Mariana Gálvez Vásquez, Taller de Periodismo de Opinión.
Follow @PS_UPC
Más de una vez he tenido ganas de matarme. He pensado en cómo hacerlo de manera que no sienta mucho dolor, que sea rápido y sin traumas. He pensado en lo fácil que sería dejar de existir y ponerle una pausa a todo: el estrés, los conflictos, las decisiones. He pensado una y otra vez, he llorado y he gritado, pero claramente nunca llegué a concretar mis deseos suicidas. El problema es que muchos jóvenes sí lo hacen cada día: cada 100 minutos muere un adolescente por su propia decisión según suicide.org. Somos la generación más estresada y suicida en comparación con las que nos antecedieron, según la OMS, y eso no es ningún juego de niños.
Ahora me aventuraré a explorar la relación entre el estrés y el suicidio en niños, adolescentes y adultos jóvenes a partir de mi propia experiencia y la enorme cantidad de estudios sobre este fenómeno. El momento clave y abrumador de mi depresión se dio cuando tenía probablemente 13 años. Ahora con 21, me parece increíble que una niña de mi edad hubiera siquiera considerado esa opción, pero la data me respalda: 20% de los adolescentes experimentan depresión antes de llegar a la adultez.1 Qué mierda, verdaderamente. Estos niños apenas terminaron la primaria y ya deciden acabar con su existencia.
La proliferación de información en las redes tampoco ayuda a la prevención: una simple búsqueda de suicidio en Instagram puede llevarte a cuentas designadas específicamente para guiarte a hacerlo. Yo probé reportando algunas de estas cuentas y sus publicaciones: fotos de brazos ensangrentados, piernas con cortes y descripciones suicidas, pero Instagram me respondió que estas “no violaban la política de la red social”.
Por otro lado, los efectos pasivos de la tecnología tampoco son positivos para la salud mental: según la analista J. Borchard, el estilo de vida moderna ha influido muchísimo en el aumento de la tendencia de los jóvenes a la depresión y el suicidio. Algunos factores que contribuyen a esto son la ausencia de una comunidad y soporte familiar, el aislamiento para utilizar tecnología y la necesidad de pasar más tiempo dentro de casa y sin contacto social.
Algo aún más preocupante es lo que los especialistas David Brent y Rebecca Canobbio han encontrado: el suicidio de una persona joven tiene un efecto depresivo en todo su círculo amical y familiar. Esta afirmación toma especial sentido en el caso de la escuela Herriman en Estados Unidos. Uno de sus jóvenes estudiantes, Chandler Voutaz, se disparó a sí mismo en su hogar en junio del 2017. Al terminar el año, seis estudiantes más se habían suicidado, incluyendo al mejor amigo de Chandler. Los estudiantes de la escuela Herriman describieron que se sentían observados pero invisibles al mismo tiempo, que era imposible lograr la atención de un profesor si necesitaban ayuda, que muchos de ellos comían su almuerzo en sus autos para evitar ser vistos solos en la cafetería. La epidemia de suicidios logró finalmente que la escuela tomara acciones al respecto y trabajara en su plan para la prevención del suicidio en adolescentes.
Otro gran problema es que el suicidio ahora es casi impredecible, suicide.org propone los siguientes factores: las mujeres son más propensas a sufrir de depresión, también las personas que abusan de sustancias y aquellos que hayan experimentado trauma en el hogar, incluyendo el divorcio o la muerte de los padres. Sin embargo, en varios casos los factores no son tan evidentes. Chandler Voutaz cenó con sus padres un día antes de su muerte, les dijo que estaba emocionado por un viaje próximo a España. Luego se fue a una fiesta con sus amigos. En la mañana siguiente se disparó. Alexandra Dolores, otra adolescente americana, era una estudiante modelo, parte del equipo de robótica y representante estudiantil. Se tiró de un puente una noche sin que lo sospechen sus padres ni amigos. Encontraron un diario donde se decía a sí misma que ella “era un fracaso, una carga”.
Siempre pensé que la manera de suicidarse debía ser inteligente, que debía hacerse pensando en todas las posibilidades y consecuencias. Y creo que por eso nunca lo hice. Me di cuenta de que no hay modo inteligente de suicidarse. Si en algún momento quiero parar todo en mi vida tengo el poder de hacerlo: tengo el poder de dejar ciertas amistades, de cambiar de escuela, de mudarme, de hacer miles de cosas con mi vida. ¿Entonces, por qué sucumbir al deseo de terminar todo tan fácilmente, cuando puedo mantener mi libertad de decisión y cambiar mi vida, por qué matarme yo si los culpables son otros? He ahí el problema. Una persona se suicida cuando siente que ha perdido total control sobre su vida, cuando siente que su voz no vale nada, que no es suficiente. La etapa de la juventud tiende a hacernos sentir así, sin poder sobre nosotros mismos. El internet nos conecta, pero nos puede alejar también de las personas que podrían ayudarnos. Las abrumadoras responsabilidades que ahora tenemos los jóvenes: un mundo laboral cada vez más competitivo, una sociedad menos amigable, el escrutinio de las redes sociales, los modelos de éxito inalcanzables, todo contribuye al sentimiento de que nuestras vidas son vacías e inútiles. Es por eso que es tan importante la empatía, la autoestima, el apoyo familiar, amical y por parte de profesores e instituciones. Es esencial que cada joven sepa que es importante y encuentre su amor propio poco a poco con la ayuda de quienes lo rodean. No debemos sumirnos en la indiferencia de nuestro mundo contemporáneo sin mirar a quienes caminan a nuestro lado. Tratemos siempre de decir cuán importantes son las personas de nuestra vida, por qué los queremos y por qué son especiales, tal vez necesiten saberlo más que nunca.
1 Data de suicide.org.