La Casa Marcionelli durante la noche del 19 de enero.
La primera Toma de Lima, iniciada el 19 de enero de 2023, fue el periodo de protestas ocurridas a nivel nacional en el Perú, siendo Lima, su capital, el punto principal de manifestación en contra del Gobierno de la primera presidenta en la historia del Perú, Dina Boluarte Zegarra. Dichos hechos serán recordados además por el incendio de código cuatro que sufrió uno de los inmuebles históricos más importantes del país: La Casa Marcionelli. El siniestro ocurrió en plena manifestación.
Escribe: Rafael Eduardo Cárdenas
Fotos: Rafeal Edurardo Cárdenas
El día que decidí convertirme en reportero, el cielo testificó desgracia, quebrantando la inocencia que, en aquel momento, tenía sobre la vida y de aquel oficio llamado periodismo, que es el mejor de todos, sin lugar a dudas. Aunque, antes de lo sucedido, no conocía nada sobre aquella labor, ni mucho menos de lo que quería ser y a qué dedicarme por el resto de mi vida.
—Madre, iré a la casa de mi amigo Gianfranco, el flaco —dijo el novato con el haz bajo la manga—. Llegaré antes de las once. No tardo, por favor, no sea dura. Déjeme salir.
Entonces ¿qué era el periodismo para mí? Se preguntarán. Quizá, mi visión cegada, fue lo que limitó mi entender sobre la profesión, demostrado en mi rotundo desconocimiento sobre los verdaderos placeres: el ser reportero, por ejemplo, uno de ellos. Estaba claro, un chico que soñaba con entrevistar futbolistas, qué iba a entender sobre los disturbios que flagelaban nuestra sociedad peruana; los reporteros, en ese aspecto, son los verdaderos testigos, los únicos entendedores, aquellos contadores de anécdotas por excelencia a pesar de que son los menos reconocidos en popularidad injustamente. Ellos son los verdaderos dueños de la noticia, pensaba mientras la tentación crecía. Quiero ser uno de ellos, el inconsciente hablaba y jodía, me llamaba a dejar ese muro llamado inocencia o, por así decirlo, temor a la vida en sí. Dieciocho años apenas cumplía meses antes. Tal vez, el periodismo deportivo no era para mí en realidad. Debía aspirar a algo más peligroso. Aquello que me motive a escribir literatura, sea ficticia o no; las experiencias ganadas podrían inspirar a otra tras otra.
Podría entender el rumbo de mi vida aquel 19 de junio del año 2023, el día que el infierno bajó a la Tierra y se manifestó en un incendio de código cuatro. Incontables han sido las horas para la muerte del fuego. Los medios televisivos daban comienzo a su cobertura sobre la Toma de Lima y el Sol aún brillaba, pero no como cualquier día. El astro sospechó lo que sucedería cuando se oculte por el oeste. Ha preferido no interrumpir su trayecto y, a pesar de su señorial presencia, se acobardó; no quiso ser el principal testigo de la catástrofe.
Temprano, por la puerta siete de la Universidad San Marcos salieron muchos de los manifestantes y, como si fueran batallones de infantería, tomaban dirección hacia el Cercado de la capital, donde el caos crecía y crecía con el pasar de los minutos. Un escenario que todo periodista aventurero, o mejor dicho suicida, sueña húmedo con ser partícipe. El gran número de efectivos policiales en la zona expresaban la preocupación nacional: «ABAJO EL GOBIERNO BURGUÉS», yacía, pintado con pintura color sangre, un escrito para nada amigable en el mural de la universidad que, antes del ocaso, fue utilizada como almacén de recursos como víveres y agua para que la protesta dure más días de los ya pactados.
Desde diciembre del pasado año, se venían produciendo sumos altercados en diversas regiones del país, provocados por la destitución del expresidente Pedro Castillo Terrores, quien, en un acto atroz, intentó disolver el Congreso de la República e imponer un Gobierno de Emergencia.
