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Punto Seguido - UPC

Revista Punto Seguido - UPC presenta noticias, crónicas, fotos, videos, entrevistas, reportajes y contenidos en 360. Publicación digital de los estudiantes de Comunicación y Periodismo de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas.

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El patriota

28/07/2016 by Mabel Aguilar

Por Luiz Carlos Reátegui 

He visto en las calle y plazas de la ciudad, cómo es que los espacios se van tornando de un color rojo y blanco mientras se aproxima el término del mes de Julio. Incluso parece haberse vuelto una moda, a más colores rojo y blanco lleves puesto, eres más cool, eres más “chic”.

No sé cuánto de cierto habrá en esa súbita peruanidad moderna. Veo con mayor agrado a aquellos que son de un patriotismo reposado, modesto y sin alarde, me caen bien, parecen más sinceros y, por lo mismo, más peruanos, conscientes de sus limitaciones, prefieren no escamotear su verdad, a diferencia de los que se ponen la camiseta hasta para dormir, se pintan la cara y cuelgan la bandera en su ventana.

Desconfío de ellos, tengo mis dudas. Observo a una persona con la escarapela en el pecho, enarbolando su sentido de patria, con el perfil elevado y la mirada por encima del hombro. Altivo. Peruanísimo. Esa misma persona que celebra orgulloso su compromiso con el país, no está al día en sus arbitrios, no ha declarado el anual de renta.

El patriota ha cruzado sin sentir ninguna culpa innumerables luces rojas, ha cerrado el paso y manejado contra el tráfico con una sobriedad que de tanto en tanto lo abandona. Esa persona no ha respetado la cola y aduciendo una falsa discapacidad se atendió en preferencial. En el supermercado se ha comido panes calientes y tostados (sin pagar claro está).

El patriota ha comprado a 3×5 películas piratas para verlas con la familia en su casa. Valiéndose de la confianza del condominio, para ahorrar, ha usurpado señal de cable del vecino. Varias veces se quedó dormido y llegó tarde a laborar, restándole oportunidad a alguien que podría hacer mejor su trabajo. Esa persona no conoce los nombres de las 26 regiones y prefiere ir a Europa antes que comerse una ocopa, pero sonríe para la foto vestido de blanquirrojo. El patriota no fue consecuente con su pareja y ha hecho del amor una madeja de infidelidad quebrantando el núcleo de la sociedad.

Esa persona siente celos por el éxito de su compañero, lo sabotea, lo tilda de bravucón. Mejor bravucón a lameculos. El patriota besa el escudo Nacional pero ante el llamamiento militar se pone a llorar, él defiende de lejitos nomás, la soberanía puede esperar, con aprenderse la sexta estrofa del himno, ya está. Ya no es oprimido, ahora nace en las cumbres del sol para que al bajar retome su actitud socarrona, a sacar ventaja, a desdorar la historia.

Esa persona reclama por las deficiencias del Estado en lugar de preguntarse qué puede aportar él para cambiarlo, para adecentar su condición. Mi mirada choca con la de la persona a quien observo, intento desviar la vista para disimular, no consigo engañarlo, sabe que he estado siguiéndolo con atención, he zarandeado su tranquilidad y no parece estar muy contento, se me acerca decididamente, ruego no haberlo incomodado, me cabreo, gimoteo, cruzo los dedos para que no pase de un aspaviento, de una escaramuza que se solucione con un par de disculpas.

No soy bueno para pelear, me cuesta hacerlo, nunca he coordinado bien mis golpes de puño pues son débiles, lentos y caen a destiempo. Llega a donde estoy, lo tengo frente a mí, me doy con la sorpresa de que es un conocido de años. Esa persona soy yo a través del espejo. Me saco la escarapela del pecho, la guardo en mi bolsillo.

El día que mejore mi cultura, esté a la altura y califique como peruano, volveré a lucirla con pulcritud, ¡VIVA EL PERÚ!.

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Fin del día

27/06/2016 by Mabel Aguilar

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Por Luiz Carlos Reátegui

Ha venido a visitarme. Me encuentro tan concentrado con mis quehaceres diarios y con el trabajo que, me sorprende su llegada. A todas luces está muy contento y yo no salgo de mi asombro. Procurando en algo disimular mis fachas, lo hago pasar. Intenta contagiarme su efusividad. Lo miro vivaracho y saltimbanqui lleno de felicidad, como si me estaría diciendo: ¡Qué gusto verte!, ¿cómo estás?

Y la verdad que estoy bien, no sé para qué ha venido, no sé si igual es un gusto verlo. Me da la impresión que insiste: ¿Qué haciendo?, ¿Qué novedades?, hace mucho tiempo que no te veo, cómo está la familia, tus amigos, tu corazón, tus sueños. Parece señalar sin perder la algarabía.

