El confinamiento social y otras restricciones son factores que afectan gravemente la salud mental de las personas.
Escribe: Lorenzo Pérez Córdova
Foto: ANDINA
El 15 de marzo del 2020 fue el día en el que millones de peruanos vieron como la expansión de una pandemia los privaba de su libertad. La Covid-19 ha perjudicado la salud, la economía, la socialización y la educación. Los países más afectados fueron aquellos con una infraestructura deficiente de sus instituciones.
Shessira es una estudiante de comunicaciones que recuerda con nostalgia los días cuando podía visitar y conversar con sus amigos y familiares sin restricciones. Aquellos días de cine, de playa, de restaurantes se han esfumado. “He sufrido de fuertes depresiones que hicieron que mis notas decaigan y que subiera de peso”. Ha padecido distintos problemas durante esta pandemia: “comía en exceso porque me sentía muy ansiosa”, “se me desgastaron las uñas por haber estado mordiéndolas tanto”, “sufrí un colapso nervioso que hizo que me cortara el cabello”, “sufrí de anemia porque solo comía comida chatarra”, se lamenta. Debido a esos desequilibrios emocionales ha recibido medicación para tratar sus padecimientos. “He estado recuperándome por medicamentos antidepresivos, he estado intentando mantener mi mente en paz haciendo manualidades, aprendiendo cosas nuevas, pero de todas formas no es lo mismo”, señala.
Ha pasado más de un año y la posibilidad de un regreso a cierta normalidad está lejos aún. Esta situación genera graves consecuencias en la salud mental de las personas. Un estudio realizado por el Ministerio de Salud (MINSA) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) concluye que tres de cada diez niños y adolescentes, de ambos sexos, de 6 a 17 años presentan algún problema en su salud mental a causa de esta pandemia. Asimismo, el Instituto Nacional de Salud Mental (INSM) advierte que el encierro, la evitación social y el miedo por el contagio son los principales factores que desencadenan la ansiedad, la depresión y el estrés. Además, desde el 15 de marzo hasta el 30 de junio del 2020, la línea 113 del MINSA ha ofrecido 73 000 orientaciones en salud mental. Los problemas más frecuentes fueron el estrés, la ansiedad y la depresión, en ese orden.
Todos las mañanas, Ana derrite el chocolate, lo vierte en el molde y empieza a preparar sus chocotejas. Aunque sus ingresos no son suficientes para cubrir parte de la pensión de su universidad, esta actividad le permite lidiar con su depresión. “A mí en lo personal esta situación me ha afectado mucho, sufro de ansiedad, tengo sentimientos de soledad, de abandono, me atacó mucho por ahí”, señala. Ana es una joven estudiante de comunicaciones que combate la depresión a través de su emprendimiento. “Es difícil hacer las reparticiones con la mascarilla y el protector facial sobre todo en verano. Es difícil”. Ana solía caminar desde su casa en Breña hasta la iglesia Las Nazarenas y orar. Eso le daba paz. Ahora, por su seguridad, ya no lo hace: prefiere escuchar la misa virtualmente. El aislamiento social ha hecho que su depresión sea más difícil de sobrellevar porque ya no frecuenta a sus amigos. “Desde febrero he estado llevando terapia psicológica”, comenta.
Así como Ana, la mayoría de jóvenes universitarios ven tanto su integridad física como psicológica afectadas por la actual situación sanitaria mundial. Mascarillas multicolor, protectores faciales, gel desinfectante y una distancia prudente se han convertido en elementos definitorios de este nuevo paisaje. Estas medidas de seguridad, sin embargo, no inmunizan el aspecto emocional de los individuos.
Para la psicóloga Ana Rivera Caro, lo positivo de esta pandemia ha sido el aumento de interés por las terapias. “El ser humano tiene la capacidad, en mayor o menor medida, de adaptarse. Por ejemplo, cuando se declararon los domingos como días de inmovilización social obligatoria, al principio, a la gente le costó adaptarse, pero ahora hay personas que deciden salir o quedarse en casa”, señala. Para Ana, otro de los aspectos positivos de la pandemia ha sido la consolidación de internet como una herramienta de trabajo. Señala que las terapias psicológicas online brindan mayor flexibilidad en los horarios y en las tarifas por la modalidad virtual. “Otra de las cosas que ha mejorado es que los pacientes pueden liberar sus emociones, ya no tienen que preocuparse porque el otro paciente que va entrar lo va a ver llorando y cosas así”, indica.
Todos los días, después de almorzar, Adriana sale de su casa para dirigirse al trabajo. Sus aspiraciones son tan altas como la cima de la estación del tren que debe tomar para pasar de San Juan de Lurigancho hasta su centro de trabajo en San Borja. Adriana vio cómo esta pandemia condicionaba sus estudios por el factor económico. Actualmente, trabaja todas las tardes en Plaza Vea. “Esta pandemia ha afectado mi situación económica. Me he tenido que ver privada de estudiar un ciclo por eso”, indica. Ese no es el único inconveniente que atraviesa: su riesgo de contagio de Covid-19 es alto. “Yo trabajo en un supermercado, veo que la gente a veces manosea los productos, a veces sin mascarillas, y luego tengo que acomodarlos o reponer los estantes. Es una labor que me estresa y que me da un poco de temor”, menciona.
Desde el cese de las actividades por la emergencia sanitaria, los ingresos de los ciudadanos se vieron afectados. Esto se vio reflejado en las tasas de deserción educativa. Según el sistema de información de la educación superior del Ministerio de Educación (Minedu), en las universidades privadas la cifra para el ciclo 2020-1 fue de 22.3% y para el ciclo 2020-2 del 18.9%. Las tasas de deserción educativa superior privada aún son altas. Esta problemática no solo frustra la carrera universitaria de los estudiantes; también perjudica su salud mental.
Los efectos de esta pandemia han afectado a todos los individuos. Según información brindada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), las personas mayores y las que padecen afecciones médicas preexistentes como hipertensión arterial, enfermedades cardiacas o diabetes son la población de riesgo. No obstante, no son los únicos afectados. Los jóvenes y niños son más vulnerables a la inestabilidad emocional. Essalud ha advertido el incremento de hospitalizaciones de niños y adolescentes por depresión. Asimismo, el hospital Almenara ha informado que el aumento del 50% de hospitalizaciones se debe al confinamiento. Por otro lado, la Asociación Peruana de Farmacias ha reportado un aumento en la demanda de ansiolíticos desde el comienzo del confinamiento social.
Para el psiquiatra Luis Miranda Calderón, la ansiedad debe ser evaluada por profesionales de la salud mental. Primero hay que identificar si los síntomas de la ansiedad responden a un trastorno. De serlo, el profesional debe sugerir el tratamiento farmacológico. Añade que la prolongación de la ansiedad puede derivar en una depresión, en pensamientos negativos que conducirían a la persona a ideas de suicidio.
Shessira, Ana y Adriana son tres jóvenes universitarias que han visto su integridad emocional y física amenazadas por el riesgo de contagio y el confinamiento social. Afrontar los problemas psicológicos y económicos en este contexto les está resultando muy difícil. Sus libertades de expresarse abiertamente se ven frustradas por las mascarillas y la distancia social.