas conoció a Juana Hurtado, quien fue una de las primeras campeonas de tenis a nivel nacional y quien la introdujo en el tenis. La ex campeona le proporcionó raquetas y le mostró lo difícil de jugar tenis de campo en silla de ruedas.
—A veces no sabes qué es lo que debes manejar primero: la raqueta o la silla. A Lourdes le fue difícil los primeros días, pero pasaron menos de seis meses y salió campeona. Eso es algo espectacular, eso nunca pasó en este deporte—dice Hurtado al recordar las primeras prácticas de Lourdes en el tenis.
El tenis: alegrías y decepciones
El tenis de campo le ha traído muchas alegrías, pero también decepciones. Si los deportistas no tienen resultados, es complicado que los auspicien o que el gobierno se interese por ellos. Lourdes Castillo ha tenido que vender una silla de ruedas de competencia y sus medallas para poder viajar y competir por el Perú, para sostenerse económicamente.
—Las medallas y las copas no te dan de comer. Te dan alegrías efímeras. Luego te caes de bruces, y te topas con la realidad: son simples metales que tienen un valor monetario—, afirma Castillo.
En una competencia de tenis de campo en Brasil, Lourdes se hizo amiga de José Luis González, un veterano deportista brasileño en silla de ruedas que conocía la situación en la que competía y vivía Lourdes. Él se percató de que su amiga tenía un gran problema que no le permitía progresar como deportista y profesional: ser peruana. Una mochila que tenía que cargar cada vez que se encontraba en el extranjero representando al país. Ella atinaba a reírse de la situación. Lo que decía el brasileño era cierto. No existe una política deportiva en el país, que involucre de forma permanente a los deportistas en silla de ruedas. Todavía no los valoran.
—No llegaré a ser una leyenda, pero fui una de las pioneras en el tenis de silla de ruedas en el Perú. Cuando abran las páginas de los paraolímpicos, y vean quién fue la primera campeona internacional en obtener una medalla de plata, la única que representó al Perú junto con Estela Santana en dobles en Argentina, ahí se darán cuenta de lo que en verdad valgo— dice Castillo.
Una ley los margina
La situación en la que viven los deportistas discapacitados en el país no es deplorable, pero sí de absoluta resignación. El principal problema radica en una Ley del Estado peruano y del Instituto Peruano del Deporte (IPD). En esta Ley a las personas con discapacidad no se les considera todo sus derechos. Según la Ley, el deporte que practican no es profesional. Por lo tanto, no les pueden dar una mensualidad, una pago por lo que mejor saben hacer. Lo lamentable es que la propia organización que los representa, la Federación Nacional de Discapacitados del Perú (FENADIP), maneja sus propios intereses y se niegan rotundamente a quitar esta Ley. Ellos tienen el temor de que el IPD no les vaya a dar el presupuesto necesario. Lourdes lo vivió en carne propia. En un campeonato, cuando era parte de esta institución y tuvo que viajar, le pagaron el boleto de ida, pero no le agenciaron el de regreso. Hubo días en los que no podía comer a sus anchas, porque no había presupuesto. Solo le daban 300 dólares para el campeonato, y una fotografía con alguna autoridad del momento.
—A veces tenía ganas de comer alguito más, pero no tenía plata. ¿Qué le iba a decir a los mexicanos, canadienses, que vienen con mejores sillas, mejores vestimentas, y te invitan a comer? ¿Qué no tienes plata? ¿Qué es eso? ¿No supuestamente yo represento al Perú? ¡Qué roche! Simplemente decía que no me gustaba la comida extranjera, que la peruana era la mejor—narra Castillo. Esa misma situación le pasó en varias ocasiones en campeonatos en Brasil, México y Argentina. No podía comprarse una Pepsi, porque costaba cinco dólares, y ahí se le iba su almuerzo.
Lourdes tuvo la oportunidad de ser auspiciada un año por la empresa privada INTEJ. Pero por mala suerte esta empresa no la siguió auspiciando porque entró en recesión. El tenis es un deporte caro, que muchos a la mitad del camino lo abandonan.. La falta de apoyo económico y moral se siente.
—Si tuviéramos movilidad la cosa sería más fácil. Los taxistas nos cobraba mínimo 10 soles. Hay colegas que son mujeres y que tienen responsabilidades familiares. Muchos optaron dejarlo, para poder sobrevivir—explica Castillo con resignación.
Ahora practica el fondismo
A lo largo de su carrera como deportista, Lourdes ha obtenido medallas en los distintos deportes que participó: en el tenis de mesa, básquetbol y rugby. Pero parece no importarle mucho sus medallas. La vida le ha enseñado que existen otros tipos de logros que parecen ser insignificantes para el resto, pero que para ella son más que gratificantes. Ahora forma parte de los runners de Pueblo libre. Practica el fondismo.
—Para mí un logro puede ser llegar a un campeonato. Tú sabes todo lo que he tenido que pasar, todo lo que he tenido que vender. Un poco y más y no vendo mi prótesis porque la necesito para caminar.—dice riéndose. Ella tiene una prótesis que le permite caminar a duras penas. La lleva consigo desde hace ocho años y se ha convertido en su confidente.
Lourdes Castillo Alcántara es una activista que lucha por los derechos de las personas en silla de ruedas. Ella ha mandado cuantiosas cartas a congresistas, ministros y autoridades municipales explicándoles su situación con la esperanza de que apoyen a los deportistas discapacitados. Pero a ella no le agrada que la llamen discapacitada, porque ese término solo se centra en la forma y no en la esencia. Su misión en la vida, cuenta, aparte de hacer deporte, es incentivar a los jóvenes, que se encuentran en su misma situación, a pensar diferente, a no limitarse.