Crónica sobre la viuda diurna y nocturna del Centro Histórico de Lima: conozca La Plaza Mayor, El Jirón de La Unión y La Plaza San Martín al despertar y al anochecer.
Redacción: Alvaro Sebastián
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Si el glamoroso Centro Histórico Lima de antaño hubiera sabido predecir el futuro para ver en lo que se convertiría un siglo después, probablemente se hubiera autodestruído para evitar tal catástrofe. Resulta irónico y hasta cierto punto contradictorio que dos de las edificaciones más importantes y hermosas de nuestro país, como lo son el Palacio de Gobierno y La Catedral de Lima, se encuentren inmersas en este mundo que por las noches se convierte en tierra de nadie. O mejor dicho: tierra de los más valientes y arriesgados aventureros.
LIMA DESPIERTA, LIMA DURMIENTE
Las largas calles que separan la Plaza Mayor de Lima y la Plaza San Martín son más conocidas por los apresurados transeúntes como el Jirón De La Unión. «En mis tiempos, por este lugar solo desfilaban las personas más distinguidas y ricas de Lima. Venir al Jirón de La Unión era todo un lujo que no muchos podían darse», comenta Élida Salgado (80) con un brillo en los ojos que la transportan a esos años mozos que tanto parece añorar. Y es que si uno va a pasear el día de hoy por estas calles antes que el sol primaveral se oculte, puede distinguir un desfile interminable de comerciantes que esperan ansiosos vaciar hasta el último centavo de las poco gordas billeteras de los que transitan por el lugar.
Desde los más económicos restaurantes hasta los más morbosos sex – shops: no hay cosa que uno no encuentre en el Jirón De La Unión. Todos estos comercios se alzan al lado de ambulantes que han hecho de las calles su negocio: «Pruebe las deliciosas arepas» es la conocida frase que identifica a los venezolanos que han invadido nuestro país, misma que se enfrenta a la intimidante inmovilidad de ciertos artistas urbanos que se disfrazan de estatuas humanas a cambio de algunos centavos. Se podría decir que, mientras la luz del día alumbra, el recorrido de La Plaza Mayor de Lima, el Jirón De La Unión y La Plaza San Martín es relativamente tranquilo.
Al caer la noche, la oscuridad se apodera de las antiguas edificaciones del Centro Histórico de Lima haciéndolas parecer castillos tan tenebrosos que terminan resultando atractivos. De La Plaza Mayor de Lima no hay mucho que decir: los faroles tenues son los encargados de resaltar la belleza arquitectónica del Palacio de Gobierno y La Catedral. En esta plaza la seguridad no conoce el significado de la palabra descanso. Sin embargo, a pocos metros cuándo inicia el recorrido hacia la Plaza San Martín la realidad es totalmente opuesta.
Leves luces amarillas pintan a lo largo y alto las extensas calles del Jirón de La Unión. A medida que uno tiene la osadía de avanzar se siente como si el peligro y los latidos del corazón fueran en aumento. Los comercios ya no son más comercios, sino que se han convertido en el respaldar de decenas de indigentes que buscan desesperadamente protegerse del frío con cartones que reposan en los montículos de basura que adornan cada esquina. Los venezolanos y su particular acento que enamora no hacen más eco, ni los transeúntes caminan apurados tratando de esquivarse entre sí. Por el contrario: a estas horas de la noche caminan con más cautela, mirando en todas direcciones y rezando un Padre Nuestro en su interior para no ser ultrajados por algún salvaje delincuente. Algunos ambulantes se rehúsan a abandonar las calles intentando llevar unos cuantos soles más a casa y uno que otro artista urbano se niega a finalizar su espectáculo por más que no queden espectadores que aprecien su labor.
AQUÍ RADICA EL OFICIO MÁS ANTIGUO DE LA HISTORIA
Cuando el calvario y el peligro parecen haber terminado, pues a la vista se alza la estatua del libertador Don José de San Martín, el recorrido se vuelve aún más tenso. Al pisar la Plaza, miradas seductoras que te observan de pies a cabeza son capaces de intimidar hasta al más osado aventurero. Personas que se dedican al oficio más antiguo de la historia vendiendo su cuerpo a cambio de unos cuantos soles se acercan de manera seductora esperando una propuesta indecente. Miran, observan y vuelven a mirar: si uno no se aleja empiezan con la charla y, luego de esta, quién sabe dónde termines. La Plaza San Martín es tierra de nadie y, a medida que se acerca la medianoche, el nerviosismo, la oscuridad, el silencio y el frío incrementan. Quien escribe opta por retirarse y queda a la expectativa de su siguiente aventura.