Justo estoy terminando con un tema del trabajo que, ha quedado excelente, quiero mostrárselo orgulloso. Lo llevo hasta el lugar y le enseño lo que he hecho. Cambia en algo su actitud y puedo verle por primera vez un atisbo de fastidio: Esto no es lo que te pregunté. Creo adivinar que eso es lo que me quiere expresar y, hago a un lado lo mostrado. Mi familia, mis amigos, mi corazón y mis sueños están bien, cada vez que puedo me ocupo de ellos y están bien, soy una buena persona, siempre trato de dar lo mejor de mí y ahí voy, avanzando, a parte que todavía tengo toda una vida por delante, tiempo hay de sobra, no es para tanto. Me defiendo.

Me da la sensación que hace un amago de sonrisa a media mejilla, me está observando. ¿No es para tanto?, no te interrumpo más. Al parecer manifiesta su reproche, eso me golpea fuerte en el bajo vientre y ya no me quedan dudas que solo ha venido a joder. Se va sin más, es mejor así, que se largue, no debí dejarlo pasar.

Observo su cruzar por el umbral de mi puerta, con la incertidumbre de no saber si he de volverlo a ver, me quedo pasmado y por alguna extraña razón me siento avergonzado…

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LA PAZ

20/06/2016 by Mabel Aguilar

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Estoy en un centro comercial por Salaverry y tengo que ir a misa. Una amiga tuvo a bien invitarme. Por alguna razón me escogió entre sus contactos para compartir un momento familiar por alguien que ya no está. Nunca voy a misa. No soy católico. Respeto todas las formas de creencia pero tampoco defiendo ninguna. Desde el primer momento que una religión dice tener la verdad; ya te está mintiendo. Mucho o poco pero siempre para beneficio propio. Por eso creo en Dios a mi manera, soy un creyente de la nueva era. Sin apasionamientos, sin golpearme el pecho acepto la existencia de un ser supremo.

He dejado mi vehículo en la berma de enfrente. Miro hacia los lados, no hay nadie. Me subo, lo enciendo, quiebro las llantas para poder salir y, fantasmagóricamente, de una, se aparece un cuidador. Siempre aparecen de la nada, a veces incluso te procuran un susto; suenan su pito, te hacen espacio y pasan el trapo. Bien cuidado maestro. Me dice pidiendo propina. Reviso mi cartera, solo tengo billetes. En uno de mis bolsillos encuentro una moneda de 10 centavos, sin que se dé cuenta, la camuflo con la mano. Cuando veo la pista libre, bajo la ventana y extiendo el brazo. Toma un sol. Le digo. Entrego la moneda y acelero. El cuidador la cuenta entusiasmado. Por el retrovisor leo sus labios. Hijo de puta. Me dice. Lo lamento pero de niño me enseñaron que ahorro es progreso.

Avanzo despreocupado, sin sentir un ápice de culpa, soy muy pillo, siempre hago lo mismo, tampoco es que sea duro sino que suficiente tengo con las cuotas del seguro como para estar dando de tanto en tanto un adicional a lo que mensualmente pago. Al doblar la esquina, siento la presencia de la justicia divina. El timón me jalonea a un costado, como queriendo que vuelva para resarcir mi acción, para pedir perdón. No estoy dispuesto a ceder e intento seguir. Ante la negación de la celestial llamada, el soberano me ha pinchado la llanta. Quedo arrinconado y varado. No importa, tengo gata. Pienso. Pero la busco y no la encuentro. ¡Qué quieres de mí!. Exclamo mirando al cielo y frunciendo el entrecejo. Busco un par de ladrillos y asumo el reto. Un hombre se convierte en varón el día que es capaz de cambiar por sí solo su propia llanta. Se me hinchan las manos, me encuentro embetunado de grasa, polvo y barro. Cae una tenue lluvia, la llave cruz se me resbala y me rompo una uña; gimoteo de dolor pero no grito, me aguanto y ajusto el asterisco. Finalmente logro mi cometido.

Retorno a mi vehículo y quiebro las llantas para continuar mi camino. De la nada, otra vez, de una, suena un pito. Me cago echado. Pienso. Bien cuidadito patrón. Me dice. Pero qué caraj… cómo mierd… por la put… ¿Tú eres el de la vuelta?. Pregunto. No maestro. Responde el granuja con templado cinismo. Le doy un billete de 10, esta vez soy generoso, no quiero problemas de nuevo así que le dejo el vuelto y me voy.

