Por: Romina Badoino
-Estás loco, Diego. Seguro que te has equivocado
-No, no….pero en la invitación dice: en el parque-respondió su esposo.
-¡Pero aquí no hay ninguna fiesta!
-Seguro es al otro lado, donde hay más árboles.
Maritza no sabía porque había aceptado. Llevaban más de una hora dando vueltas al parque Mariscal Castilla de Lince. Habían recorrido toda la avenida César Vallejo (ex Hipólito Unanue) a bordo de su camioneta, buscando un grupo de gente que tuviera perros y pareciera estar celebrando.
A las cinco de la tarde habían salido de su casa. Diego, su esposo, había bañado, peinado y perfumado a Docky. Incluso le habían puesto un moño. Lo habían embellecido por las puras.
-Pucha Diego, mejor vamos a tomar un café. Está haciendo frio.
-Ya bueno-aceptó resignado.
Se volvieron a subir a la camioneta y se fueron al centro comercial que estaba a unas pocas cuadras del parque. Hicieron las compras rápido, pues no querían dejar mucho tiempo solo a Docky. De camino a su casa, volvieron a pasar por la avenida César Vallejo, esa que hace una hora habían recorrido de vuelta en vuelta tratando de llegar a la fiesta. Ya se habían dado por vencidos de buscar al cumpleañero. De buscar al mejor amigo de su mejor amigo. De buscar al mejor amigo de Docky. De buscar a Fito.
-Oye, ¿al lado de la pileta no hay globos?
-¡Mira, ahí está la fiesta!-gritó Diego frente al volante señalando la fuente de agua que alumbra en las noches.
Maritza no había pensado en regresar. En realidad, ese domingo había decidido acompañar a su esposo por pura curiosidad. El jueves anterior, cuando Diego había regresado del parque junto a Docky con una invitación en la mano, Maritza se había muerto de risa. Pero el entusiasmo de su esposo era contagioso: “han invitado al Docky a una fiesta”. “No, es enserio que lo han invitado”, le había dicho mientras le mostraba una pequeña hojita que decía:
“Cumpleaños de Fito.
Para: Docky
De: Fito. ”
Ahora, esperaba encontrar al grupo de amigos de Docky, a esa mancha canina que había formado su perro con otros del barrio, y que ella sólo conocía por las fotos que su esposo le mostraba de su celular. Pensaba que la celebración era una cita para que entre ellos se olisqueen y jueguen un rato. Pensaba que la invitación había sido una ocurrencia, un ingenio del dueño del perro para que entre todos se rieran un rato. No esperaba encontrarse con globos, serpentina, bocaditos y hasta con una torta en forma de hueso.
Fito estaba vestido de gala. Vistiendo un ropón negro que simulaba un saco, un collarín blanco que hacía de camisa y un moño rojo al cuello, Fito cumplía sus tres años perrunos en terno. “Es una fiesta vaporosa”, le comentó Diego. Junto a la pileta, habían instalado una mesa con mantel que apenas se veía bajo los muffins para perro, galletitas y bocaditos preparados exclusivamente para ser devorados por los animales domésticos. Una serie de globos estaban sujetos al suelo, formando una media luna alrededor de unos diez canes. Habían llevado platos para cada uno. Pero también había sanguchitos para los “papás”. Había panes con pollo, empanaditas y kekes. Vasos de gaseosas y hasta pequeñas copas de vino. Para el brindis de celebración, por su puesto.
-Vamos a cantarle Happy Birthday a Fito-avisó la dueña del canino, cargando la torta a la altura del hocico del cumpleañero.
-A ver mi papachito, vamos a cargarte para que ayudes a Fito a soplar las velas. ¿Sí, papá?-le decía Diego a Docky, mientras lo cargaba y lo ponía a la altura de Fito.
Maritza se había equivocado. Después de que sus dos hijos se graduaran de la universidad, ella había pensado que jamás volvería a tener un hijo. Pero cuando Docky, con su pelo blanco y algunas manchitas marrones, la miraba con ternura, no podía evitar decirle: ¡Mi bebé está asistiendo a su primera fiesta!
