En nuestro país existen alrededor de 32 centros de atención para personas adultas mayores acreditados. Punto Seguido visitó uno de ellos para narrar cómo sobrellevaron -y sobrellevan- la crisis sanitaria.
Escribe: Sandra Christina Calero Bracho
Foto: Sandra Christina Calero Bracho
En la casa de Reposo Virgen del Carmen, ubicada en el distrito de Lince, habitan alrededor de 20 personas adultas. Algunos padecen enfermedades degenerativas, Parkinson, demencia senil y en ciertos casos se encuentran postrados a una cama, sin poder comer ni caminar por sí mismos.
Antes de la aparición del SARS-CoV-2, tenían permiso para salir con sus familiares, ir a visitarlos, llevarles ropa y comida, dentro del reglamento establecido para su salud. También gozaban de celebraciones en días festivos como Navidad, año nuevo, etc., en los cuales los enfermeros decoraban la casa, traían espectáculos y hacían bailar a los residentes hasta cansarse.
Según la enfermera Margaret Villavicencio, trabajadora del geriátrico, “cada año llevábamos un control para tener con mayor claridad la estabilidad y satisfacción emocional de nuestros residentes. Lo medíamos por ámbitos diferentes como apetito, energía, seguridad y riesgo. Antes de la pandemia nuestro porcentaje de estabilidad era de un 80% entre nuestros pacientes”. Ella comenta la gran dificultad que conlleva tratar con personas adultas, los enfermeros encargados no sabían cómo manejar la situación ni cómo explicarle a cada uno de ellos que ya no podrían ver a sus familiares.
No tenían certeza ni respuesta para sus preguntas, no sabían cuánto tiempo duraría ni qué les esperaría. Margaret declaró: “solo sabíamos que nosotros nos habíamos convertido en su familia”. La situación fue empeorando, se empezaron a presentar enfermedades mentales entre los adultos mayores; el cambio fue tan radical y abrupto que algunos no lograban comprender lo que estaba ocurriendo. Ansiedad. Depresión. Desórdenes alimenticios. Todos se encontraban muy bien cuidados físicamente, pero mentalmente estaban cayendo en un abismo.
La mente de los adultos mayores
Según el Instituto Nacional de Estadística e informática (INEI), “existen más de 4 millones de personas mayores de 60 años, lo que representa el 12,7% de la población total en el Perú” (2020). Además, en nuestro país hay alrededor de 32 centros de atención para personas adultas mayores acreditadas en el Perú, de siglas CEAPAM, según el ministerio de la mujer y poblaciones vulnerables.
A raíz de la pandemia, el porcentaje de trastornos mentales se incrementó, aumentando en diferentes ámbitos sus enfermedades físicas por disociación, tales como deterioro de la memoria, artritis, dificultad para la concentración, entre otros. Según la Psicóloga Anakarina Gamboa Mercado, “un 75% de adultos mayores a 65 años, tenía miedo al contagio y a una posible defunción, pero adicionalmente, tenían miedo a la soledad y al estar aislados tanto tiempo de las personas que aman”. Sabían a lo que se exponían, habían pasado por ello en otras ocasiones, se les habían presentado situaciones difíciles, pero ahora estaban en otra etapa, una en la que ya no podían salir y luchar, solo les quedaba, quedarse en casa y esperar.
La psicóloga Gamboa cuenta que la salud mental en el Perú no es integral, ya que no se les da la debida importancia a los trastornos mentales y a lo que pueden llegar a causar. Ella considera que este virus ha llegado para sacar a relucir las deficiencias en el ámbito psicológico, para exponer la importancia que tiene cada persona y su mentalidad: “Los ancianos son la esencia de nuestro país, a los cuales hemos dejado en el olvido, los hemos obligado a caer en un oscuro orificio sin salida hasta su muerte”, declara.
Una vida en cuatro paredes
Delia Delgado ha vivido por 10 años en el Geriátrico Virgen del Carmen. Está por cumplir 78 años y, para ella, fue muy duro el proceso de aceptación a las nuevas circunstancias. La señora Delgado nos contó que ingresó a la casa de reposo porque su hija trabajaba muchas horas y sus nietos no podían hacerse cargo de ella. “Fue un cambio duro, pero nada peor que los otros obstáculos que me ha puesto la vida”, dijo. Ella tuvo amigos desde el primer día, ya que siempre fue jovial y alegre. Algunas veces peleaba con los otros “necios”, como los llama, pero los veía como hermanos.
Incluso, llegó a enamorarse de uno de sus compañeros, Rogelio Pérez. Él fue su gran amor entre esas paredes, y aunque a veces sentía que su compañera de habitación quería arrebatárselo, ella se aferraba con uñas y dientes a él. Un año antes de la pandemia, Rogelio se fue y nunca más se volvieron a ver. Esta situación fue triste y dolorosa, pero no se compara con lo que tendría que superar después.
Su familia no la sacaba del geriátrico seguido, pero iban a visitarla, le llevaban comida y algunos gustos que ella pedía. La señora Delia declara que cuando comenzó el aislamiento social obligatorio, “sabía qué estaba pasando, había escuchado las noticias, pero no sabía qué hacer. Ya no podría ver a mis nietos, tendría que separarme de mi perro Balcky, pobre mi perrito”. Esa desesperación y frustración la afectaron tanto que dejó de comer y empezó a generar ruidos con su boca, tal como si estuviera masticando, pero sin nada dentro. Los enfermeros podían ver cómo adelgazaba cada día más, intentaban dialogar con ella, intentaban con todas sus fuerzas sostener a los residentes de la casa de reposo, pero era en vano.
La enfermera Margaret comenta lo siguiente: “Buscamos soluciones, llamamos a sus familiares, les pedíamos que envíen cosas y las desinfectábamos, hacíamos y hacemos de todo para cuidar y salvaguardar su salud física y mental”. A raíz de esto, han ideado diferentes mecanismos para que los ánimos no decaigan. Los enfermeros crean juegos y la casa de reposo ha contratado psicólogos especialistas que ayudan a los residentes tres veces por semana. Para los especialistas encargados del geriátrico, es muy importante la salud mental de cada uno de sus residentes, por lo cual, se han decidido a tratarlos con ayuda profesional.
Actualmente, permiten que los familiares vayan y se queden en la puerta; con ello, les regalan una sonrisa y buen humor por largos y varios días. “Fue difícil y lo es ahora, felizmente ninguno se nos ha ido a causa de esta terrible enfermedad y con lo poco o mucho que logramos, hemos podido resistir a los rezagos psicológicos que nos ha dejado la covid-19”, finaliza Villavicencio.