Hace más de noventa días el mundo se ha paralizado debido a una pandemia. Un virus es el que nos tiene en vilo a millones de personas . Un virus que no discrimina edades, religiones, nivel socioeconómico ni ideologías políticas. Eramos tan felices con lo que teníamos y no lo sabíamos. Éramos felices con nuestro tráfico limeño, con ese embotellamiento en las principales arterias de la ciudad, que volvió loco a cualquiera que se atreviera a sumergirse en ella. Nos topamos con los bocinazos de los micros, el pisa pisa, los malabares en los semáforos, las personas corriendo en las estaciones de transporte público. Los robos eran algo diario, los asesinatos y noticias que colocaban a Lima como una ciudad insegura. Éramos felices con todo esto y no lo sabíamos.
Cambiamos nuestros hábitos de limpieza, hoy en día todos usamos mascarillas y guantes si tenemos la necesidad de salir. En los supermercados se toma la temperatura al ingreso y la distancia entre personas es de un metro . Eramos tan felices en nuestro micro todos apachurrados, en el metropolitano como si fuera un sauna andante. Vivíamos felices con todo lo que teníamos. Hoy nos vestimos con ropa cómoda, dejamos atrás las camisas, ropa lujosa y de adquirir cosas que sabemos no necesitamos a estas alturas pero que en su momento nos llenaba de satisfacción. Éramos felices con tanto y hoy con poco no queremos más. Quizás no podamos sentir el calor humano en las calles, pero podemos sentir la unión de los peruanos desde las ventanas, balcones todos los días a las ocho de la noche. Donde, desde nuestras limitaciones aplaudimos y gritamos a viva voz nuestro agradecimiento a todos los policías, militares, doctores, personal de limpieza y aquellos que desinteresadamente están poniendo su integridad en segundo plano para ayudarnos a quienes estamos en casa. Por ellos y sus familias debemos estar agradecidos y sobretodo mostrar respeto por la labor que realizan día a día, por salvaguardar la seguridad de los peruanos.
Nuestra rutina está alterada, hemos dejado de estudiar, trabajar y hasta de poder salir a pasear a nuestras mascotas. Hemos vuelto a convivir con aquellas personas que quizás no veíamos por estar trabajando, estudiando o metidos en el celular. Las recetas de las abuelas se han desempolvado y se convierten en postres. Nuestro entretenimiento paso de los cines multitudinarios a un sofá en casa con canchita y una buena compañía. Eramos tan felices y no lo sabíamos. Estamos en días donde las conversaciones se hacen sin voz, bailes sin tocarse, karaokes improvisados, juegos de mesa sin mesa. Abrazos en las miradas, nuevos amigos para toda la vida, héroes sin capa y amores re-naciendo.
Por: Sebastian Gamboa.