***
Un grupo humano siempre tiene que celebrar. No existen sociedades sin fiestas, ni fiestas sin individuos. Como explica el antropólogo peruano, Jaime Urritia, desde el origen de la humanidad, “las fiestas han sido una expresión gregaria, un acto de cohesión social, de identidad grupal, de referencia colectiva”. No solo las celebraciones y rituales sirven para celebrar hechos históricos, como el día de la independencia, o para reafirmar el sentimiento de pertenencia a una sociedad; sino que también las fiestas han existido siempre para celebrar la vida, para conmemorarla, para romper el ritmo de la vida cotidiana y dar pase a la diversión y el goce. Es por ello, que en el Perú, hay registrado más de tres mil fiestas colectivas, siendo la mayoría de ellas fiestas religiosas para rendir homenaje a un santo.
Pero más allá de que la antropología social lleve varios años estudiando los significados que se afirman y se expresan en diversas celebraciones, ritos y danzas culturales; el tema de la conocida y rutinaria forma occidental de celebrar cumpleaños se ha abordado muy poco. Es decir, de la torta con velas, de los regalos y fiestas sorpresas, de celebrar con personas queridas que nos estamos volviéndonos un año más viejos.
Como muchas costumbres y valores occidentales, se dice que la tradición de celebrar cumpleaños viene de la antigua Grecia, en donde era un rito pagano hacia sus dioses, sobre todo hacia la diosa Artemisa-diosa de la luna-, divinidad a quien le preparaban pasteles redondos de miel con velas, simulando la figura y luz del astro. Según algunos antropólogos, esta conmemoración la adquirieron luego los romanos, quienes no solo comenzaron a celebrar los cumpleaños de sus dioses, sino también de sus emperadores y familias. Es de conocimiento general que muchos emperadores romanos se esmeraban en armar rimbombantes celebraciones, donde participaban circos, combates de gladiadores y desfiles.
Si los romanos preparaban tremendas fiestas de cumpleaños a sus dioses, que en su mayoría eran constelaciones de estrellas, armaban circos con leones y hasta orgías cumpleañeras ¿por qué no, entonces, celebrar la vida de nuestros perros?
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-¿Qué es esto?-dice un joven que pasa abrazado con su enamorada por el parque San Bosco-. ¿Reunión de perros?
De lejos, la escena se ve extraña. No se entiende porque hay un grupo concentrado de personas con sus perros formando un círculo, aplaudiendo en medio de ladridos.
-Sí. Mira-le contesta la chica a su costado, mientras se detienen a mirar mejor al tumulto de animales y personas-. Creo que es el cumpleaños de uno, al que le están tomando foto.
Sus brazos dejan de rodear las cinturas del otro y se mueven para señalar la escena, el momento en que cargan al animal negro para ponerle un gorro de cumpleaños. El joven pregunta sorprendido:
-¿Ahora se celebran los cumpleaños de los perros?
El parque San Bosco, pese a que lleva el título municipal de parque, es apenas una tripa de césped, rodeado de pocos y frondosos árboles. Su césped está húmedo y sin cortar por varios meses. Es una alfombra densa natural, donde esta mañana las zapatillas de varias personas se hunden entre el gras y el barro. Pero, al contrario de su dueña Laura, quien pisa con miedo para no mancharse, las patas de Laika se entierran sin molestia en la tupida hierba. Laika Sakura, la perrita que Laura acogió en su casa luego de adoptarla de un alberge perruno, hoy ha venido a corretear por el parque de la cuadra veinticuatro de la Av. Arequipa a que le festejen sus tres años de edad.
Entre bolsas y cargando una torta de camote que ella misma ha hecho para los invitados, Laura ha venido junto a su familia a armar la fiesta. Mientras que sus hermanas la ayudan a traer una mesa de camping al medio del parque, Laika se impacienta y comienza a revolotear por todo el gras, llenando de barro su pelaje oscuro y moteado. Laura le suelta la correa, pues como es domingo en la mañana, la avenida Arequipa ha cerrado sus cuadras para abrírselas a ciclistas y corredores. Por siete horas, esta avenida ruidosa, que suele estar congestionada de microbuses, taxis y combis, se sume en un silencio que le es ajeno. Un silencio que es llenado por un ambiente familiar, que es cubierto por el trote sin preocupación de Laika y por los niños que se acercan a verla cuando bajan de sus bicicletas a descansar un rato.
A las once de la mañana, el jardín de San Bosco se ha llenado de una veintena de perros. Ahora, el ritmo de los ciclistas ha aumentado, por lo que la mayoría de los amigos peludos tiene su correa puesta y no están muy lejos de sus dueños. Sin embargo, el estar amarrados no les impide que entre ellos se olisqueen, se ladren y se laman sus narices húmedas. Hacen cosas de animales, pero para sus dueños, quienes no paran de sacarles fotos con su celular, esas acciones son como las demostraciones humanas de amistad, de complicidad cumpleañera.