Por eso mismo, solo era cuestión de esperar que tome rienda suelta la tormenta política. Olas de violencia que tomarán como próximo destino la Ciudad de los Reyes, capital del Perú. Imposible perdérmelo. Por esa misma razón, guardé cuadernillo y lapicero al bolsillo, anhelando entrevistar a alguien, el celular con apenas 74% con 50 soles en su carcasa, y acaricié, quizá por última vez, a Negra, mi pequeña gata. Con sus cositas guardadas, el aventurero tomó rumbo al paradero de Palmeras, distrito de Los Olivos, lugar alejado de la sangre y cámaras fotográficas. Levanté el brazo, lleno de emociones, y noté el grisáceo panorama, una premonición naciente irradiaba la calle. A plaza Bolognesi, señor, el taxista detuvo su mirada en mí, aterrado, lloraba por dentro, lo sentía, ¿tendrá algún familiar protestante o policía? Cuantos fantasmas rondan por la cabeza de este pobre hombre y yo solo atinaba a decirle: plaza Bolognesi; derramando esas preocupaciones que, puede ser, el Cercado de Lima le causaba. No era mi culpa. Quiero ser periodista, señor, es por eso que estoy arriesgando mi vida, ¿usted no haría lo mismo por una pasión? No lo entiendo, joven, ustedes hablan de pasión tras pasión, sin siquiera diferenciar entre pasión y adicción. No sé si el periodismo se pueda considerar una de las dos, pero, sea adicción o pasión, será imposible que salgas de ella. Mucho cuidado, chibolo. Su cara de marihuano es terrible, pobre taxista, este hombre define adicción y pasión mejor que nadie, pensé, me acomodé en el asiento trasero sin alguna respuesta en mente. Pensé otra vez y lo predecible: nada.
—Rafa, ¿seguro que quieres ser periodista?
—Sí, abuela. Pero solo hablaré de deportes. Me da miedo investigar sobre política o ir a una marcha a fotografiar y entrevistar locos. Muy peligroso.
En medio del caos acechándose por la ventana, el taxi se detuvo en la plaza Bolognesi, marcando las 7.30 de la noche en mi reloj de muñeca. Qué rápido pasó el tiempo. Y al bajar y contemplar la zona, me topé con lo predecible; aquella premonición que temprano irradió la calle se estaba ahora manifestando: negocios cerrados por los incidentes del día y, lo que más llamó mi atención, el centenar de policías que resguardaban una de las plazas más importantes de Lima, mismo bastión de guerra, hombre. Era el paradero más apacible, comparado a los aledaños de la avenida Abancay, donde las banderolas y gritos pidiendo la renuncia de Dina Boluarte eran el show principal de una de las extremidades más grandes del infierno, ahora llamado Lima.
Sin embargo, ¿cuál era el detonante de la protesta? ¿Qué originó tanta indignación? El pueblo peruano, a lo largo de su historia, ha demostrado una actitud rebelde ante los abusos, maltratos e indiferencias con el Gobierno de turno. Sean pacíficas o radicales, las respuestas del ciudadano peruano siempre existieron. Marcando, por eso mismo, un gran episodio de acontecimientos de pueblo peruano manifestándose, teniendo como exactos ejemplos: la marcha de los Cuatro Suyos, contra el fraude electoral del expresidente Alberto Fujimori; las protestas de noviembre de 2020, pidiendo la cabeza del exmandatario interino Manuel Merino de Lama, donde fallecieron los universitarios Inti Sotelo y Brian Pintado; la furia popular de 1872, tras el asesinato del presidente José Balta a manos de los hermanos Gutiérrez, entre otras más. Ahora, La Segunda Marcha de los Cuatro Suyos se haría llamar la nueva manifestación popular. Un tsunami que, como todo desastre natural, sería imposible de detener, pero sí intentar evitar el mayor daño posible. Aquel 19 de enero, osado era aquel que caminase por las calles de Lima. Si no eras un manifestante con la sed inquebrantable de revuelta, eras un desafortunado policía instruido a resguardar el orden del Cercado de Lima, el punto principal. Ahora, si no eras ni uno ni el otro de los personajes antes mencionados, eras un periodista en busca de noticia. En Bolognesi pensé, ¿hice bien en venir?, y otra vez pensé en vano. Pude quedarme viendo todo desde la comodidad de mi sala, pero estaba aquí, deseoso de una primicia. Por eso decidí quedarme. No existe otra forma de entender a la perfección lo que ocurriría la noche del jueves. El policía con su porra, el manifestante con su banderola, yo con mi pasión.
Directo a la boca del lobo
Con un solo objetivo: adentrarse a la zona de los hechos, seguí caminando y caminando toda la calle España, exhausto, por las calles de Lima. Propósito: la plaza San Martín, el lugar más concurrido del momento. Calles vacías: tiendas vacías, galerías vacías, espíritus vacíos. Vacío de todo. Caminé hasta que, sorpresivamente, me atrapó la turba.