Llego a misa a las 6:30pm en punto. Ingreso rumiando por todo lo que me ha pasado. Tomo asiento casi adelante. Saludo a mi amiga pero ella ni siquiera nota mi presencia, está ensimismada, abstraída. No la interrumpo, no entiendo nada de lo que el cura hace. Me duele el dedo y tengo hambre. No sé qué hacer para que se me pase el mal rato. El cura abre los brazos. Dense la paz hermanos. Dice. Tardo unos segundos en reaccionar. Veo a mi lado a una chica espléndida, rubicunda. Le doy la paz y me vuelvo más católico que nunca. La abrazo como si fuese el fin del mundo, ella hace lo propio y yo me aseguro que sienta toditita mi paz, esa paz firme, enhiesta, que va creciendo dentro de mí. Siento que ha nacido una nueva criatura entre nosotros. Murmuro. Mi pacificadora me mira risueña, cómplice. Ahora podéis comulgar. Dice el cura. Veo que traen galletitas, como muero de hambre, me coloco adelante. Hago la cola dos veces gracias a un monaguillo medio afeminado y medio noble y como por partida doble.

Si siempre dan la paz y galletas, entonces, ésta es mi iglesia; de aquí nadie me mueve. Pienso. El cura concluye la misa. Me acerco donde mi amiga, ella sigue pensativa. Cuanto hay que pagar. Pregunto. Si algo he aprendido a mis años es que nada es gratis en esta vida, siempre hay un interés, un precio de por medio. Yo había dado la paz y comido doblemente. Mi conciencia me decía que algo tenía que pagar.

El precio lo llevas aquí dentro, creer en la esperanza de un mundo nuevo. Me dice colocando su mano en mi pecho. Recuerdo que el cura habló de reencontrarnos con nuestros seres más allá de lo eterno. Entiendo que ella está ahí porque tiene la esperanza de volver a ver a esa persona que se fue. El precio de tener la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve, es el precio de la fe.

Al verla con el corazón abierto en ese momento, le confieso que yo también tengo a alguien en el cielo. La ciencia te dice que los cuerpos son energía y que la energía no muere sino que se transforma, la religión te dice que habrá vida en la segunda venida. En cualquiera de las posiciones sé que mi papá vive en algún lugar a pesar de que éste domingo sea un día del padre más que físicamente ya no está. Decido pagar el precio de tener fe y esperar, te extraño mucho papá…

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«Prohibido besar a las cholas» de Luiz Carlos Reátegui