-Estamos muy contentos de que todos hayan podido venir para celebrar junto a nosotros el cumpleaños de nuestra Laika-dice Laura, quien ahora se ha agachado a acariciarle la cabeza-. Laika está muy feliz de celebrar junto a ustedes sus tres años.
Los amigos peludos de Laika parecen no entender muy bien la bienvenida de Laura, pero cuando quince platos de “Mimaskot” son puestos delante de sus narices, de pronto, los ojos de los asistentes de las fiestas parecen concentrados y sus colas hacen un vaivén rápido, pues, con comida al frente, ya están listos para celebrar y obedecer las palabras de sus dueños.
A diferencia de la fiesta de Fito, la celebración de Laika es más sencilla. No cuentan con globos sujetos al piso, ni con copas de vinos para los dueños de los canes. Pero la emoción es la misma. En esta fiesta canina, no hay gran decoración, pero lo que sí hay es amor hacia Laika, a quien no le dejan de tomar fotos, abrazar y llenar de comida.
El esfuerzo y el cariño relucen también en la simpleza de las invitaciones, que a diferencia de haber sido mandadas a hacer, han sido hechas en cartulina por Laura. También ha preparado bocaditos para los que acompañan a sus mascotas, y aunque esta torta no tenga forma de hueso ni de pata, ha sido horneada con los sabores favoritos de Laika: carne molida, camote y budín.
-¿Mamá me puedes dar la mochila?-dice una niña que sujeta con fuerza a Onur, su schnauzer.
-La mochila es para las sorpresitas de Onur-le contesta su madre, quien ayuda a Laura a repartir sanguches.
Es en este momento, aparece Maricarmen, quien se sienta en una banca del parque a tomar agua. Su cabello está recogido en una cola alta y lleva puesta uno buzo gris Adidas que hace juego con su casaca. Ha estado corriendo unas cuadras junto a su sobrino antes de decidir parar a sentarse un rato.
-Me parece una payasada que se estén reuniendo para celebrarle el cumpleaños al perro-comenta mientras se termina a sorbos con pausas su botella de agua-. Pero también es tierno, ¿no?
Su sobrino Andrés mira con desconfianza la fiesta. No se puede saber si no se acerca por temor a los perros o porque la escena lo desconcierta.
-Se reúnen para el cumpleaños de la mascota, pero los que más tragan son los dueños-comenta Maricarmen.
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El calendario romano fue el que nombró los meses tal y como los conocemos hoy, y aún miles de siglos después, nuestros cumpleaños y personalidades siguen marcados por nuestros signos zodiacales, aunque algunos se muestren totalmente escépticos a los presagios de estos.
Pero los años de los perros son diferentes. No tienen signos zodiacales, pero tienen fecha de nacimiento. Desde que la ciencia determinó que no todos los seres vivos envejecemos con la misma rapidez, los científicos han determinado el cálculo que todo dueño de perro hace hasta el cansancio: el multiplicar por siete veces la edad de su perro para determinar su edad perruna. Sin embargo, en recientes estudios esta afirmación ha sido cuestionada. Según investigaciones de la Universidad de Ciencias de la Agricultura de Uppsala, Estocolmo, realizadas a 200 mil perros de distintas razas, tamaños, y peso, la edad avanzada de algunos perros comienza antes o otras razas son más longevas. Es decir, obtener la edad del amigo más fiel del hombre no resulta tan sencillo como multiplicar por siete. El cálculo dependerá de la raza y peso.
Pero lo que le importa a estos amantes de canes no es tanto la exactitud numérica. Es raro encontrar que una familia esté sacando cuentas para calcular la edad de su mascota. Lo común es, en cambio, la preocupación y dedicación que le ponen a su mascota: desde vestirlo a la moda, comprarle zapatillas, vestidos, sombreros y camas, hasta comprarles juguetes y golosinas. Lo importante es engreírlo.
Y estos últimos años y se ha puesto de moda esta nueva forma de engreír a tu perro: celebrándole una fiesta de cumpleaños. Con torta y amigos. Con ingredientes para animales y compañeros de la misma especie. Ya no sólo existen diseñadores de ropa para mascotas, veterinarias especializadas que les hacen pedicure y les hacen servicios de spas, sino que ahora existen empresas que ofrecen servicios de catering y pastelería para que le organices una fiesta de cumpleaños a tu perro.