No imagino lo que me hubiera sucedido si se enteraban de que yo, un aspirante a periodista, metiche, por cierto, deambulaba deseoso de polémica y sangre. Sigue la corriente, pasa desapercibido, imagínate que te confundan con integrante del Grupo Terna, estás muerto, Rafael, muerto. Sin darme cuenta, me encontraba en el Real Plaza Centro Cívico, muy cerca de la plaza San Martín, el objetivo de la travesía.
—Está ocurriendo un incendio en el Jr. Camaná —dijo, mediante un mensaje de voz, Gianfranco, mi amigo de promoción escolar—. En la Casa Marcionelli. El incendio es de código 4, carajo, ni se te ocurra ir.
La televisión y los medios locales informaban sobre el monstruo de fuego perpetuándose desde las 7.10 de la noche entre los cruces de los jirones Carabaya y Lino Cornejo, dándome cuenta de lo que la premonición maldita intentaba avisar inútilmente. La Casa Marcionelli, antigua casona aledaña a la plaza San Martín, comenzó a arder en circunstancias que suscita la marcha; tal como indica el acta fiscal de la Policía Nacional del Perú. Era cuestión de minutos para que un centenar de personas terminen congregándose en aquel cruce de calles. Al instante, un estallido de bombas lacrimógenas partió en cinco mi tranquilidad, obligándome a salir de ahí de inmediato rumbo al inmueble histórico atiborrado de fuego candente, que destripaba, poco a poco, los pisos superiores. «Prensa mermelera, informa la verdad. Prensa prostituta, informa la verdad», se sumaron gritos a melodía, como un recital, al desorden perpetrado por un gran número de protestantes que, como yo, eran testigos del hecho. Era la representación misma del fastidio popular hacia los medios de comunicación televisivos, acusándolos de decantarse más por transmitir la marcha que por dar cobertura al incendio de código cuatro que, para ellos, era una situación más importante. Horrible escenario: el terco fuego, en vez de disminuir, se dilataba con el pasar de los minutos, al igual que el horror de los expectantes. Lugar donde yo, periodista novato, anotaba todo lo que sucedía. Uno nunca sabe cuándo te puede tocar escribir una crónica, digo. Los bomberos se sumaron a escena y comenzaron a retirar a los residentes en medio del fuego que, a velocidad de trote, carcomía la casa. Numerosos eran los que vivían en esas calles y, por esa razón, sus vecinos tuvieron que recibirlos para que pasaran la acalorada noche sanos y salvos. Unos de los damnificados era Cesar Passalacqua, hijo de la propietaria del edificio, al quien tuve la oportunidad de entrevistar. Me contó su versión del relato: «Estaba en el cuarto piso con los chicos que trabajo y cayó una bomba lacrimógena. Entonces bajamos para echarnos agua, nos percatamos que estaba incendiándose el lugar rápidamente. La casa está hecha de madera y quincha, por eso se incendió rápidamente». ¿El culpable para usted?: «La
policía pues, que lanzó las bombas. El estado me tiene que indemnizar. La policía lanzó. ¿Quién lanza las bombas lacrimógenas? La gente que protesta no lo hace», sentenció Passalacqua con el rostro que, al instante, me recordaba al taxista: ojos que escapaban de sus órbitas, pero que eran sostenidos por la poca cordura que ambos intentaban no perder; menudo logro, otros en su lugar hubieran caído en la peor locura de su vida tras pisar esas calles llenas de humo lacrimógeno. Ante las palabras del entrevistado, sigilo total; los periodistas que al principio miraban con cierta envidia mi entrevista, ahora lucían silenciosos, ninguna pizca de querer lanzar otra pregunta tan intrépida. Una gravísima acusación, Passalacqua. Unas palabras que traen consigo más caos y confusión del que ya existe en aquel infierno llamado Cercado de Lima. Imagine, ¡se estaba acusando a la Policía Nacional del Perú por causante de dicha tragedia. La entrevista se haría popular por los medios en cuestión de poco tiempo, solo cosa de esperar. Mi trabajo aún no termina, Gianfranco, hazme ese favor de cubrirme si mis padres preguntan por mí. La travesura del novato periodista se vería expuesta a nivel nacional e internacional por culpa del polémico Vladimir Cerrón: Lina, ¿ese del video no es tu hijo?
