De todas las aristas del polígono del universo peruano llega la discriminación sin tocar la puerta. Cuando el problema crece tanto que recorre continentes, medios y personas, ¿por qué esa necesidad de disgregarnos?
Escribe: Manuel Pablo Salazar Vargas.
Follow @PS_UPC
¿Estás demente?, no tienes plata para estudiar en la universidad ni nada, por eso eres policía. Que me pongan la multa, no me importa, mi viejo lo paga: ahora cuídame. ¡Esa gente vive en conos!, pero tampoco deben ofenderse porque todos somos cholos, como moqueguano y como persona de rasgos así, andinos. No entiendo, que me aplaudan a mí.
El párrafo previo no es inventado, ni es gratuito ni, mucho menos, producto de ficción surrealista; tan solo un conjunto de declaraciones que entre jóvenes y adultos altivos reflejan la realidad de una sociedad siempre dispuesta a exhibir su peor cara: la discriminación. De seguro, habrá identificado más de una frase, porque han circulado como pan ciabatta fresco entre casi todos los medios nacionales. Si eso fue primero, preocúpese, porque la más notoria ocurre en nuestra vida cotidiana.
Un paseo por los deslucidos años 20
La discriminación y (más a detalle) el racismo ha dado la vuelta al mundo, se ha vuelto tendencia en Twitter; acuñado por presidentes como moneda nacional; por internautas exasperados como bandera, ¿pero qué tanto impactan en la realidad estos tecleos frenéticos (incluyendo este, para ser justos)? Este año está siendo muy particular en casos y protestas. Las manifestaciones por el movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos siguen, aunque parecieran traer solo violencia y heridos, muchas veces a causa de los mismos agentes del orden o policías; y se han esparcido por otros países como España, Australia, Japón, Corea del Sur, Inglaterra, Francia. Después de todo, la sociedad estadounidense está escindida, y el racismo hacia la comunidad negra es solo una de tantas expresiones de ese conflicto histórico.
Lamentable. Los latinos despiertan a diario de su “sueño americano” con la discriminación por su origen étnico y lenguaje. Hablar español, por ejemplo, es considerado peligroso en EEUU según varios testimonios como el que recogió BBC Mundo: José Reyes, a quien su profesora de primer grado, en los sesentas, “llevó al lavabo, abrió la llave, tomó una toalla de papel y la embarró con un jabón muy áspero que se llamaba Borax. Empezó a lavarme la boca.” Solo por hablar en español.
De hecho, según un análisis del Pew Research Center del 2018, un 38% de latinos en el país se sintieron discriminados: uno de los principales motivos fue expresarse en público en su idioma nativo.
¿Yo, racista?
De vuelta en Perú, nuestra sociedad no es tan distante de la estadounidense, al menos en materia de discriminación. En Perú protegemos una misma mentalidad que nos estanca en ese ciclo: culpar y salir bien librado. Se denuncia el problema, pero no se asume la responsabilidad propia.
Por eso Martha Chávez, congresista por Fuerza Popular, no mostró culpabilidad al disculparse luego de discriminar al nuevo representante en la OEA, Vicente Zeballos, por sus “rasgos andinos”. Sino más bien aprovechó el reflector mediático para sus propios fines como opositora del Gobierno. O el abogado Carlos Wiesse no estaba “en pleno uso de mis facultades”, cuando choleó a los policías que patrullaban su zona como parte de sus operativos frente al aislamiento social. El alcohol y el mismo “estrés e incertidumbre” por la pandemia se convirtieron en la cuartada perfecta.
Y si esto ocurre entre cholos (en su acepción originaria, de la costa), se le da muy poca cobertura a la discriminación hacia los pobladores amazonas, afroperuanos, quechuas y aymaras, por ejemplo.
Esa necesidad de conflicto, de crearse en el otro a un enemigo, solo es el ímpetu de buscar diferenciarse y se da desde acciones cotidianas: el trato al policía, al trabajador del hogar, a los mozos, provincianos, extranjeros.
El problema es más evidente a medida que mayor cantidad de personas están dispuestas a denunciar. A fin de cuentas, son muchos más los casos invisibles, ocultos de lo mediático, y si “el estrés” de la pandemia (una crisis) es capaz de sacar semejantes actitudes de nuestra parte, ¿no será que ya somos así, y no son factores circunstanciales los que de repente hacen aflorar comportamientos discriminatorios que creemos no haber poseído nunca?
Queda a criterio.
¿Te quedaste con ganas de más? Revisa la siguiente infografía.