La vida de Sandra Ramirez dio un giro de 180 grados cuando decidió cambiar los medicamentos tradicionales por uno alternativo muy cuestionado.
Redacción: Geraldine Ponce Campos
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Cinco pisos de un edificio en el distrito de Pueblo Libre son los que Sandra Ramirez tiene que subir y bajar a diario. No hay ascensor, así que las escaleras son la única vía que le queda. Llego a la puerta y la llamo para avisarle. Su departamento no cuenta con intercomunicador y la reja del primer piso tiene que abrirse manualmente. Espero un par de minutos, Sandra aparece y me dirige a las escaleras para subir. Tiempo atrás, ella no hubiera podido bajar tan rápido y, mucho menos, volver a subir los cinco pisos al instante. La fibromialgia que sufre hubiera generado en ella un cansancio tan excesivo que la hubiera llevado a desmayarse. Sin embargo, hoy las cosas son distintas. Su enfermedad ya no le impide hacer actividades cotidianas como subir y bajar escaleras, ya que una milagrosa medicina la ayuda desde hace un par de años: el cannabis medicinal.
Sandra tiene 32 años, de los cuales ya son ocho desde que le diagnosticaron la fibromialgia. A los tres meses de que su hija naciera empezó a sentirse mal. Con el simple hecho de agacharse para recoger las medias de su hija empezaba un dolor incontenible. Sentía el cuerpo rígido, como si tuviera cemento en él. “Wow, tengo artritis reumatoide juvenil”, fue el primer pensamiento que pasó por su cabeza. Pero después de varios exámenes descartó dicha enfermedad al igual que el cáncer, osteoporosis, lupus, diabetes, hipotiroidismo y lumbalgia.
— En ese momento [del diagnóstico] dije “Qué bien que no tengo artritis, no tengo cáncer”. No sonaba tan mal. Pero vivirlo es totalmente distinto. Es como tener una resaca fuerte en todo el cuerpo durante las 24 horas del día — dice.
La fibromialgia es una enfermedad que genera dolor en puntos específicos del cuerpo como cuello, hombros, espalda, cadera, brazos y piernas. Además, viene acompañada de cansancio excesivo y sueño no reparador, es decir, dormir sin sentir descanso alguno.
Para combatir el dolor que padecía tuvo que seguir un tratamiento que incluían gabapentina, pregabalina, duloxetina, tensodox, carbamazepina, neuleptil, biperideno, orfenadrina, diclofecano y dexametasona. Diez medicamentos distintos que solo reducían el dolor en un 15%, aproximadamente.
Tomar tantas pastillas al día era un martirio, más aún si el padecimiento de Sandra Ramirez no llegaba a su fin. Pero un día, un amigo le sugirió probar cannabis medicinal, ya que la mamá de otro amigo que tenían en común estaba mejorando con este medicamento natural. Aunque ella llevaba una vida “normal”, sentía la necesidad de mejorar. “Yo creo que una persona merece tener calidad de vida y hacer sus cosas como antes”, dice Sandra, aunque al comienzo tenía estereotipos sobre dicha planta y no se animaba a probarla. Sin embargo, después de muchas crisis más, tomó valor y decidió darle una oportunidad.
— Cambió mi vida drásticamente — cuenta — porque de estar prácticamente inválida, sin poder cargar mucho peso, sin subir tanto las escaleras o que no me de mucho frío, ahora ya puedo hacer mis cosas: atender a mi hija, jugar con ella. Hoy por hoy puedo hacer lo que hacía antes.
Sandra consume el cannabis medicinal de dos formas: en resina y gotas. Además, utiliza crema hecha a base de dicho ingrediente.
La resina la consume por medio de la vaporización. Introduce un poco en un vaporizador —que es como un cigarro electrónico— e ingiere el humo que sale. “Como un hit”, señala. Este procedimiento lo realiza por las noches, ya que la ayuda con el dolor e insomnio. La misma resina se diluye y da origen al aceite de cannabis, del cual ella toma seis gotas diarias —dos en la mañana, en la tarde y en la noche—. Por otro lado, la crema está elaborada a base de hojas de cannabis mezclada con eucalipto, uña de gato, cacao, aceite de ajonjolí o cera de abejas.
Aunque algunos pueden pensar que este medicamento genera, a la larga, abstinencia —ya que es hecho a base de una droga—, Sandra afirma que eso no es cierto.
— Una vez se me acabó la medicina y tuve que esperar [para conseguir más]. Esperé casi un mes sin medicina y lo único que sentía era el dolor.
Actualmente, en el Perú, el uso del cannabis medicinal aún es ilegal. Aunque existe la ley N° 30681, que fue aprobada por el Congreso en noviembre de 2017, la reglamentación para que esté vigente aún se hace esperar. Según esta ley, solo se autoriza la importación del medicamento, dejando de lado la idea del cultivo propio o colectivo. Esto resulta frustrante para quienes económicamente no podrían costearlo.
A raíz de la mejora que tuvo gracias al cannabis, Sandra Ramirez ahora forma parte de la Federación de Asociaciones de Cannabis Medicinal (FECAME), agrupación que reúne a todas las asociaciones y colectivos a favor de la marihuana medicinal de todo el Perú. Ello con el fin de defender los beneficios de esta milagrosa planta. Sin embargo, resalta que no promueven el consumo de cannabis, sino el derecho de las personas al acceso a esta medicina alternativa.
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— Gracias por todo, ya me tengo que ir — le digo
— Gracias a ti, te acompaño a la puerta — me responde
Bajamos, tranquilamente, por las escaleras, conversando y riendo. No se le nota agitada, no se le nota mal. El cannabis medicinal ha dado frutos en su recuperación. La fibromialgia vive en ella pero el cannabis contrarresta sus dolencias.
Hoy, Sandra da la cara y muestra sin miedo la medicina que le devolvió la calma. Sin embargo, el destino es incierto para quienes consumen este medicamento, ya que se siguen esperando la reglamentación de la ley. Lo único claro, por el momento, es que la realidad ha superado la ilegalidad.