Caty Veliz es especialista en urgencias médicas. Dedica 24 horas para buscar síntomas de posibles casos de COVID-19 en el peaje Chillón, Puente Piedra. Deshecha dos veces al día su traje de protección. La pregunta es ¿cómo buscar un virus sin pruebas?
Escribe: Matt Apolinario
Se coloca un EPP (equipo de protección personal), que no es normal. Un mameluco, guantes de nitrilo, una mascarilla N95, unas gafas y un par de zapatos de punta de acero: Caty Veliz está lista. Es profesional de tecnología y urgencias médicas; su labor “en tiempos normales” consistía en auxiliar vidas, salvarlas de un estado crítico hasta la llegada a un nosocomio. Choques, despistes, conductores ebrios, atropellos, etc. De repente, un día, nada. Las carreteras vacías: nada.
Ahora, en otro tiempo, la función de Caty se ciñe a evaluar los síntomas de los recaudadores, policías y personas que se hallen en el peaje Chillón, Puente Piedra. “No hay pruebas, nosotros –dice Caty– no manejamos pruebas”. Entonces, revisan la temperatura, la respiración, el ritmo cardiaco y algunas preguntas, por si acaso. Es un escuadrón que revisa minuciosamente y apela a la sinceridad de los pacientes. Este grupo, destacado a la zona norte de la concesionaria “Rutas de Lima”, no puede manejar pruebas de hisopado.
Estas son las únicas que descartan o confirman casos de COVID-19. En tal caso, el doctor Elmer Huerta declara que existen dos pruebas que son complementarias: la molecular y la serológica. Ambas son importantes: la primera confirma o niega; la segunda –señala el biotecnólogo Ernesto Resnik evalúa si el organismo del paciente produjo anticuerpos. Estos tests para evaluar los casos de COVID-19 se manejan en hospitales. Es por ello que, ante la revisión de síntomas, Caty, sin saber las probabilidades, apela a la conciencia de los ciudadanos y aconseja que regresen a casa y acudan a un centro médico.
Sin embargo, ante la sintomatología, Caty señala que hay muchos recaudadores que ocultan los síntomas. “Hay cierta reticencia. En muchos casos, ellos nos ocultan y a todas luces presentan malestares serios”, señala Caty, respecto a las personas que supervisa. El temor es doble. “Al inicio no tenía miedo, sabía el porcentaje bajo de mortalidad del virus, pero los recaudadores y todos, ellos sí tienen miedo y por eso no quieren ir a un centro de salud ni comunicarse a las líneas de emergencia que nosotros les brindamos”, señala Caty.
Ella regresa a casa luego de 24 horas ininterrumpidas de servicio, dos cambios de EPP y dos horas de viaje. Descansará otro día entero. Antes, la familia la abrazaba y recibía con aplomo y orgullo. Ahora hay miedo. Ingresa y no saluda a nadie; se baña no sin antes haber deshecho su ropa en un lugar seguro; duerme en el mismo cuarto, pero no donde siempre. Y se confina un día entero a la espera de su siguiente jornada. Va de un día a otro y así sucesivamente, ¿hasta cuándo? No se sabe. Por ahora, el COVID-19 cobra 38 vidas que -ahora- ya son 47 y va en aumento.