Alexandra Rey no planeaba fundar una empresa en Lima de catering para fiestas de perros. Pero todo comenzó con Benito, su basset hound, y sus vecinos del distrito de San Isidro. A Alexandra le gustaba hacerle pasteles a su Benito, y todos los años, junto a su enamorado Alvaro Casapia, se encargaban de armarle una fiesta con todo tipo de bocados para canes: trufas de carne o cordero, huesitos multisabor, cubcakes de camote. También invitaban a los perros de sus vecinos, quienes quedaron encantados con la idea de la celebración y comenzaron a pedirle que también hiciera tortas para sus mascotas. De pronto, Perrumba nació:
-Poco a poco, más gente quería que les hiciéramos tortas para sus perros, por lo que ya formamos la empresa de catering Perrumba. Tanto fue el entusiasmo de la gente, que crecimos, y ahora ofrecemos todo el servicio a domicilio completo de la celebración de cumpleaños.
Alexandra y Alvaro ya llevan más de cinco años con el negocio de Perrumba, y aunque solo son dos, entre estar en la universidad y tener otros trabajos, se las siguen ingeniando para llevar a alegría en forma de hueso a sus clientes. Fueron los pioneros en ofrecer este servicio por páginas de Facebook y ahora cuentan con página web propia y más de mil perros satisfechos con sus tortas. Sin embargo, ya no son los únicos en el negocio. Poco a poco, otras empresas dedicadas a ofrecer productos para perros se sumaron a la experiencia de armarles una fiesta a los amantes de esta mascota. Apareció también Rumba GuaGua, quien ofrece no solo buffets caninos, sino también que cuenta con animadores que se encargan de hacerlos jugar durante el cumpleaños.
Es claro que la moda de celebrarle el cumpleaños al animal doméstico que te espera en la casa todos los días, que te mira con afecto pero que muchas veces destruye tus cosas y te ensucia la casa, es algo que podría parecerle ridículo a muchos limeños. Pero los dueños de estos fieles animales opinan distinto. Como dice el refrán: “en tiempo de fiestas, la guitarra, no se presta”. Es mejor invertir el dinero en lo que amamos, al fin y al cabo, cada quien es libre de celebrarle a quien quiere.
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-Tener un perro te hace más feliz-explicó Diego Narváez, dueño de Docky, con una convicción casi religiosa.
Mientras que existen múltiples estudios científicos que explican porque es beneficioso tener un perro como mascota-por ejemplo, que las personas que tienen a un can, tienden a resistir más alergias o son menos propensas a sufrir depresión pues tan solo al mirar a su perro, aumenta su cantidad de oxítona-, los beneficios emocionales son los más importantes.
Celebrar una fiesta, tomarse el tiempo para hacerlo, hacer o comprar una torta e invitar amigos-incluso si es para tu mascota canina-, no es algo cotidiano, ni sencillo. Porque aunque el merchandasing esté, en este siglo, en todos los ámbitos de nuestras vidas-y de la vida de nuestros perros-, sería erróneo decir que esta moda es sólo parte de la ola consumista de nuestra sociedad. Es justo decir que existe una conexión y gratificación emocional verdadera entre los dueños y sus perros que explique porque cantarles feliz cumpleaños, no es algo tan descabellado.
-No hay una forma cien por ciento cierta de explicar este fenómeno desde la psicología, porque hay muchos aspectos que pueden variar en cada persona. Sin embargo, se puede explicar desde los mecanismos de defensa-explica Andrea Velazco, psicóloga de la Universidad Católica.
Andrea Velazco sostiene que se puede explicar esta inmensurable manera de expresarle cariño a tu animal en casa celebrándole una fiesta, con el mecanismo de defensa compensatorio. Como Diego junto a Docky, existen muchos padres que compensan el cariño que ya no pueden dárselos a sus hijos, y lo depositan en sus perros:
-Las personas tendemos al equilibrio, por lo que siempre buscamos llegar a el. Los que tienen hijos ya grandes, lo que esa persona no pudo darle a sus hijos, sé lo da a su perro. Llega a la casa, y ya no los puede abrazar, ni besar, ni estar todo el día con ellos. Entonces, lo compensa dándole ese cariño al perro. Ya no puede llevarlos a pasear porque cada hijo ya he hecho su vida por su lado, ya crecieron, entonces ese vacío de afecto, lo compensa sacando a pasear el perro, organizándole una fiesta infantil. La mascota siempre compensa un amor que necesitamos dar o recibir.