30/05/2016 by Mabel Aguilar

Quiero ser Presidente. Le dije a mi mamá en un mitin de la plaza 28 de Julio en la ciudad de Iquitos. Tenía la edad de 5 años y Fernando Belaúnde levantaba el brazo en señal de “adelante” saludando al mar de gente. Me impactó sobre manera ver cómo es que tantas personas comulgaban con el ideal de un mismo hombre. Esa imagen y ese sueño se grabaron en mi subconsciente, se archivaron en un tierno rincón de mi mente pueril mientras crecía y, volvieron a reaparecer hace unos años, con mayor insistencia hace unos días, todo gracias a Ernestina. Terminada la universidad, ingresé a laborar a un caótico lugar, ruinoso y de mala entraña, (ahora, por suerte, estoy en Sunat para mejor) existía una bien surcada discriminación. Nunca un jefe saludaba al personal de “rango inferior”. Cómo puedes saludar con beso a esa chola, anda al baño y lávate. Me increpaba una abogada regordeta refiriéndose a Ernestina del personal de limpieza, pero la que en realidad necesitaba ir al baño y lavarse era aquella mofletuda que siempre olía a pezuña de burro, expedía un aroma de aire viciado, por demás rancio. Ernestina se escabullía avergonzada de la oficina sin mirar atrás. Joven, ya no me salude delante de los jefes, mejor abajo nomás en la entradita y, arriba, haga de cuenta que ni me conoce. Decía ella con una sonrisa precaria y gris. Jamás le hice caso, la saludaba con beso donde me la encontraba y con mayor gusto si había un jefe por ahí. Siempre la traté con cariño, en innumerables ocasiones escuché atento sus conversaciones tan sentidas, ciertamente encontraba interesante todas sus experiencias de vida, era fiel a sus consejos porque realmente lo creía, era un convencido de la importancia que tenía la esencia de ese ser humano. Una tarde, revisando los correos en el trabajo, me llega el aviso de un banco que financiaba una maestría en gestión pública. Mi subconsciente activó como alerta de luz parpadeante el recuerdo y el sueño grabados en el mitin. Una herramienta en gestión es fundamental si se quiere ocupar un rol protagónico en el Estado y más aún si pretendo un gobierno en algo decente. Pensé. Me tomó un mes reunir toda la documentación que me exigían, nadie quiso ser mi aval, pero no me importó. ¿A dónde va tan contento joven?. Pregunta Ernestina. Voy a… voy a ser Presidente del Perú. Respondo. Dejo mi solicitud en el banco. Las clases comienzan en una semana. La espera es insufrible. A 48 horas del inicio de clases, el banco por fin contesta. Usted tiene una cita con su sectorista hoy a las 5:30 pm. Dice el correo. ¿Por qué tan tarde? Cuestiono para mis adentros. Salgo del trabajo con tiempo y llego temprano. El sectorista me recibe con una cordialidad promedio y con el rostro serio, algo anda mal. Perdone que hayamos demorado tanto pero hemos sido muy minuciosos con su expediente, el comité de riesgos ha encontrado inconsistencias en usted, lamento informarle que su préstamo ha sido rechazado. Dice el sectorista con palabras técnicas y en tono solemne, en lugar de expresar sin reparos que mi sueldo tiene aspecto de mierda, sabe a mierda y no puede ser otra cosa más que mierda pura por lo que teniendo esa sesuda conclusión, dudan con justa razón de mi capacidad de pago. La luz deja de parpadear, el sueño se apagó, la oportunidad áurea de estar al frente de un mitin se fue. La cita había sido a esa hora porque el sectorista sabía que no duraría más de 5 minutos. Tuve que tragarme el sapo y regresar al trabajo cabizbajo a terminar con mis pendientes. Desmotivado y afligido, Ernestina advierte mi malestar. ¿Todo bien joven? Pregunta. Sí, solo que tendrás que esperar un poco para que sea presidente, rechazaron mi préstamo. Digo. ¿Puedo ayudarlo en algo? Vuelve a preguntar. La verdad no creo que mucho, necesito $12,500 dólares a primera hora. Respondo. Ernestina, limpia ese baño que está inmundo y no interrumpas al doctor. Llama la atención con su vozarrón la abogada mofletuda que huele a pezuña. Chaucito joven. Se despide. Hago un amago de sonrisa, tengo el semblante averiado por la tristeza. Al día siguiente y algo recompuesto, Ernestina se me acerca como escondiéndose, así lo hacía todas las veces por la vergüenza que le habían instaurado. Joven, un favor, quiero que converses con un amigo, te va a esperar. Ernestina me da un papel con una dirección. ¿Para qué? Pregunto. Anda nomás, de ahí me cuenta, Chaucito. Dice y se va. Llegada la noche, veo el papel en mi bolsillo, desganado y a regañadientes, pues no tenía muchas ganas de nada, decido ir. Acudo a la dirección para ver cuál era el favor que quería Ernestina. Llego a una casa por el olivar de San Isidro, pasaje Cura Béjar # 169. Toco la puerta, pido con el nombre que tengo en el papel. Una señora entrada en años me hace pasar. El señor baja en un momento. Me dice. Observo la sala, hay un stand con varios libros de tapas añejas, sin duda el dueño de casa es una persona mayor que lee mucho. Gustavo Ontaneda para servirlo. Me sorprende una voz mientras husmeo los libros. Le doy la mano y sonrío. Estimado Luizcarlos, una amiga me ha hablado de ti. Me dice. Aquel señor era un alto funcionario del banco, Ernestina había trabajado más de 15 años con él. La persona que menos recursos tenía fue mi aval, sin dar un centavo y tan sólo con el valor de su palabra abogó por mí. A la otra mañana, el sectorista adusto, ahora me pela los dientes, me sonríe con fervor y me trata como a un rey. Hubieras empezado diciéndome que conocías al gerente pues luchito, firma aquí. Me dice el jijuna y yo escudriño todos sus movimientos con desprecio, con frialdad oriental. Regreso a mi trabajo, delante de todos, abrazo a Ernestina e inflo sus cachetes a besos. Dime qué puedo hacer para pagarte todo esto. Digo. Joven, usted ya hizo mucho por mí, la humildad y la sencillez no se negocian. Responde. Se me hacen agua los ojos y la vuelvo a abrazar. Es inevitable recordarla cuando estoy a pocos meses de la graduación. Con su trabajo diario supo ganarse la admiración y el respeto de muchos, porque ella es como un billete de un millón de dólares que por más que la arruguen, la tiren al suelo y la pisen, nunca perderá su verdadero valor, siempre seguirá valiendo exactamente lo mismo. Elegí entregarle mi amistad sin condición, ella a cambio me devolvió un sueño, yo no sé si llegue a ser presidente, pero de lo que estoy seguro es que su ser y su palabra valen un mundo, su esfuerzo por salir adelante aún más y ante una eventual campaña electoral la elegiría de nuevo. Yo voto por ella. Gracias Ernestina. Un beso.

*

Relato ganador del premio Planeta Cuba del escritor peruano Luiz Carlos Reátegui.

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