Las 10.30 de la noche marcaba la hora y Vladimir Cerrón, fundador y líder del partido de izquierda Perú Libre, compartió vía Twitter la entrevista realizada a Cesar Passalacqua, que había sido grabada por otro periodista. Era descomunal la polémica que se había armado por culpa de mi ocurrencia «¿el culpable para usted?»; todos hablaban del suceso, del supuesto origen verdadero del incendio que azotó aquella noche a la Toma de Lima.
—¡Ese es mi hijo! ¡Escúchale la voz! —dijo mi madre, aquella que añoraba sin desdén que su hijo sea ingeniero o abogado. La señora que casi sentencia a su hijo al peor futuro posible: fracciones matemáticas hasta en la sopa, y en caso el destino se decante por la segunda opción, memorizar leyes, bostezar mil veces, entrometerme en casos de pensión alimenticia y encima, no vivir para contarlo. Iba a morir en el intento, sin dilema alguno, madre. Escribiendo anécdotas soy feliz, con eso basta, por favor. No me gusta la matemática. No me gusta las leyes. No me gusta nada, excepto escribir, es mi pasión, madre.¡No me mires así¡, tú sabes bien que el periodismo es el mejor camino.
La señora madre ahora miraba aterrorizada el televisor que, voceando las noticias nocturnas, revelaban el verdadero paradero de su hijo. Entonces, comprendió que lo de ir a la casa de Gianfranco no fue menos que una vil mentira impuesta por él, el susodicho. El verdadero objetivo no era el de llegar a la plaza San Martín, sino el de hacerla sentir orgullosa. Que entienda que es capaz hasta de poner en peligro su vida, solo por darle cabida a sus pasiones más profundas: la escritura y el periodismo.
Historia de la Casa Marcionelli
Entre la quincha y madera que se estaba quemando, se esconde una historia de superación y cosas que no deben olvidarse. Una esencia antañona pero muy valiosa, lograda gracias al empresario Severino Marcionelli, suizo de nacimiento, el cual convirtió el edificio en un lugar importantísimo para el comercio nacional. Marcionelli fue bastante respetado por el acto de incursión en la minería, como fundador de la mina Morococha, e inversionista en el sector agropecuario, dado que fue dueño de la ganadera Uchupata de Huari. El empresario debía conseguir espacio fijo para habitar en el Perú, y es por eso que adquirió el terreno en la calle Pacal del centro de Lima, lo que hoy se conoce como cuadra 9 del jirón Carabaya, que aquel 19 de enero de 2023 ardió en fuego, destruyendo casi todo. La Casa Marcionelli, que fue terminada de construir en 1923, contaba con cuartos para variadas funciones, y las ventanas amplias que tanto la caracterizaron por más de noventa años. Una casona hermosa. Un inmueble histórico y de inmensa importancia representada por su función como sede del Consulado General de Suiza. Es triste que todo quedara en el pasado.
Vicente Romero, ministro del Interior, salió públicamente a desmentir la información circulada entre la confundida población. «Yo puedo colocar ese artefacto lacrimógeno en mi bolsillo y eso no causa quemaduras ni incendios, simplemente el gas es lo que provoca», manifestó el ministro, pese a las declaraciones en otro sentido de Passalacqua, uno de los muchos afectados. Para Romero, el hecho de que una bomba lacrimógena ocasionara tal incendio era algo totalmente falso e inconmensurable.
El incendio contagió a más casonas cercanas a la plaza San Martín, quemándolas gravemente. 10 horas duraron el trabajo de los bomberos para apagar las llamas asesinas.
11.29 de la noche. Procedo a retirarme mientras que escucho un rumor a voces: la marcha va a continuar rumbo a Miraflores. Suficiente para mí, las energías no me daban para emprender otro viaje, mejor dicho, travesura. Muchacho, no sé si hizo bien en venir; imagínese que algo le hubiera ocurrido. Mataría de un infarto a su madre, por Dios. Usted solo arranque, por favor, señor taxista. Suficiente gritada tendré al llegar a casa, le reprimí. Y así sucedió, pero valió la pena. Qué gratificante fue el sentarme a redactar la crónica de lo que pasó ese 19 de enero de 2023. Entendí, por fin, que la vida va más allá de sentarse a hablar de fútbol, sufrir mientras intento resolver el examen de Química o morir abogando un juicio. Ahora el verdadero propósito en mi vida es salir a enfrentarla y después escribirla, contemplar la realidad, sin falsedades. ¿Y si el periodismo es la verdadera fórmula de la inmortalidad? Tal vez no tenga idea, pero lo único que sé con certeza… es que no me confundí al escoger esta carrera.