Esto también aplica a quienes necesitan depositar o recibir afecto. Los seres humanos necesitamos expresar cariño, por lo que dedicarle un día a nuestra mascota, también compensa todo el cariño que recibimos al tener estos animales en casa.
-Es imposible no querer a Laika como una hija-comenta Laura-. Los animales merecen aún más nuestro cariño, porque son más fieles, porque no nos abandonan y… siempre están para nosotros. Si me ha dado todo ese amor que yo siento todos los días, ¿por qué no puedo esforzarme en celebrarle su cumpleaños?
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-Tener a Maiki me cambió la vida- dice María Alejandra-. Yo vivía con mucha gente en mi casa, pero Maiki era mi única alegría, porque con ellos no pasaba tiempo, no tenía buena comunicación. Pero yo llegaba, y Maiki me hacía la fiesta…yo sentía que cuando él me recibía era un cómo te ha ido, un cómo estas, estoy feliz de verte.
Una tarde de noviembre, María Alejandra decidió que su relación de cuatro años con su enamorado ya no daba para más. Sin embargo, al llegar a su casa, la cual compartía con sus ocho primos, su hermano y sus tías, su primer pensamiento fue: “¿Y ahora con quién se queda Maiki?”
Maiki la miraba desde su cama, esa que le habían comprado junto a su enamorado, el día que decidieron darle una familia a Maiki, un Yorkie de apenas seis meses, que por su tamaño, podía caber en el bolsillo de una casaca. Aunque la mayor parte del tiempo Maiki la pasaba en su casa, el perro era el “hijo” de los dos:
-Habían peleas que, pucha, por Maiki, hemos regresado mil veces. Eran peleas por equis motivos, en el que me decía:”yo me voy a llevar al perro”. Pero nunca decidíamos, no podíamos decidir quién se lo quedaba. Esa fue una de las discusiones más fuerte que tuvimos-dice poniéndose sería-, Él me pedía a Maiki, y yo no se lo quería dar. Y tuve que ir a recogerlo a su casa, y por ir a ver qué hacíamos con él, nos pusimos a conversar y ahí nos arreglamos.
Ahora, María Alejandra lleva seis meses de estar comprometida. Cuando llegas a su departamento, tres motas de pelo negro comienzan a ladrar, mientras dan vueltas a tus pies.
-La gente no entiende. Es que no lo entiende, de verdad-dice mientras carga en cada mano a sus perros más chicos, los cuales no llegan ni al año-. Somos una familia. O sea, Maiki es nuestro primer bebé. No lo tratamos como nuestro perrito. Mis suegros también lo tratan como de la familia, lo tratan como nieto. Ellos le dicen que es el primer nieto, supuestamente.
María Alejandra no ha asistido a ninguna fiesta para perros, salvo el pequeño lonche que Hilary, la hermanita de su prometido, le hizo a su pug en su casa. “Ella misma le preparó cupcakes de recetas para perros y una torta también”, cuenta. Recién se enteraron por Facebook que existían empresas que ofrecían servicios de organización de fiestas. Ahora que se viene el cumpleaños de Maiky, están planeando cómo se hará la fiesta en el departamento.
La sala de María Alejandra no desprende olor a perro, aunque los tres yorkie no paran de revolotear por todos los sillones. Junto a la mesa, están sus tres camas, una al costado de la otra. También tienen sus estantes, donde guardan la casaca de beisbol de Maiky, los disfraces de conejo, león y chapulín de Boy y los vestidos de Maya. Faltaría también enumerar las colchas y los juguetes.
-Eso somos nosotros. José Antonio puede hacer bulla cuando vienen sus amigos, pero los que destruyen la casa son Maiky, Maya y Boy. Ahora que vamos a celebrar los dos años de Maiki, le vamos a comprar una ropa especial. Son caras…como cincuenta soles, pero queremos que el bebe se vea bien en su día.
Maiki, Maya y Boy se suben al sillón para luego abalanzarse sobre su dueña. Ella los trata de ignorar, pues tiene una laptop entre sus piernas. “Son unas lacras-les advierte-. Si no se comportan, nadie los va invitar a sus fiestas”, dice mientras los trata de apartar. Después de unos cinco minutos, luego de que Maya, la yorkie más pequeña, le comienza a morder la manga de su casaca, María Alejandra hace algo peculiar, un oxímoron en la realidad: les grita, pero con amor.
Foto: Mariale Velarde